Un minuto de silencio por Jessy y su hijo May

Un minuto de silencio por Jessy y su hijo May

Recordar a los que se han ido es un acto de amor que continuamente lucha con la amnesia que viene con el tiempo y que se aumenta cuando van apareciendo otros casos

Por: Juan Fernando Morales Valencia
febrero 11, 2019
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Un minuto de silencio por Jessy y su hijo May
Foto: Redes

El suicidio de Jessy Paola Moreno y su hijo May despertó en muchos, como suele suceder en estos casos, el provocativo juego de ser dioses. Unos lo hacen de redentores, compasivos, misericordiosos, otros, por el contrario, son condenadores jueces, intachables, despreciadores. Sin embargo, creo que puede haber cabida para un tercer grupo, los que solo pueden llorar ante la tragedia, los que no son capaces de expresar con palabras sino con silencios, con profundos silencios, el impacto de ver a una mujer con su hijo en brazos desprenderse de la vida y saltar a un vacío sin retorno.

Uno de los versículos más cortos del Nuevo Testamento reza así: “Jesús lloró”. Lloró entre muchos otros que lloraban, se lamentó porque la muerte había reclamado con toda su soberanía y autoridad a su amigo Lázaro, lloró porque se hizo vulnerable con los vulnerables, porque se hizo frágil en compañía de los débiles y porque sintió la agonía de la ausencia de un ser querido. Con su dolor, y al frente de una fría tumba, escuchó el reclamo de unos que decían "¿por qué no estuvo aquí cuando su amigo estaba enfermo" y de otros que decían "se nota que lo amaba". A ninguno le contestó. No se trataba de refutar argumentos, ni de mostrar quién estaba en lo cierto y quién equivocado, esa era su hora de llorar, de dolerse, de guardar silencio y de compadecerse son quienes sufrían su dolor. Este es buen ejemplo de cómo responder ante una tragedia tan lamentable.

Un posible camino a seguir en medio del dolor que pueden estar experimentando los familiares y amigos de Jessy y su hijo, ante la contrariedad que dejan las imágenes y los videos que registraron ese momento, aún en medio de la distancia emocional que existe entre quienes sufren y quienes tratamos de acercarnos desde un sentir humano, un camino que poco transitamos y que es poco seductor, sería un silencio compasivo que de ninguna manera debería confundirse con el que deja la indiferencia. El primero honra la vida, honra a los que ya no están y a quienes están en duelo. Es compasivo en tanto que nos motiva a la solidaridad, a pensar y a estar cerca de quienes suman cenizas y más cenizas a sus tragedias personales y que no descartan la posibilidad de algún día terminar con todo. Este silencio invita a recordarnos que también es posible decidir no desprendernos de la vida sino agarrarla con más fuerza cuando las crisis juegan en nuestro lado. El silencio de la indiferencia invita a voltear la cara, a esbozar algunas razones de lo sucedido, a seguir o crear nuevas hipótesis que “justifiquen” los hechos y a acomodarse en el sillón del espectador.

Recordar a los que se han ido para siempre es ante todo un acto de amor que continuamente lucha con la amnesia que viene con el tiempo y que se aumenta cuando van apareciendo otros casos. El tiempo vendrá con ambos, recuerdos y olvidos, pero mientras llega pudiéramos tener, como un acto humano y solidario, no un minuto de silencio sino muchos minutos de silencios, quizás horas de silencios en las que Jessy y May nos asedien desde lo que fueron y desde lo que ya no serán, nos toquen la vida con sus juventudes que no conocerán la vejez, nos hagan sentir frágiles, humanos, sensibles, desde aquellas tragedias que quizá nunca conoceremos pero que seguramente son hechas a escala humana, y por lo tanto no serían tan extrañas a cualquier persona. Que este silencio propuesto honre la vida y si tiene que romperse ojalá se hiciera expreso solo en lágrimas como las de aquel policía que estuvo en aquel lugar quebrantado por lo sucedido o como las de Jesús ante la tumba de su amigo, y muy a pesar de la palabrería de otros tantos.

 

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