Informan los medios internacionales de severas protestas en Nairobi, la capital de Kenia. No es raro, la deuda externa del país africano ronda los 70.000 millones de dólares, equivalentes al 67,23 del PIB nacional, con unos reembolsos que consumen el 48% de los ingresos totales. Acuerdos con el Fondo Monetario Internacional han conducido al trámite de una ley de finanzas que eleva los impuestos, a la par que se crea otros.
La reacción desesperada de la población obedece a eso, una votación mayoritaria en el Senado del país a favor de la nueva ley. Sin esperar la última votación, la gente expresó su enorme descontento con manifestaciones que terminaron en la toma violenta del parlamento. La reacción policial, en un comienzo con gases lacrimógenos, pasó al empleo de las armas de fuego, con saldo de numerosos muertos y heridos. Se habla de más de 300 detenidos.
Y de por lo menos 50 desaparecidos en poder de la policía. No faltará quién pregunte qué tienen que ver con nosotros las protestas sociales y la represión policial en un país del África del este. Vale recordar que por estos días el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, nombró a Kenia como el principal aliado de su país por fuera de la OTAN. Justo cuando 400, de los mil policías de Kenia destinados a Haití por Naciones Unidas, arriban a Puerto Príncipe.
Esto último, en desarrollo de la enésima intervención internacional tendiente a lograr la pacificación de Haití y su retorno a la democracia. No deja de ser paradójico que fuerzas policiales especializadas de un país que se debate en furiosas protestas sociales por causa de las imposiciones del FMI, que controlan los Estados Unidos, sean las que se ocupen de arribar a un país de nuestro cercano Caribe, con el propósito de normalizar la situación.
Múltiples intervenciones anteriores en Haití han fracasado completamente. La más reciente, iniciada dos décadas atrás, la denominada MINUSTAH, según analistas, no solo no alcanzó la pacificación del país, sino que agravó su pobreza e incorporó enfermedades entre su población. Quién sabe qué consideraciones hará el gobierno de Biden para tomar esta decisión. Ya nos vamos acostumbrando a entender que los Estados Unidos obran contra toda lógica.
Se torna verdad sabida que en esa gran potencia existe un Estado Profundo, o Deep State como lo llaman en inglés, un grupo exclusivo de representantes de los más poderosos intereses económicos, que es quien controla efectivamente el país. Nadie cree realmente que sea Joe Biden quien gobierna los Estados Unidos. Basta con ver las imágenes que salen de él diariamente en la televisión para darse cuenta de su lamentable estado mental.
Todavía hay quien periódicamente recuerda el discurso de despedida del presidente Dwight D. Eisenhower. La BBC lo hacía de esta manera en 2011: “En su discurso televisado del 17 de enero de 1961, Eisenhower habló a los estadounidenses del novedoso concepto del "complejo militar-industrial" conformado por las Fuerzas Armadas y los fabricantes de armamentos y advirtió de su creciente injerencia en el manejo de las políticas públicas del país”.
"Debemos cuidarnos de la adquisición de influencia injustificada, tanto solicitada como no solicitada, del complejo militar industrial", dijo Eisenhower en la frase del discurso que pasaría a la historia”. Hoy en día se acepta como un hecho cumplido que tal influencia no pudo ser nunca controlada. Antes bien, con el entrelazamiento del complejo y las más influyentes corporaciones financieras, éste se convirtió en el auténtico poder detrás del trono.
Las ganancias que puedan proporcionar el juego de la guerra y las finanzas son lo más importante. Lo demás son fichas que se mueven para hacerlo posible
Así que las ganancias que puedan proporcionar el juego de la guerra y las finanzas son lo más importante. Lo demás son fichas que se mueven para hacerlo posible. Como disponer de tropas de Kenia para Haití. O presionar de tal modo a Rusia hasta provocar una guerra. No es secreto que las decenas de miles de millones de dólares de apoyo a Ucrania, son en realidad destinados a los fabricantes norteamericanos de armas.
Ucrania no podrá pagar el monto creciente de su deuda. Pero los trillones de dólares que valen sus recursos naturales quedarán reservados para los Estados Unidos, como aseguró recientemente el senador republicano Lindsey Graham, el mismo que clama porque Israel descargue sobre Palestina una bomba nuclear para terminar con el problema. El gas y las playas de Gaza significan enormes negocios, sin importar las vidas machacadas.
Como las reservas petroleras del Arco Minero del Orinoco valen para condenar a Maduro por todos los crímenes que se les ocurran. Es tal la ambición de ese complejo financiero, militar e industrial, que está a punto de provocar la tercera guerra mundial. Bien hizo Petro al no asistir a la denominada cumbre de paz en Suiza. Allí se cocinó la guerra nuclear contra Rusia. Duele que la propaganda de Occidente impida ver la peligrosidad del momento para la humanidad.