Un lugar civilizado
Opinión

Un lugar civilizado

Por:
mayo 27, 2014
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El año es 1949*. “Un lugar tan civilizado como cualquier otro que se encuentre hoy en el mundo”.

El año es 2014. En una de las principales vías de la ciudad, durante el clímax diario de la tóxica hora pico, un motociclista es detenido por un agente de tránsito. Su desacuerdo con la decisión del agente es evidente; tan evidente, que en el absoluto claro del día, decide convertir el espacio público en un improvisado ring de boxeo adornado por las ensordecedoras bocinas de los vehículos, que rodean el cuadrilátero de cemento hirviente.

Muchos se detienen —protegidos por la coraza metálica de sus vehículos— a presenciar el bochornoso espectáculo. Entre el agresor y su victima sorprendida se interponen algunos ciudadanos anónimos. El motorizado endiablado, al no lograr atacar la humanidad del agente, golpea con fuerza destructora su moto oficial; un carro apenas logra esquivar la embestida, el casco del agente rueda por la vía. Continúa la cacofonía durante diez segundos más, ahora esa misma fuerza destructora del virulento motorizado ya no logra ser suficiente para levantar la moto del oficial; su falta de coordinación logra despertar la misma combinación de vergüenza y pena ajena, en todos los espectadores del magistral video que lo registra:

El tránsito es silencioso: el reglamento urbano prohíbe tocar las bocinas de los automóviles”.

Hice las paces con Matilda, como ella insiste en su vegetarianismo ciclista, yo me como la carne y el seco, mientras ella se come la sopa y la ensalada. No me deja tomar gaseosa; dice que eso es “puro veneno”. El pastel, por el contrario, si nos lo comemos juntos. Vamos a ver el atardecer —aburridor plan de estos adultos contemporáneos— pero un civilizado vecino interrumpe el idilio. Ha decidido talar un frondoso árbol que coqueteaba con la acera; armado de machete montañero, elude las protestas de sus vecinos. Se le alborota el ecologismo a mi Matilda. Vuelve y juega su protesta por la cantidad de basura en la calle; dice que ahora todo es desechable, que un celular no dura dos inviernos, protesta porque todavía usamos icopor y pitillo para servir un café instantáneo en las refinadas oficinas empresariales. Guardo silencio, sé muy bien que no cambiaría mi adicción al plástico y al aire acondicionado por ninguna pelirroja existencialista.

“Sus calles son las más limpias que he visto desde Canadá hasta la punta de Chile; al transitar por las del centro durante el día se deleita uno viendo como crecen las orquídeas en los árboles que las sombrean”.

Se cierra una primera vuelta de elecciones. En nombre del bien común, todos los candidatos se comportan de manera civilizada. Mientras algunos evolucionan las tácticas electorales de Apolinar Moscote, otros sueñan con reflejar los valores democráticos de Arcadio Buendía. Matilda no me deja hablar de hackers, jotajotarendones, ni de debates donde el moderador Vélez monopolice las cámaras. Me dice que no es capaz de seguir así, está convencida de que antes no fue mejor, y que el futuro solo será peor. Siento desfallecer; le explico sobre el progreso, la invito a dar una vuelta en mi carro nuevo, le recuerdo que esta es la civilización que escogimos en el mundo urbano en que vivimos.

“¿Qué es lo que sostiene a esa simpática civilización? Un hondo sentido del bien común. […]Nunca ha habido aquí marcadas divisiones de clases. Hemos tenido que aprender los unos de los otros, concedernos uno a otros iguales oportunidades de avanzar”.

*Todos los textos entre comillas, corresponden a citaciones directas del artículo Medellín: Esfuerzo y Democracia. Selecciones Del Reader's Digest Tomo XVIII, No. 106, Por Michael Scully. Septiembre de 1949. Gracias a mi amigo Santiago por inspirarme.

 

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