Un mundo mejor con Donald Trump
Opinión

Un mundo mejor con Donald Trump

A pesar del apocalipsis que se anuncia y las dolorosas manifestaciones de odio racial, étnico y de género queda por rescatar una irreversible realidad: ahora se sabe quién es quién

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enero 14, 2017
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No se confundan. No por ahora. Yo también creo que el actual presidente de los Estados Unidos es una abominación desde lo intelectual hasta lo humano. Trump representa la materialización física de los prejuicios más comunes con los que, injustamente, se asocia a la mayoría de norteamericanos en el mundo: avaro, pretencioso, abusivo e ignorante. Un cowboy con esteroides. No obstante ya suenan desgastados los insultos en su contra. Trump es una realidad. Cuando los griegos inventaron la democracia jamás le atribuyeron o garantizaron sensatez e inteligencia a las decisiones de la mayoría, solo serían eso, decisiones de la mayoría. El precio verdadero de la democracia.

A pesar de los temibles apocalipsis que se vienen anunciando desde su elección y las dolorosas manifestaciones de odio racial, étnico y de género, que desde ese día se vienen presentando en Estados Unidos, queda por rescatar una irreversible realidad: ahora se sabe quién es quién.

Nadie se hace racista, homófobo o xenófobo en un día y mucho menos una sociedad gira ciento ochenta grados desde la tolerancia y la libertad hacia la persecución y el prejuicio. Al menos no tan rápido. La idea que tenía Estados Unidos de sí mismo, la que trató de proyectar durante ocho años el presidente Obama era, al menos, solo parcialmente cierta.

 

 

Nadie se hace racista, homófobo o xenófobo en un día
y mucho menos una sociedad gira ciento ochenta grados
desde la tolerancia y la libertad hacia la persecución y el prejuicio

 

Innegable. Aún abundan en nuestro poderoso vecino los odios, rencores y amenazas que un día sacrificaron hombres históricos como Abraham Lincoln y Martin Luther King Jr. y sirvieron de cuna a maravillosas canciones como Strange Fruit cantada magistralmente por Billie Holiday y Nina Simone.  No es que Estados Unidos no sea el mismo o que vaya a cambiar, es que simplemente no era. Y eso lo sabemos gracias a Trump. El villano inimaginable se redime.

Me atrevo a pensar que una de las causas de este abismo entre discurso y realidad se debe a un peligroso hábito que las sociedades contemporáneas están promoviendo sin medir sus consecuencias: la corrección política. La dictadura de una superficial tolerancia ausente de crítica, un silencio a medias entre palabras cuidadosas e inofensivas y un engañoso consenso totalizador que propone un eficaz maquillaje de la opinión propia y verdadera (la que aparece con el alcohol y la confianza). Gravísimo.

Aún los discursos que parecen provenir del mayor sentido común deben ser pasados por purificadores debates y contradicciones. Ahí se manifiesta la salud emocional de una sociedad: en su capacidad de poner en riesgo sus verdades absolutas. La moral de las personas son los límites morales de las personas, lo que no se tragan, lo que no aceptan, lo insoportable, por supuesto, ambientados en esa importante y reciente victoria: la libertad de pensamiento. Sin embargo callarse esas verdades íntimas, con el paso del tiempo puede devenir en rencor puesto en acción en contra de lo que o quienes van más allá de los límites o en sorpresivos resultados electorales. También nos pasó. El diálogo cataliza, expone, alivia, previene.

Durante ocho años, muchos abandonamos la crítica de la política externa de Obama, con su innegable candidez y cualidades humanas (las de él y su esposa) lo que seguramente alejó el debate sobre lo importante, que más allá del inmenso avance que representa un presidente afrodescendiente, se evidencia en las barbaridades y culpas que se siguen presentado en Guantánamo o las innombrables violencias de la guerra promovida en medio oriente, especialmente  en Siria. A pesar de la popularidad, Obama hizo su trabajo: ser presidente de Estados Unidos, con lo positivo y lo atroz. El paquete completo.

Prefiero una sociedad en las que se pueda ver, diagnosticar y tratar las verdades, mentiras, prejuicios y ardores que asedian a las personas, a una sociedad que por el miedo de herir “susceptibilidades”  a una mayoría o una minoría se guarde su opinión e impida de esta forma que se planteen las conversaciones necesarias para sanar esas heridas; las llagas que nuestra falible naturaleza, hasta el final de los tiempos, nos seguirá procurando. Volver a la incorrección políticas con los mecanismos de discusión afinados y prestos que promuevan la detección y eviten la proliferación de los discursos del odio.

Un mundo mejor donde, al menos, por los próximos cuatro años Donald Trump no se callará nada. Ya sabemos a quién tenemos al frente.

@CamiloFidel

 

 

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