UN NUEVO AYACUCHO
Preocupa sobremanera que después de dos siglos para conmemorar la batalla de Ayacucho (símbolo de nuestra soberanía basada en la seguridad y el control del territorio) tengamos “una alerta por la afectación de 189 municipios del país” según revelan documentos presentados por el Gobierno colombiano ante la ONU. Algunos hablan no de 189 sino de 220 municipios (20% del territorio nacional), en tanto tenemos 1001 municipios y 10 Distritos.
Me pregunto, antes de dar comienzo al leitmotiv de esta columna en este bicentenario de Independencia, si no podríamos proponer a la Nación un Nuevo Ayacucho; y dando juego a la hilaridad: Escoger un nuevo campo de batalla donde no haya civiles para meter dentro de él a todos los actores armados legales e ilegales. El ejército nacional enfrentado a todos aquellos grupos en ese escenario, que dicen tener un discurso político para justificar sus empresas de hurto, narcotráfico, extorsión y secuestro, para que con la misma caballerosidad que dicen tener todas las causas armadas, entren a disputarse el territorio. Obviamente sin niños reclutados.
También hacer un llamado al indulto, poniendo en la primera línea de nuestro Ejército, a todos nuestros políticos y servidores públicos corruptos, a Olmedo López, a los jueces del cartel de La Toga, a los miembros de las Bacrim, del Tren de Aragua (con su máximo cabecilla recién capturado), a los más cuestionados como Petro y Uribe que se autoproclaman patriotas; a Ingrid Betancourt, Carlos Alonso Lucio, Rodolfo Hernández alias “Vitalogyc”, a César Gaviria, a “mejor Vargas Lleras”, a todos los jefes de partido que no le aportan más que coimas al desfalco del país; y ojalá RCN y Caracol lo transmitan en vivo para el deleite de todos los colombianos, como si fuera un puto partido de fútbol. Lo narraría William Vinasco ‘Che’ “narrando con caché”, y ojalá pueda cantar las victorias parciales como: “Gooool, gooool, gooool!, Ejército 3, guerrillas 0” tal como en el partido de ayer de Colombia contra Costa Rica. Y de la misma manera en que Diego de Ospina, el fundador de Neiva, fue llamado desde la cárcel tras haber cobrado su negligencia la vida de los indígenas pertenecientes a una Encomienda que no soportaron el frío del paso de Remedios hasta Santafé, todos los políticos de oficio y los delincuentes -perdón por la redundancia- se sacrifiquen con alguna dignidad por una patria que solo existe hoy en el ideal de los discursos del 20 de julio y en los anaqueles. Recibimos de buena gana la contribución de Salud Hernández en calidad de mercenaria al servicio de la República.
Tal vez después de ello nos daríamos cuenta tras ganar esa guerra magna que no se necesitan más caudillos para “vivir sabroso”. Que podemos empezar a pensar en una revolución que cure la vida (como dice el maestro Paz Otero), y quitarnos para siempre los caciques y los corruptos del panorama nacional, decidiendo votar por proyectos (que tengan un cronograma y un presupuesto) y nunca más por políticos. El escenario propongo que pueden ser las zonas francas de los Uribe y de Chiquita Brands…
También podríamos pensar en esa revolución que ha de curar en algo la zozobra y miseria que los políticos generan al país, que la democracia directa es posible a través del internet y ya no necesitamos de esta calamidad de gamonales que han secuestrado la democracia, cuando son ellos quienes se eligen comprando votos con coimas por un pueblo empobrecido por sus propias decisiones. Que el voto debe ser obligatorio para que nadie pueda comprar 35 millones de colombianos habilitados para votar; y que todos deben entender lo que se está debatiendo bajo un sistema de preguntas y respuestas.
Hemos puesto todas estas reflexiones en una obra de teatro titulada Un nuevo Ayacucho que esperamos haga justicia a esta conmemoración al servicio de la inteligencia. La cual añoramos sea aprobada por el Ejército Nacional para que al menos esto pase en un campo de realidad suprema: el de la poesía.
LA HISTORIA DE AYACUCHO
Por un profundo desconocimiento de la historia nacional, nos dimos a celebraciones como el bicentenario en 2010. Pero no tuvimos ninguna en el de 2019 (cuando se organiza un poder central, capaz de cobrar impuestos y organizar un Ejército dispuesto a libertar con el fin de la Campaña del Sur, buena parte de las repúblicas hispanoamericanas con la Campaña del Perú); ni en el de 2021, cuando La constitución de Cúcuta (1821), tuvo por objeto la creación de la Gran Colombia mediante la unificación de Colombia, Panamá y Venezuela.
¿POR QUÉ LA EMBARRAMOS CON EL 20 DE JULIO DE 1810?
Guido Barona Becerra, docente titular de historia de la Universidad del Cauca, presentó ante la Agencia Cultural del Banco de la República de Popayán, una Conferencia (2010) donde ponía en duda la celebración del 20 de julio de 1810. Su elemento nucleador: Una correspondencia entre el general Tomás Cipriano de Mosquera y un ciudadano que le preguntaba al antiguo edecán de Bolívar: “¿Por qué no celebraba el 20 de julio?”. A lo que el prócer respondía: “Porque el 20 de julio no había ninguna Independencia”.
1810 fue un comienzo parcial. Un año de agitación política. Un florero de Llorente roto. Pero no el año de la Independencia de Colombia.
BOYACÁ: 7 DE AGOSTO DE 1819.
El general Manuel Antonio López Borrero, escribiente de los generales Valdés, Bolívar y Sucre definió así la importancia de esa batalla aparentemente menor que fue la Batalla de Boyacá (7 de agosto de 1819) en sus “Recuerdos Históricos”:
“La batalla de Boyacá dio por resultado la libertad de las provincias del Socorro, Pamplona, Tunja, Cundinamarca, Mariquita, Neiva, Antioquia, una gran parte de la de Popayán, algo de la de Mompós y la del Chocó. Los recursos que el Libertador acopió en la Nueva Granada para continuar la guerra contra los españoles, fueron inmensos: dinero, hombres, caballos y cuanto necesitaba para el Ejército, todo se le facilitaba gratuitamente; las familias que habían perdido sus padres, sus hermanos, sus maridos y sus hijos sacrificados en los patíbulos, ofrendaban gustosas cuanto poseían, en las aras de la Patria.
“La batalla de Boyacá fue la crisis de la libertad. Desde ese campo afortunado las armas del Ejército Libertador marcharon de victoria en victoria, coronándose de laureles en Bomboná, Pichincha, Carabobo, en el sitio y rendición de la plaza de Cartagena, en la batalla naval de Maracaibo, que dio por resultado la ocupación de la ciudad y del castillo de San Carlos, y últimamente en el sitio y rendición de la plaza de Puerto Cabello. Ese brillante ejército que combatió con heroico valor por la libertad de su patria, agobiado por el peso de los laureles que ceñían sus sienes, y no encontrando ya espacio bastante en Colombia para cebar el ardor de su generoso entusiasmo, voló al Perú en busca de más hermanos oprimidos a quienes libertar.
17 DE DICIEMBRE DE 1819. CONGRESO DE ANGOSTURA. LA FUNDACIÓN DE LA REPÚBLICA DE COLOMBIA.
Bolívar lanzó una proclama a los venezolanos en Angostura, el el 22 de octubre de 1818:
“Al llegar a Margarita una asamblea general me nombró Jefe Supremo de la Nación: mi ánimo fue convocar allí el Congreso; pocos meses después lo convoqué en efecto: los sucesos de la guerra no permitieron, sin embargo, este anhelado acto de la voluntad nacional (…)”.
Colombia como República -muchos lo ignoran- nace en Venezuela en el Congreso de Angostura, donde se promulgó la “Ley Fundamental de la República de Colombia” del 17 de diciembre de 1819, una Constitución o nuestro contrato social, nuestra carta política fundacional, consagrando la unión de Venezuela, la Nueva Granada y Ecuador.
LA IMPORTANCIA DE AYACUCHO
Hay que partir de esta premisa: Si no se da la batalla de Ayacucho, el poder de los borbones (los peores monarcas de Europea), habría retomado Colombia. Aún así estaríamos mejor que con nuestros políticos. Bolívar parece no haber estado tan disgustado con la idea de la monarquía, tanto así que no le molestó en sus postrimerías la idea de traer un príncipe europeo a gobernar la América (como consta en “Au pays de l’Eldorado. La Colombie sans guide”, Arthaud, París, 1977)[1]… ¿Quizás nos habría ido mejor con un Habsburgo…?
Ayacucho decidió la independencia jurídico-política de las repúblicas bolivarianas, que no lograron defenderse comercial y soberanamente del Imperio del Norte y de otros Imperios como lo visionó Bolívar en la Carta de Jamaica.
MANUEL ANTONIO LÓPEZ, HÉROE EN AYACUCHO
“Y hacía otro tanto en mis intervalos de servicio de línea, como lo fue el de la campaña de Ayacucho, para la cual pedí licencia al Libertador de separarme de su lado y fui destinado al batallón ‘Vencedor en Boyacá’”.
O’LEARY NO ESTUVO
López también nos deja en claro: “privaron a O’Leary de participar en la campaña de Ayacucho” por lo que no dejó ningún testimonio directo sobre ese fenómeno.
El 9 de diciembre de 1824 en una batalla que duró cuatro horas, cinco mil setecientos ochenta soldados independentistas derrotan a cerca de nueve mil trescientos soldados realistas (casi el doble). La batalla dejó por saldo mil ochocientos muertos, setecientos heridos y entre dos mil y tres mil prisioneros. En ella, el Ejército Unido Libertador del Perú al mando de Antonio José de Sucre, selló con su victoria la gesta emancipadora de Perú y del continente americano.
El Libertador (derrotado antes en Bomboná y la Cuchilla del Tambo) se ve forzado a moverse a Lima y delegar la comandancia de su Ejército en Antonio José de Sucre (victorioso en Pichincha y en Junín junto a Bolívar), quien seis días antes tuvo una derrota en la Batalla de Corpahuaico por el mismo virrey La Serna.
La Estrategia de la Victoria. ¿La Hubo?
En el trabajo “La batalla de Ayacucho (9 de diciembre de 1824): Cultura y memoria de un acontecimiento”, Nelson E. Pereyra Chávez de la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga dice:
“Una estrategia similar fue aplicada (…) en un escenario de más de un kilómetro y medio limitado por el cerro Condorcunca, por dos quebradas ubicadas al Norte y Sur del llano y cortada por una cañada perpendicular al barranco del Norte. Para el combate final, el virrey La Serna ideó un plan de ataque frontal con el empleo del máximo de tropas que debían buscar el choque brutal de masas, con dos fases bien marcadas: a) El ataque al flanco izquierdo de los patriotas, a fin de que las demás fuerzas descendieran del cerro sobre seguro y formaran adecuadamente en el llano; b) el ataque frontal de todas las tropas con el apoyo de la caballería, una vez logrado el primer objetivo.
“Según Dellepiani, Sucre no tuvo estrategia alguna y siempre procuró cumplir la orden de Bolívar de mantener la unidad del ejército libertador y contener el ataque realista[2]. De la Barra señala que, al observar en medio del combate que el batallón de Rubín de Celis alteraba con su precipitada embestida el plan del Virrey, decidió oportunamente que las fuerzas de Córdova atacaran el centro realista con el apoyo de la caballería de Miller y que la división Lara reforzara el ala izquierda de los patriotas con el respaldo de los batallones Vencedor y Vargas (De la Barra, 1974, p. 192).
“Sin embargo, el Libertador también le dio la más amplia autorización para disponer del ejército del modo que lo creyese conveniente (Paz, 1919, p. 81). Con base en tales facultades, diseñó un plan de batalla que consistió simplemente en atraer al enemigo hacia su campo para luego empujarlo y batirlo en las hondonadas y elevaciones de la pampa, aprovechando la imprudencia de Rubín de Celis y antes que la caballería e infantería realistas pudieran desplegarse en todo su poderío[3]”.
[1] Los agentes diplomáticos de Francia y Gran Bretaña fueron informados por el secretario de Relaciones Exteriores de que, en caso de ser aprobada esta propuesta antes presentada por Páez, “Bolívar se mantendría como jefe de estado vitalicio” y el soberano designado no ejercería hasta después de su deceso.
[2] Dellepiani, Carlos, Historia Militar del Perú, 1977, pp. 218-219.
[3] Señala Paz Soldán que el Jefe de Estado Mayor del ejército patriota, general Agustín Gamarra, escogió el campo de batalla y Sucre lo aprobó. Ibídem, p. 94.