Inmensa la diferencia entre lo que se está viviendo en buena parte del mundo desarrollado en cuanto al cuidado del planeta con lo que sucede en Colombia. Una diferencia que, dadas las causas reales que determinan aquella atención, es no solo sugerente sino motivo de preocupación para los países subdesarrollados en el futuro inmediato.
Y más la rapidez y trascendencia de muchas de las decisiones que toman aquellos países, quizás los menos golpeados ahora y en los meses y años próximos por los cambios obligados a que hemos sometido la Tierra, mirada la indolencia sin límite en que nos movemos nosotros a pesar de las inclemencias que castigan y castigarán de manera inmisericorde a buena parte de sus habitantes más pobres.
En nuestras discusiones al respecto, los cálculos para tomar medidas contra el calentamiento no pasan de notificarles a los que las promueven, que Colombia apenas contribuye de manera ínfima con aquel, pues sus emisiones de CO2 son apenas registrables con respecto a las gigantescas de países como E.U., China, India y la U.E.
Aclaran además, sin molestarse por el craso error en que incurren ante el ingenuo enfoque limítrofe al que acuden, que estamos autorizados para comenzar a polucionar de lo lindo como si la responsabilidad estuviera en alcanzar a los que más lo han hecho -sin contemplar, por supuesto, el entorno histórico que lo posibilitó- y no en frenar cualquier aumento por pequeño que sea en los actuales momentos.
Indiciario para ilustrar el tema, el caso de Francia al prohibir, gracias a una ley, algunos viajes en avión en rutas nacionales cortas -2 horas y media- cuyo motivo principal es disminuir la contaminación ambiental y fortalecer la resiliencia contra los problemas que esta genera. Y propiciar el uso del tren movido por energías limpias.
Como es obvio, la medida provocó el rechazo de las líneas aéreas que apelaron a los tribunales de la Unión Europea para dejarlo sin piso, evento que es probable que no prospere dada la actitud del Grupo inclinado, pese a los problemas que les ha generado la confrontación Rusia-Ucrania, de avanzar inexorablemente en búsqueda de frenar el calentamiento planetario.
Y la ley francesa no es la única en dicho camino. Austria y Países Bajos (Holanda) andan más avanzados, mientras España y Alemania extienden y modernizan sus ferrocarriles -una condición de la Comunidad para optar por restringir el transporte aéreo- como preludio de estos ambiciosos cambios.
Si bien Patrick Edmond, director general de Altair Advisory, consultora de aviación con domicilio en Irlanda, en declaraciones para CNN desestimó el alcance de la medida francesa, que en un principio era mucho más dura, de inmediato añadió: "Sin embargo, podemos verlo de otra manera: como el presagio de más restricciones a la aviación, que son probables si la industria no se toma más en serio la descarbonización".
Ante estos hechos y perspectivas, causa verdadero desconcierto leer, una y otra vez, que alguno de los promotores de la explotación de hidrocarburos en Colombia afirme que pasarán al menos 40 años para que se piense realmente en limitar su explotación. Y no es una opinión aislada, aunque la mayoría de los involucrados en su negocio a perpetuidad, no se aventuren -por pura discreción- a emitir en público semejantes cálculos.
Pero sus exigencias actuales los delatan. Se escandalizan porque las existencias alcanzan para 7.5 años, y la vena creativa se les alborota para crear toda suerte de infortunios, que harían pensar al más optimista que ni siquiera las existencias de Arabia Saudita alcanzarían para sortear la falta de petróleo y gas que nos cercarían en muy pocos días.
Desde luego callan que hoy solo se explota el 35% de la capacidad de los pozos en producción, al tiempo que las firmas expertas en consultas nos abruman con resultados desdeñables como que 8 de cada 10 colombianos considera necesaria la exploración de hidrocarburos. Y así en todos los asuntos públicos.
No les basta que al momento existan 200 contratos firmados y cubran 17 millones de hectáreas pertenecientes a los sitios donde se han encontrado anteriores existencias. Tampoco los tranquiliza que en aguas del Caribe y en Córdoba se haya encontrado gas, pues su interés sin límites estaba centrado en solicitar más explotación de este, basados en las angustias momentáneas del pueblo ante la interrupción fortuita del suministro por motivos entonces desconocidos.
Porque lo importante es continuar firmando contratos de explotación y mantener su ejecución sin atender, por ejemplo, a la degradación de los terrenos y suelos que producen las anomalías geológicas, tal vez insuperables, que motivaron que las instalaciones de la empresa por las que corría el combustible sufrieran los daños descubiertos, y que despertaron su clamorosa solidaridad con los afectados.
Tenemos entonces 2 tendencias absolutamente opuestas tras una necesidad común, la de frenar el calentamiento del planeta con la disminución progresiva del CO2 que proyectamos a la atmósfera, producto especialmente de la utilización de los hidrocarburos, hoy enemigos, por sus consecuencias letales, de la vida humana, sin importar en qué parte se encuentre esta.
Y sin que haya lugar a dudar cuál de las dos va por el camino correcto, es necesario reflexionar cuál sería la situación de los países subdesarrollados si los países ricos, gracias a sus políticas de desistimiento, sacrificio y disciplina lograran rebajar de manera importante -dados sus presupuestos y tecnologías- sus emisiones de gases tipo invernadero. ¿Cómo reaccionarían con nosotros entregados a aumentarlas tras razones poco sustentables ante las aterradoras circunstancias del mundo?
Entonces es apenas presumible que para evitar que sus esfuerzos se vean debilitados, y ya sin la queja de que ellos fueron los causantes del problema climático-autoría que además nos hicieron compartir a los países pobres desde la COP21 de París- tengamos muy pronto que someternos a asfixiantes regulaciones económicas para exportar nuestros productos, conseguir créditos y ayudas, pedir asesorías, etc. Todo de acuerdo con las duras normas internacionales que sin duda nos regirán al respecto.
Y que de no lograr los resultados que se necesitan y que los desarrollados impondrán tal vez con total razonabilidad, quizás deriven en medidas menos democráticas, haciendo más evidentes las relaciones de sometimiento a las que siempre hemos estado expuestos.
Y sin que, de parte nuestra, fuera de la incuria histórica, podamos argumentar nada bueno, ya que para esos momentos nuestros bosques habrán casi que desaparecido, la estremecedora biodiversidad, sin investigación para haberla explotado, habrá disminuido, y solo nos quedará la desazón de haber perdido la opción inestimable de utilizar, en su momento, dichas ventajas naturales extraordinarias para ayudar a frenar el calentamiento y proteger la especie.