Todo era alegría y fiebre amarilla. Que si Pékerman, que si el botín de oro, que la mejor selección, que James fue el mejor jugador del mundial, que se fue para el Real, que Falcao anda en negociaciones, que Cuadrado se puede ir para Barcelona, que Pablito Armero para el Milan. Que Mariana Pajón dijo que ‘era gol de Yepes’. Que Nairo y Rigo se lucieron en la Vuelta a España. Que ganamos los tres primeros puestos en la Indy Car. Que Catherine Ibargüen ganó por quinta vez en el año en la válida de Birmingham, que Barranquilla fue escogida como la sede de los Juegos Centroamericanos del 2018. Colombia prospera.
Mis amigos extranjeros me dicen que este es el momento de Colombia, que la imagen del país en el exterior jamás había sido tan favorable, y que nunca tantas personas se estaban interesando en saber sobre nosotros, sobre nuestro proceso de paz, sobre cómo tal vez nuestro país no es el estereotipo de violencia y drogas.
Pero entonces me encuentro viendo Caracol y pasan un comercial de la nueva telenovela ‘Griselda Blanco, la Viuda Negra’. A esta mujer se le conocía como ‘la reina de la cocaína’ porque fue una dura narcotraficante de los años ’70 que estuvo vinculada al cartel de Medellín, y además se dice fue mentora de Pablo Escobar. Y también se le llamó ‘la viuda negra’, porque se le encontró –nada menos- que asesina de sus tres maridos.
No quiero ni imaginarme cómo será la novela. Sólo leyendo la biografía de la señora puedo formarme una idea de cuán fuerte será el contenido de esta nueva producción, que evidentemente se estrenará en prime time, un horario en el que muchos niños todavía se encuentran despiertos con ganas de ver televisión. No entiendo por qué los principales canales de nuestro país se empeñan en mostrarnos a nosotros mismos la peor cara de nuestro país. A menor escala, la imagen que tenemos de nosotros mismos es lo que los demás ven en nosotros. Entonces cómo pretenden estas personas que en el exterior se tenga una buena imagen de Colombia, si ellos pretenden seguirnos amarrando al fantasma de nuestro pasado, a esas épocas que desearíamos olvidar. Como me enseñaron en una clase hace un año, ‘el papel de los medios está en los criterios para seleccionar una determinada información, resaltar una arista de la verdad’, y los señores de Caracol y RCN siguen empeñándose en mostrarnos la peor.
¿Por qué nuestros niños tienen que querer ser como Pablo Escobar y tener todas las riquezas del mundo, cuando pueden querer ser James Rodríguez, quien desde pequeño fijó su sueño, renunció a drogas y alcohol para perseguirlo, formó una familia, y dejó el nombre del país en alto ante el mundo entero, mientras es estudiante de ingeniería? ¿Por qué no les enseñamos a los niños que Pékerman pasó de ser un taxista para hacer soñar a todo un país habiéndole enseñado a los jóvenes futbolistas que sólo con unión, respeto mutuo y dedicación se pueden lograr los resultados deseados? ¿Por qué no se reproduce la historia de Nairo Quintana, quien nació en una familia campesina y descubrió su potencial como ciclista pedaleando largas distancias para ir al colegio, mientras empujaba también las bicicletas de sus hermanos?
No considero que viva en una utopía, y tampoco soy una fan acérrima del deporte. La verdad del país no es que nos está yendo bien en deportes y por ende, todo lo demás está bien. Al proceso de paz todavía le falta mucho y se encuentra en su momento más escabroso, y cada vez menos personas creen en el éxito de los esfuerzos de Santos. La sequía en la Guajira no merma, y nuestros senadores juegan Candy Crush- perdón, Tetris- mientras se decide qué hacer por este departamento. Más de un centenar de niñas se desmayan en el Carmen de Bolívar y no sabemos si es una intoxicación masiva o una vacuna (que por cierto es gratuita para las adolescentes). El ELN acepta su culpa, pero aún espera que el país reconozca que también tuvo parte en ese asunto. Doña Mechas ya tiene su casita, ¿y los demás? El desempleo sigue bajando, pero consideramos a los artistas callejeros, a los rebuscadores y a quienes venden en las playas, como empleados? Creo que el gobierno sí. Y así podría seguir nombrando la infinidad de cosas que están mal en Colombia.
Pero prefiero ver lo bueno. Prefiero creer que hemos ganado una confianza en nosotros mismos que habíamos perdido. Puede estar basada en una coyuntura, en una buena racha que hemos tenido en varios aspectos, pero que nos ha hecho ponernos la camiseta con orgullo y gritar sin pena que somos colombianos. Y creo que cuando este amor a la patria de uno se despierta, uno entiende que es difícil cambiar ciertas realidades, pero que es posible, que tenemos un mar de riquezas naturales y culturales que podemos optimizar para nosotros y para mostrarle al mundo, que si acabamos el conflicto armado nuestro crecimiento despegaría en porcentajes inimaginables, que podemos exigirle a nuestros gobernantes que cumplan lo que prometieron y que no malgasten nuestros dineros. El que sabe que Colombia es su país, su papá, lo cuida como tal y quiere verlo siempre bien. ¿Pero quién va a querer un lugar donde, según nuestros canales, lo que somos es pura bala y resentimiento?
Así que, con la mano en el corazón, les pido, Caracol y RCN, que se abstengan de reforzar mediante sus programas las malas conductas, las decisiones erradas, el odio y la violencia, y más bien empéñense en cambiarnos la mentalidad por una menos mediocre, más soñadora y más trabajadora. Atentamente, una colombiana que preferiría ver programas con aplausos y risas que con tiroteos y llanto.
