En 2021 eran "máquinas de guerra", en 2008 "no estaban recogiendo café": la instrumentalización de los menores en el conflicto armado colombiano está tan arraigado en el imaginario de los colombianos sobre las poblaciones en zonas rurales que incluso los dirigentes del país dejan ver en sus declaraciones públicas estas presuposiciones de una ruralidad armada e inmersa como victimarios en la guerra.
Resalto lo más preocupante: estás no son declaraciones aisladas. Es algo que se puede evidenciar periódicamente en la historia política colombiana, lo cual refleja un entramado de pensamientos y sentires que estereotipan a la población que por décadas ha intentado comprender y, muchas veces, combatir la realidad de guerra en la que se formaron.
Dichas afirmaciones se enraízan en el pensamiento, no sólo de quienes las exponen, sino de todos aquellos que por años han escuchado pequeñas palabras que denotan violencia en medio de una noticia; un discurso, o incluso una conversación informal en su círculo social; hasta moldear la mentalidad de estos individuos y su manera de percibir la guerra en Colombia.
Con esto se genera un círculo vicioso: un poder, ya sea mediático o político, que emite comentarios que estereotipan o revictimizan a los actores del conflicto; un público masivo que los interioriza y reelige a los políticos que representan dichos pensamientos. Los cuales, a su vez, toman decisiones que afectan a la población que de verdad vive en carne propia los horrores de la guerra.