Somos la sociedad de la repetición: repetimos y repetimos conceptos, palabras y frases de moda, sin saber qué significan o de dónde vienen. Seguro han escuchado últimamente en los medios de comunicación, a columnistas, periodistas y políticos, hablar constantemente sobre “polarización”. Se ha introducido este concepto en la agenda política del país y se ha vuelto un común denominador en los discursos políticos del momento decir que nos encontramos en una división insostenible, en violencia dicotómica y hasta en el fin de la democracia. Ya casi nos creímos todos el cuento de que Colombia es un país polarizado. Pero hay que bajar el tono a esa afirmación, iniciar por definir y luego analizar. Según la RAE, polarización es “orientar en dos posiciones contrapuestas”, y visto desde la Ciencia Política, los voceros de este discurso nos quieren hacer creer que los colombianos nos encontramos en uno de los dos puntos extremos políticos distintos de una línea imaginaria que para fines de claridad, nos trazaremos en nuestras mentes.
¿Existe tal polarización en Colombia?
En los últimos meses ha surgido un movimiento muy grande y fuerte que está reclamando una trasformación de las instituciones políticas y sociales de nuestro país. Ese surgir viene inspirado en una indignación reciente, producto de la corrupción y malos manejos del Estado colombiano por parte de clase política tradicional. Esa nueva voz que se escucha con potencia en encuestas, en redes sociales y en plazas públicas, estuvo muchos años en silencio. Si se quiere, puede llamársele “pueblo”, “indignados”, o simplemente “ciudadanos con derecho a participar en política”. Este conjunto de personas que aspiran a la trasformación de lo que consideran está mal, y que están molestos por los malos manejos de lo público, un grueso favor le hacen a nuestra herida Democracia, avivando la participación, despertando, manifestándosey queriendo incidir.
Pero hay sectores de derecha política, a los que esta efervescencia democrática les resulta insoportable e incómoda, pues todo lo que se diferencia o cuestiona un poquito sus intereses, es riesgoso, sobre todo si este conjunto de ciudadanos, tiene la posibilidad de constituirse como voz democrática fuerte y alcanzar estancias de poder. Por eso los descarnados ataques a las figuras más capaces de representarlos en los cargos de dirección del país.
Tanto así que se encargaron de construir con la siempre ayuda de grandes medios de comunicación, la idea de que esta nueva manifestación es un “extremo” que representa un peligro. Cuando estas nuevas voces proponen una queja y un debate serio sobre los temas centrales de la nación, sobre las urgencias económicas y sociales, sobre la desigualdad y sobre la justicia, se les contesta con la irrelevancia de que sus inquietudes y propuestas de transformación, podrían llevarnos a hacer como Venezuela (su comodín favorito). Esta sugerencia por supuesto sin fundamento, tiene el propósito de generar odios, miedos, conformismo y de bloquearnos las alternativas a los colombianos.
La última vez que nos vendieron este discurso de la polarización fue en el más reciente plebiscito, donde para ilustrarnos un poco, el Uribismo y sus sectores afines que promovían el no, nos hicieron creer que Juan Manuel Santos representaba todo lo contrapuesto a su proyecto de país, o sea el extremo distinto de la línea imaginaria. Pero realmente, no estábamos ante dos visiones absolutamente contrapuestas de país, a todas luces, compartían la misma política económica, tributaria, social, etc., aun así nos dijeron que el país estaba polarizado, cuando en realidad lo único que al final los distinguía, era su apoyo o no al proceso de paz. Esta estrategia les fue rentable, pues permite al único extremo, generar un miedo, sugerir un peligro, y luego presentarse como “la salvación”.
Aunque ahora es distinto, pues este reclamo multitudinario que ha nacido, sí representa muchas cosas diferentes a la hora de pensar en país (lo que es normal en Democracia), se utiliza la misma estrategia. Se ubican como redentores, y a punta de calumnias situaron a la nueva voz en la política colombiana en un extremo perverso. Los medios y canales de información colaboran en construir ese imaginario colectivo, y relacionan a la nueva participación con situaciones perjudiciales o contrarias a la Democracia de ellos, o más bien sus particulares intereses.
Pero esto no se detiene ahí y tampoco es lo más grave, pues algunos sectores políticos muy conscientes de esto, en vez de denunciarlo, decidieron hacer el juego buscando qué utilidad pueden sacar de él. Se han situado según ellos, en el medio de una polarización que no existe. Hace unos días leía en una entrevista de la revista Semana al politólogo Francisco Gutiérrez, uno de los mayores expertos en el funcionamiento de la Democracia colombiana que con mucha razón decía en algunos apartes y que traigo a colación: “en Colombia, más que polarización, hay una radicalización de la extrema derecha. Cuando uno habla de polarización quiere decir que las fuerzas políticas se desplazan hacia dos polos, por lo general ubicados en la izquierda y en la derecha. Pero en Colombia, más que polarización, hay una radicalización de la extrema derecha, Por otra parte, la izquierda tiene una posición muy confusa que no le permite tomar un camino hacia la radicalización. Y es claro que sus protagonistas no están radicalizados.”
Otras referencias para determinar si existe polarización, es cuando las personas ubicadas en los supuestos extremos de igual poder de incidencia, llegan a tal punto de desencuentro que solo se odian y usan la violencia o cualquier forma de agresión para negar al otro. Un ejemplo de polarización política de verdad podría ser la Alemania de la posguerra dividida por un muro material entre pro-soviéticos y Pro-EE.UU. En nuestro caso hay un solo extremo.
Pero continuemos ¿qué pasa cuando esta radicalización que se produce de un solo extremo, que además posee poder en casi todos los sectores, y trata de negar por todas las vías de la calumnia, la mentira y la desinformación a cualquier otra posición?
En entonces a partir de ese análisis y pregunta, qué podemos decir, que no se debe hablar de polarización, sino denunciar la clara agresión de un sector que no permite ninguna posición contraria, y que de esa manera busca anular la democracia y la participación. Estando ante un ataque diario y permanente es evidente o normal que esa posición atacada trate de reafirmarse y defienda sus tesis. La situación se complejiza aún más cuando esa referida extrema dotada del insulto como estrategia y que tiene el apoyo de los factores reales del poder no está dispuesta al mínimo debate político serio sobre visión de país.
Podemos concluir que la tal polarización no está muy clara o no existe, y sí como manifestaba Francisco Gutiérrez, hay en este momento una radicalización de un sector, que pensamos, ve ante esta nueva manifestación democrática un peligro y amenaza a sus intereses y su forma de manejar el Estado colombiano directa o indirectamente. No estamos ante una polarización en Colombia, sino ante el intento de vendernos ese discurso nuevamente, discurso que es rentable y se seguirá escuchando, hasta traernos la sensación de división o peligro, lo que al final va a repercutir de alguna manera en la decisión de nuestro voto en las próximas elecciones.
Vale terminar diciendo que en una democracia, los partidos, movimientos o manifestaciones políticas deben tener diferentes visiones de país, no todos podrían de ninguna manera estar en los mismos puntos de la línea imaginaria. La diferencia y la participación son esenciales en democracia, y que pensemos, que opinemos, que tomemos posición, que respondamos a las calumnias que queramos desenmascarar mentiras, denunciar corrupciones y reclamar cambios, hace parte de un real ejercicio de participación, no solo es normal y necesario en una sociedad democrática, sino urgente.
¿Polarización? Un mito. ¿Democracia? Eso ¡sí!