Un liderazgo humanitario en la protesta y el paro nacional

Un liderazgo humanitario en la protesta y el paro nacional

"Ojalá que los líderes del movimiento social logren estar a la altura de las actuales circunstancias históricas"

Por: María del Rosario Vázquez Piñeros
mayo 07, 2021
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Un liderazgo humanitario en la protesta y el paro nacional
Foto: Nelson Cárdenas

La protesta social es un derecho contemplado por la constitución. Y a los colombianos nos sobran motivos de descontento: la política económica, las obstrucciones al proceso de paz, la corrupción, los abusos de la banca y del gran capital, los excesos de integrantes de la fuerza pública, etc. Pero eso no autoriza que se cometan acciones que atenten contra los derechos de la gente. Por el contrario, la protesta social es un reclamo en su defensa: derecho a la salud, a una alimentación sana, a contratos laborales justos, a una atención médica y a una pensión de vejez dignas. Es la dignidad humana la que está en el centro de toda esta confrontación.

Pero sucede que un sector importante de la ciudadanía, inconforme con las políticas gubernamentales y consciente de la legitimidad de sus reclamos, se encuentra horrorizada ante los actos violentos y de sevicia por parte de desadaptados contra agentes de la fuerza pública, las agresiones contra los comercios –incluso de aquellos pertenecientes a quienes apoyan la protesta social–, así como contra otros bienes particulares y públicos. Por otro lado, existe una gran preocupación por el desabastecimiento de alimentos y medicinas que, en general, afecta a los más pobres. Finalmente, también, por los actos de vandalismo contra monumentos culturales e históricos que son patrimonio de la nación.

Los líderes y seguidores del movimiento social han hecho acopio de sacrificio y entereza para defender los derechos de los colombianos. Pero, en honor a la verdad, hay que admitir que al interior de estas movilizaciones existen actores que cometen graves excesos. Al lado de esto, está la preocupante situación de desabastecimiento generada por los bloqueos. Si la protesta continúa, en aras del respeto a los derechos humanos, es de esperar que los líderes del Paro cooperen para organizar corredores que garanticen el paso de alimentos y medicinas. La vida humana no se puede poner en riesgo. Nefasta fue la noticia de una ambulancia obstruida por manifestantes que terminó con la muerte de un niño por nacer.

Por último, como ciudadana e historiadora, lamento la forma en que el Teatro Colón fue objeto de actos vandálicos. La cultura es un derecho que no ha de ser víctima de la barbarie. Son lamentables las noticias sobre manifestantes que están tumbando monumentos que son patrimonio de la nación. ¡La iconoclastia no es la respuesta!, y nunca lo ha sido. El camino es la tolerancia y la creación de espacios de memoria para defender versiones historiográficas que enaltezcan a las víctimas de situaciones de colonialismo y opresión, que, a la larga, somos todos. Los monumentos son parte de nuestra memoria. No podemos negar nuestra historia: Pedro de Heredia fundó Cartagena y Jiménez de Quesada, Bogotá. Las imágenes de estos hechos de vandalismo recuerdan a los talibanes destrozando Palmira. No se puede defender la tolerancia y la inclusión con intolerancia y barbarie. Los fundamentalismos siempre resultan grotescos.

El país está ávido de posturas éticas, tolerantes, defensoras de la dignidad de la persona, de los derechos humanos, de liderazgos ejemplares que generen confianza. Y cuando ahora la ciudadanía siente que se levanta una voz alternativa, termina por quedar en una nueva decepción, frustrada y amedrentada. A estas alturas, doy por descontado que la falta de un criterio ético respecto no solo a los fines, sino también a los medios, va en desmedro del respaldo a la protesta social. ¿Cómo defender una causa justa, si mi estrategia no contempla la forma de proteger los derechos fundamentales y constitucionales de la gente? Cuando la vida y la integridad de las personas está en juego, así como sus derechos constitucionales, no vale argumentar que esos son los costos de la guerra o los costos del progreso –como tantas veces le he escuchado decir a radicales de distinta procedencia ideológica y política– o los costos de unos fines dados, cualquiera que estos sean. No puede haber víctimas inocentes. ¡Porque no todo vale! Y porque el inmenso capital intangible de la legitimidad de unos reclamos y la valentía de quienes defienden esta causa, no puede medrarse por estrategias incoherentes con tales objetivos altruistas. Ojalá que los líderes del movimiento social logren estar a la altura de las actuales circunstancias históricas. No cabe duda de que es muy grande la responsabilidad que tienen en sus manos.

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