Un llamado a la acción en la transformación de la ciudad

Un llamado a la acción en la transformación de la ciudad

Del pasado aprendimos que aún no estamos listos. Del futuro sabemos que debemos enfrentarlo y, por ende, prepararnos

Por: John Fredy Bustos López
mayo 05, 2020
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Un llamado a la acción en la transformación de la ciudad
Foto. Pixabay

Alrededor del mundo el COVID-19 produjo una ruptura en la cotidianidad que empujó a todas las capas de la sociedad a responder contra la expansión del virus dentro de la población, encontrando a través de prácticas cotidianas soluciones para afrontar la situación y la eminente necesidad de convivir con el virus.

En esta ocasión, los de mentes más ociosas tuvimos la oportunidad —afortunada— de reflexionar sobre lo que sería la cotidianidad, llegando a una primera conclusión quizá generalizable: “lo peor que podría pasar es que no aprendamos nada”. Frente a lo anterior, sugiero que dimensionemos ese llamado, pues durante generaciones el conocimiento técnico y práctico ha demostrado que debemos cambiar las formas en las que construimos, además de nuestras representaciones en la ciudad; es decir, debemos transformarnos.

 Tenemos pactos por el clima, la salud, el trabajo, el desarrollo, el ambiente, la biodiversidad, la democracia, entre otros… que siguen ahí ofreciendo alternativas a una sociedad que soñamos. Así pues, me pregunto: si no pasamos a la acción ahora, ¿entonces cuándo? La calidad de vida en las ciudades no puede estar atada a eternos discursos de transformación, pues, como vemos, las brechas de desigualdad siguen haciéndose más profundas y la aparente estabilidad que tenemos muchos ciudadanos es también una ilusión que se ha dibujado a través de informes conformistas que desconocen la cotidianidad de las personas y justifican la existencia de estas a través de una aparente incapacidad para cambiar la situación.

No podría abarcar todos los temas que requieren una transformación, pero desde mi conocimiento sí puedo aportar a la transformación que requieren las ciudades, pues contrario a lo que está ocurriendo en muchos países donde la transformación va destinada a ofrecer garantías para el desarrollo de la vida pública y colectiva, nuestros planes de desarrollo siguen priorizando el encierro en la esfera privada llevando la discusión a una peligrosa relación entre lo público asociado a la enfermedad.

Lo anterior no es un desconocimiento de los riesgos de contagio que se tiene en el espacio público, pero si es una advertencia frente a la omisión que cometen los tomadores de decisiones al desconocer el conocimiento sobre lo urbano y social en relación a la necesidad de espacios amplios, confortables y seguros para el desarrollo de las capacidades sociales, y por ende, la construcción de una sociedad con confianza.

La actual política parece que está llena de bonitas intenciones, aplausos y declaraciones pomposas ante medios de comunicación, pero la práctica y la proyección de los lineamientos de políticas está demostrando que sin importar el polo político del que se hable, estamos ante una carencia de visionarios que piensen en la calidad de vida de sus ciudadanos; pues se olvidan en los cálculos políticos que serán las futuras generaciones las que evalúen los proyectos políticos y quizá la posibilidad de salir victoriosos será mucho más costosa.

El llamado entonces es a los convencidos, a los escépticos, a los indecisos para que pasemos a la acción y cambiemos la cotidianidad, construyamos juntos una ciudad saludable y una ciudadanía activa, pues del futuro sabemos que debemos prepararnos y del pasado tenemos la evidencia que no estuvimos listos. Espero que este clamor no solo sea para las personas que tienen responsabilidad de tomar decisiones, pues se trata también de pequeñas transformaciones cotidianas que van a incidir en nuestro presente y los hábitos del futuro. Algunas sugerencias: impulsar más y mejor espacio público que permita el distanciamiento social, fomentar economías alternativas y locales, cambiar las jornadas laborales, propiciar la movilidad activa como herramienta para reducir la vulnerabilidad por enfermedades asociadas al sedentarismo y a la contaminación del aire, realizar teletrabajo, robustecer la ecología y la educación con perspectiva colectiva, y cambiar los ritmos de vida.

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