Existía en el imaginario popular la idea esculpida en la dura piedra tradicionalista que el ministro de Educación debía ser siempre un individuo pleno de títulos y estudios y que ,en lo posible hubiese sido profesor en cualquier área. La ministra Vergara, que acaba de irse, era una morena enhiesta, graduada en universidades norteamericanas y había pertenecido a la nómina profesoral del Icesi. Quien la reemplaza es, por su hoja de vida, un economista de la Universidad Santo Tomás, con una maestría modesta y solo había trabajado en la alcaldía distrital en distintos cargos menores. El país lo conocía porque ha sido muy activo como director de la SAE, se ha movido por distintas partes del país y como tiene un perfil distinguible porque es alto, esmirriado y con el ojo derecho ligeramente apagado y viste y habla como los muchachos de ahora, resulta fácil calificarlo despectivamente o clasificarlo como un piloso.
En otras palabras, es la antítesis de lo que se creía pendejamente que debería ser un ministro de Educación. Y mucho más si se revisan su historial en la red y leyendo sus trinos se puede pensar que es un nerd boquisucio, que emplea como casi todos los jóvenes de su generación un vocabulario y un esquema de argumentación liquidacionista. Como tal no le rebaja el hijueputazo a nadie y debe usar el huevón y el marica cual lo hacen permanentemente como estribillos de conversación los muchachos de ahora.
Resulta inquietante dilucidar si ha podido actuar en el gobierno de Petro porque le tienen miedo por frentero
Empero si también se analizan sus actuaciones y su claridad administrativa en el cargo que ha venido desempeñando, resulta inquietante dilucidar si ha podido actuar en el gobierno de Petro porque le tienen miedo por frentero o porque supera con creces las inhabilidades de la gran mayoría de los ministros. Les tocará entonces a los maestros y a las universidades liárselas con un sábalo que a veces tiene perfil de serpiente o de volcán insultante, pero que se hará sentir como ministro.