La derecha considera la desigualdad social tan natural e inmutable como el tiempo. Al izquierdista le indigna y procura erradicarla. Ser de izquierda es conocer al pueblo, saber dónde y cómo sobrevive, lucha y sufre. El conservador cree que pobres y ricos nacieron así por designios divinos.
El izquierdista no descarta la validez del socialismo por modelos políticos fallidos, mal aplicados. El plutócrata en cambio lo critica sin fundamento, con sevicia y miopía evidentes, si el capitalismo extremo fracasó para la mayoría del mundo. Casi 3000 millones sobreviven con menos de dos dólares día. Hay 1200 millones, aguantando hambre por culpa del neoliberalismo salvaje, de la derecha extrema, de los conservadores. Y la progresión de la miseria creciente no es mayor, gracias al socialismo chino, que -a pesar de sus errores-, alimenta, da salud y educación a 1400 millones.
La derecha se engolosina en el poder y justifican todo por mantenerse en él, sólo es malo que la izquierda cometa errores, ven la paja en el ojo ajeno, no la viga en el propio, ni luchan por mejorar las cosas. Son explotadores de la ignorancia y la pobreza a gran escala.
El pensamiento liberal profundiza nuestros vínculos con el pueblo, estudiamos, reflexionamos, buscamos cómo llevarle el progreso; fortalece proyectos comunitarios. El conservador es segregacionista, racista, homofóbico y cree su destino manifiesto por obra y gracia del altísimo.
La izquierda actúa por principios. La derecha, por intereses. Un militante de izquierda puede perderlo todo, menos la moral porque le presta un inestimable servicio al conservador, que lo fustiga y lo enjuicia sin miramientos. Se robaron un billón de pesos del internet para interconectar 800 pueblos aislados, para comprar votos en esta campaña a la presidencia, pero van a destituir a una profesora que le donó 200 mil pesos a la campaña del candidato Petro.
El verdadero pensamiento libertario, revolucionario es para servirle a las mayorías desprotegidas, para acabar tantas desigualdades. Un rebelde por convicción daría la propia vida porque otros no la pierdan. No se humilla ante el poder, ni se ufana al conquistarlo. Mantiene mística en su militancia, conoce la historia y es solidario con los desposeídos, tolerante, sin idealizarlos, pues tienen vicios y cometen errores aunque menos que las élites. No son mejores ni peores que los demás, sino que les han privado de lo esencial para vivir en forma digna.
Por eso los hombres de pensamiento libertario estamos al lado de los millones de desposeídos. Es una cuestión de justicia. De proteger con vehemencia sus derechos inalienables. Pero no podemos esperar de ellos actitudes y comportamientos que tampoco hay en los que tuvieron educación plena y toda suerte de oportunidades, como pretende el conservador promedio. En todos los sectores de la sociedad hay corruptos y bandidos. Sólo que en la derecha la corrupción tiene protección de la ley frecuentemente, la justicia es sólo para los de ruana.
Dejen de juzgar, burgueses acomodados en una posición confortable, criticando y señalando a quien lucha por sobrevivir, al que delinque para llevar comida a sus hijos; dejen de acosar al que embaraza a su mujer año tras año, porque el cura prohíbe planificar. O porque no tiene plata para comidita, menos para condones o los anticonceptivos de su compañera. Menos ensañarse contra quienes siendo indios no planifican, entre otras razones, para sobrevivir al exterminio sistemático y la expulsión y expropiación de sus territorios ancestrales.
Espero que la actualmente llamada “gente de bien” entienda como debería funcionar todo el mundo. Y en un acto de grandeza e inteligencia tan esquivas en su estrecho círculo, les remuerda la consciencia y se conviertan a la izquierda libertaria, infinitamente más solidaria y justa que la barbarie y la espoliación conservadoras.