Si algo demostró el reciente plebiscito, especialmente con el triunfo del No y la abstención histórica de siempre, es la escasísima formación ciudadana de los colombianos y esto, en buena parte, es culpa de nuestra mala educación, que no ha sido capaz de educar y formar a nuestros niños y jóvenes en las ideas de la democracia y el ejercicio de la ciudadanía. Y la explicación de esta triste realidad empieza por la cabeza: por los ministros que nombran y la manera como se nombran
No hay porque sorprenderse. Es lo que han sembrado y cosechado las élites en materia educativa. Con profundo desprecio e irresponsabilidad, llevamos más de cincuenta años nombrando ministros que NO saben de educación. La historia de la educación es la historia del fracaso en la escogencia de los ministros. Con contadas excepciones, la inmensa mayoría han pasado por allí con más pena que gloria.
Ministros que complacidos asumen el cargo, después de lagarteárselo, para hacer lo único que saben hacer: acrecentar su poder electoral repartiendo favores, estar muy pendientes de la contratación y la nómina, utilizarlo como trampolín. Los asuntos de la educación se los encargan al viceministro y a los asesores que medio saben del tema. Quienes son nombrados provienen de otras profesiones distintas a la de educador: políticos de profesión, abogados, economistas, administradores de empresas, administradores públicos, ingenieros, contadores públicos especializados en revisoría fiscal (como el actual Ministro encargado) y hasta una ama de casa dedicada a la política y a las frijoladas, que cuando le preguntaron cuál era su experiencia educativa, no tuvo ningún empacho en decir orgullosa que había educado a sus seis hijos: Fue ministra durante cinco meses en el gobierno de Ernesto Samper.
El Ministerio históricamente ha sido utilizado para cuadrar la milimétria política o el reparto mermelero entre los partidos. Se han nombrado hasta cuatro ministros en una sola administración. El único ministro (ministra) estable fue Cecilia María Vélez, quien permaneció en el cargo los ocho años que duro el régimen Álvaro Uribe Vélez, lástima que buena parte los dedicó a darle palo a los maestros. Los demás salían en la primera crisis de gabinete y llegaba otro a improvisar y probar suerte.
La ministra Gina Parody (abogada) no fue la excepción. Amiga cercana del presidente, sin ninguna experiencia en el sector, se estrenó como directora del Sena, pidió una licencia para ayudar a la reelección, y triunfante fue nombrada ministra de Educación, pero como todos, cuando estaba aprendiendo la cesaron en el cargo.
Le cobraron tres fracasos de una en uno: su fracaso como coordinadora de la Campaña del Sí, el batiburrillo que armó con las cartillas de educación de género que provocó las masivas movilizaciones de católicos y cristianos en su contra, el fracaso en la implementación de la Cátedra de la Paz, que se quedó en la letra muerta de una Ley y en un decreto ordenando su implantación en los colegios y que nadie cumplió porque fue una acción desorganizada y sin los recursos necesarios para su feliz realización (formación de maestros, materiales de apoyo, asesoría a rectores y colegios).
Una ministra que hizo de la propaganda su gran estrategia educativa. Sabía poco de pedagogía, pero si mucho de comunicación mediática y estrategias publicitarias.
La única víctima que pagó con su cabeza el estruendoso fracaso del Sí, se le abona que tuvo el decoro de renunciar, los demás, César Gaviria, Roy Barreras, Armandito Benedetti y demás jefes de la campaña del Sí se cayeron para arriba.
La educación ha demostrado sus profundas debilidades en materia de formación para la democracia y la ciudadanía. La pavorosa abstención y que más de 6 millones de colombianos hayan sido seducidos por la estrategia de mentiras a medias del No, apelando a los más bajos sentimientos de odio e intolerancia, es la demostración de que en materia de formación ciudadana nuestra educación es un verdadero fracaso, para no hablar de los bajos resultados de las pruebas internacionales que nos ubican en lugares vergonzosos en materia de calidad.
Ya está bueno de políticos, abogados, ingenieros,
economistas, o de amiguis ricas,
inteligentes y emprendedoras que se le miden a todo
Ya está bien de retórica educativa. De idílicas y rosaditas promesas sobre la educación como el Ábrete Sésamo de todos nuestros males. Basta ya de creer que la educación cambiará a base de eslóganes educativos. Es hora de nombrar un ministro de la Educación que conozca nuestro sistema educativo, que sepa de sus males y carencias; que conozca el funcionamiento de los colegios y de la enseñanza; que posea un amplio conocimiento sobre el trabajo pedagógico y por consiguiente pueda relacionarse con los maestros y maestras. Ya está bueno de políticos, abogados, ingenieros, economistas, o de amiguis ricas, inteligentes y emprendedoras que se le miden a todo.
Lo que la educación necesita hoy es un ministro que por lo menos haya ejercido la labor docente como profesión y no solo para mejorar su hoja de vida. Un ministro que alguna vez en su vida haya dialogado con los maestros sobre las cuestiones pedagógicas y educativas y no simplemente les haya pedido el voto.
Un ministró que Sí se rodee de educadores, pedagogos, investigadores y científicos, de maestros sobresalientes, NO de tecnócratas administradores, es decir, un ministro que tenga un conocimiento amplio de los verdaderos problemas en el terreno, que tenga un proyecto educativo, que le quepa la educación en su cabeza, un ministro que respete a los maestros y los vea y trate como colegas. Un ministro venido de la educación. Con absoluta seguridad hay muchos en el país que cumplen con estos requisitos.
El presidente Santos puede entregar todos los ministerios a los ávidos partidos de su coalición de gobierno, pero bien podría reservarse para sí el Ministerio de Educación y atreverse a nombrar una persona proveniente del sector educativo. Los colombianos, la educación y los maestros lo agradaríamos y respaldaríamos como un gran paso en la búsqueda y construcción de la paz.