Un oficio en turbulencia

Un oficio en turbulencia

Por: Óscar Durán Ibatá
agosto 04, 2014
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Un oficio en turbulencia

Ahora que los periodistas colombianos celebramos nuestro día, vale la pena plantear algunas estrategias que podrían mejorar el proceso de formación de los futuros comunicadores y de paso, incrementar la calidad del tipo de periodismo que estamos haciendo en nuestro país.

Para empezar, hay que reconocer que esta celebración no debería existir. Todo empezó con una ley de la república, conocida como Estatuto del Periodista, que declaró el 4 de agosto de todos los años como la fecha oficial de los informadores colombianos. Según se lee en las memorias de los debates, la pretensión del cambio es hacer justicia a un periodista colombiano, el prócer Antonio Amador José Nariño Alvarez, lo que plantearía, al mismo tiempo, acabar con el “injusto” reconocimiento al ciudadano extranjero Manuel del Socorro Rodríguez.

Nariño –sostuvieron- fue “precursor de la independencia y símbolo procero de la lucha incesante del pueblo colombiano por la libertad de expresión y el imperio de los derechos humanos…” (Artículo 6 de la ley). Rodríguez –según se infiere- fue un intelectual cubano entregado a la causa española y, por tanto, un promotor de la postura oficialista tanto en las funciones administrativas (la biblioteca del Virrey) como en los oficios nobles del periodismo. El uno reprodujo en su imprenta personal los Derechos el hombre y los publicó en una fecha que la ley sitúa en 1794. El 4 de agosto, para más señas. El otro editó y publicó el primer periódico formal del que tuvieron noticias estos suelos, el 9 de febrero de 1791.

Aclarado el impase, vale la pena ahora reconocer que nuestro oficio atraviesa momentos de crisis. Las consecuencias sobre lo que estamos viviendo en el periodismo parecen ser catastróficas: la mayoría de periódicos están desapareciendo, los realities y el entretenimiento inundan la programación de televisión, las audiencias están tan fragmentadas por la web que los ciudadanos parecen no tener ningún referente común para hablar en las visitas, y los estudiantes ya no quieren estudiar periodismo, sienten que es un oficio en decadencia.

¿Qué está ocurriendo en realidad? Para algunos periodistas como Juanita León, “los periódicos del mundo entero llevan años reduciendo sus salas de redacción, eliminando sus corresponsalías extranjeras e incluso cerrando sus operaciones. El declive de íconos de la prensa tradicional como The New York Times y Washington Post , y en Colombia los ajustes en El Tiempo y El Espectador, han hecho perder la esperanza a aquellos que confiaban en que por lo menos el periodismo de buena calidad sobreviviría el embate de las nuevas tecnologías”. Es posible, sin embargo, que estas sean sólo malas noticias para los periodistas más renuentes al cambio y no necesariamente para el periodismo.

Durante años hizo carrera la famosa frase de García Márquez que reclamaba más protagonismo de las escuelas de periodismo en el proceso de formación de los aspirantes a periodistas, decía que: “Tal vez el infortunio de las facultades de Comunicación Social es que enseñan muchas cosas útiles para el oficio, pero muy poco del oficio mismo. Claro que deben persistir en sus programas humanísticos, aunque menos ambiciosos y perentorios, para contribuir a la base cultural que los alumnos no llevan del bachillerato. Pero toda la formación debe estar sustentada en tres pilares maestros: la prioridad de las aptitudes y las vocaciones, la certidumbre de que la investigación no es una especialidad del oficio sino que todo el periodismo debe ser investigativo por definición, y la conciencia de que la ética no es una condición ocasional, sino que debe acompañar siempre al periodismo como el zumbido al moscardón”.

Las tres grandes tradiciones periodísticas en Occidente marcan el carácter de la enseñanza del periodismo: a la norteamericana se le atribuye la crónica escueta de hechos, la objetividad, el interés humano, la indagación profunda, cierta investigación y el escaso intelectualismo, con un estilo pragmático y efectista, espectacular, doméstico y de cuento individualizado; a la británica, por su parte, se la vincula, en su modelo de prensa seria que separa hechos de opiniones, con un estilo más sobrio; la escuela latina juega más con las palabras, es “más politizada y literaria que las otras dos”, con aportes como la crónica, más cercana a la literatura que a la especialización de la que se habla en Europa.

Esas tradiciones responden, a su vez, a tres modelos de enseñanza del periodismo. El de Estados Unidos, basado en el aprendizaje de técnicas, lenguajes y tecnologías, con mucho énfasis en la escritura periodística y en la conversión de las universidades en simulacros de redacciones periodísticas, incluso mediante convenios con distintas empresas periodísticas, junto a una gran preocupación por la investigación; el de Europa, con estudios más generalistas y cercanos a las ciencias humanas y sociales, lo que tendría que ver con que en este continente se “asignaban funciones distintas al periodismo, en severo contraste con el pragmatismo norteamericano”, y el de América Latina, que aunque en un principio adoptó el modelo norteamericano, en las últimas décadas ha ligado el periodismo a los estudio sobre Comunicación Social, con énfasis en las teorías y los campos de esta disciplina.

Ahora el reto estaría en hacer algunos cambios puntuales en los esquemas de formación y en la metodología de la enseñanza. Es necesario formar a los profesores con el fin de torcer la tendencia a reproducir los esquemas de “periodismo sin periodistas” (Ramonet, 2003, y Kapuściński, 2003). Las universidades deben acercarse a los medios y ofrecer cursos de especialización a los reporteros con intereses en la docencia. Para quienes han abandonado la reportería y hoy se encuentran impartiendo cátedras universitarias, cabría la posibilidad de interesarlos en maestrías y doctorados en periodismo para profundizar en la investigación, y quizás apostarle al afianzamiento de un cuerpo teórico para el periodismo, más allá de los estudios de recepción o el análisis crítico del discurso.

La tensión entre teoría y práctica, implica ahora el rediseño de esquemas curriculares que conecten más los contenidos programáticos con la realidad. Las asignaturas deberían desarrollarse paralelamente con los grandes temas de la actualidad local, nacional e internacional. Para eso es necesaria la llave Universidad – Medios, en la generación de espacios tanto de aprendizaje como de circulación de información mediante convenios interinstitucionales.

La tecnología hace parte del terreno de las nuevas experiencias narrativas, que son necesarias explorar con la idea de enriquecer el relato periodístico. Para lograr producir este periodismo, como es obvio, el primer paso es entender cómo funciona el ciberespacio. Olga Lucía Lozano, cree que las leyes que lo rigen, requieren saber que es un universo no lineal, tridimensional y asincrónico, sin las restricciones de tiempo y espacio propios de los medios de papel y audiovisuales, compuesto de múltiples voces, y mundos paralelos. Que es un mundo circular, donde cada historia es tan solo una parada en un recorrido que cambia con cada usuario, pero que siempre está inscrita en un contexto en donde cada nodo se relaciona con el todo de una manera insospechada.

Ahora el reto también es mejorar en la producción periodística, saber contar las historias utilizando las mejores herramientas,  y permitir la libre utilización de la creatividad para “inventar” y “crear” nuevas formas de narrar, nuevos géneros híbridos que acerquen a todos los lectores; nuevos formatos que se salgan de lo tradicional, pero que informen y entretengan a las audiencias. Una nueva narrativa, con el principio básico del periodismo de investigación, uno de los pocos lugares reservados para aquellos reporteros profesionales que ejerzan una verdadera disciplina de verificación, que como dicen Kovach y Rosenstiel, constituye la esencia de esta profesión, que aunque se quiera o no, está viviendo momentos de turbulencia.

 

 

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