La semana pasada me despertó un ruido extraño en medio de la madrugada, de inmediato encendí la luz de mi cuarto y debajo de un cajón, ahí lo vi, una mancha negra se movía temerosa; vino a mi mente el cuervo de Poe, hasta que al fin intentando arrastrarse fuera de mi habitación, vi un murciélago pretendiendo escapar. Venciendo el miedo natural, que era mayor por las recientes noticias de Wuhan, lo tomé tembloroso con un recogedor de basura y lo llevé hasta la calle donde se perdió en la noche con un vuelo vigoroso en la penumbra. Para un cristiano este encuentro habría significado la muerte, para un oriental sería presagio de fortuna, pero para mí implicó entender la condición ecológica del planeta.
Como seres humanos hemos irrumpido violentamente en la biosfera, el comercio silvestre es devorador y más allá hemos generado interacciones criminales con pares y con otras formas de vida, de ahí que un problema como el COVID-19 se pueda abordar desde allí y no solo desde la salud pública. Ahora que el miedo abunda y que nos estremece la idea de ser contagiados, tomamos medidas preventivas para conservar la vida, pero estas poco tienen que ver con la generación de un estilo de vida saludable. Más allá de las cuarentenas y los lavados de manos más de cinco veces al día por veinte segundos, es necesario ir un poco más allá.
La prevención debe estar ligada a estilos de vida saludables que parten de aspectos fundamentales como la regulación del hábito del sueño, un balance nutricional adecuado, la rutina diaria de ejercicio, el tiempo de lectura y aprendizaje, y el desarrollo de la dimensión espiritual. Estos aspectos marcarían la diferencia de manera contundente en lo personal. Como civilización también tendremos que parar la tala indiscriminada, el mercado silvestre, la caza para la industrialización alimentaria y nuestra costumbre en la ingesta. Es preciso analizar el tema cultural porque no todo puede comerse más allá de que seamos animales omnívoros.
Pensar en la enfermedad que tiene las calles desiertas y las plazas olvidadas no es solo un tema de salud pública, es ahora una problemática de supervivencia global, la salud de los seres humanos está en entredicho a nivel planetario, por lo tanto, hay que mirar esa relación fundamental entre animales y humanos, hay que sembrar árboles a diario; lo que digo no como médico sino como psicólogo, es que hay que entender que nuestro bienestar está ligado al bienestar ecológico en una medida mucho mayor que la presentada en claustros y escuelas. La importancia del sol y del agua, o de los recursos renovables y no renovables debe cambiar de tal manera que podamos hacer frente al miedo generalizado. Para ello, debemos vivir la crisis con prudencia, esto significa, hacernos moderados en todas las cosas; siendo precavidos y manteniendo una postura ecológica.
Tener un murciélago en mi dormitorio me ayudó a pensar en cómo está mi vida en términos de salud y cómo hemos convertido el mundo en una locura artificial. Pensé en las horas en que me acuesto y me despierto sin la obligatoriedad de un toque de queda. Pensé en la preparación psicológica para enfrentar la amenaza sin el pánico de los medios de comunicación. Son las ciudades pobladas las que tienen un desafío mayor ante la pandemia, no obstante, nos queda con urgencia el camino de pensarnos desde nuestra vulnerabilidad, siendo responsables con lo que comemos y lo que no debemos convertir en alimento; aprendiendo la lección de vincularnos al sentido ético de humanidad para relacionarnos sagradamente con animales y con el planeta.
