El papa Francisco ya nos acostumbró a su visión amplia de la realidad, a su perspectiva progresista del mundo, a su manera sencilla de explicarnos a Jesús de Nazaret en tiempos muy difíciles para la humanidad. “Misericordia quiero y no sacrificios”, dice la palabra de Dios. Porque Francisco en su mensaje cotidiano nos transmite la esencia del amor y la Misericordia Divina. Su visión religiosa y espiritual, además de su manera de entender la misma teología, son un escándalo para el mundo.
Sin embargo, tengan en cuenta que los grandes iluminados fueron un escándalo a lo largo de la historia. A sus 83 años de edad Francisco es una de las mentes más jóvenes y lúcidas del mundo. En las antípodas, hoy abunda gente amargada, mojigata, enferma espiritual y moralmente a causa de una manera oscurantista de concebir la realidad humana. Dios ha querido desde siempre que lo divino y lo humano vayan de la mano. Pero no resulta extraño encontrar hoy por hoy personas puritanas, incluso en la flor de la juventud biológica. Son esas mismas mentes enfermas que cuelan el mosquito y se tragan el camello las que se rasgan las vestiduras por las declaraciones del obispo de Roma.
Estos fariseos contemporáneos caen en una profunda contradicción con la esencia del evangelio de Jesús, pues son cobardes a la hora de defender los derechos humanos, o son cómplices con su vil silencio mientras masacran a los hermanos víctimas de crímenes, exterminios y genocidios, y de toda forma de racismo, segregación o discriminación. Las mismas personas que apoyan políticamente a los déspotas y tiranos. Mojigatas, es decir, sepulcros blanqueados, tengan en cuenta esto: Jesucristo generó también un gran escándalo al pronunciar la frase más humana y tolerante de la antigüedad: “el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra”. Fue con motivo de la defensa de la mujer adúltera que iba a ser lapidada por gente hipócrita y de doble moral como ustedes.
En dos mil años la gente sigue igual: dura y severa violenta y ciega y no han interpretado el mensaje del Maestro y Señor.
El papa Francisco acaba de defender la unión civil entre personas del mismo sexo. Es decir, invita a las autoridades civiles a que protejan jurídicamente a una población que a lo largo de la historia ha sido estigmatizada, y muchas veces también masacrada por los intolerantes que tienen por costumbre discriminar, señalar y en últimas lapidar a seres humanos que tienen una afinidad afectiva distinta a la norma social; o mejor, a lo que la sociedad entiende por norma.
No es que ahora los sacerdotes van a casar las parejas homosexuales. Esa bendición en mi concepto es secundaria y por qué no innecesaria. Se trata de algo más importante y trascendental: proteger los derechos humanos, legales, jurídicos de las parejas del mismo sexo en un mundo que está retornando a la barbarie y a la discriminación de épocas que creíamos superadas. Francisco lo que está haciendo es una defensa muy coherente con la esencia del Evangelio: “no juzgues y no serás juzgado. ¿Y por qué miras la paja en el ojo de tu hermano y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?”.