Un hilo rojo que no conduce a ningún lugar

Un hilo rojo que no conduce a ningún lugar

Una crítica a Levy Rincón, Daniel Mendoza y Hollman Morris, a raíz de lo que la autora, antiuribista por cierto, llama “periodismo de izquierda”

Por: Helena Valverde
julio 22, 2020
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Un hilo rojo que no conduce a ningún lugar

Desde hace varios meses veo con preocupación al nuevo movimiento del llámese “periodismo de izquierda”, encabezado desde tres posturas muy diferentes por Levy Rincón, con sus entrevistas y su Notiparaco; Daniel Mendoza, con Matarife; y Hollman Morris, con el control del Tercer Canal. Lo cierto es que no quería verme obligado a escribir este texto. Trataré de ir en orden.

Levy Rincón es un tuitero muy exitoso por la vehemencia tosca con la que se expresa. Comenzó entrevistando e insultando transeúntes en la calle, y ahora cuenta con una plataforma en la que hace entrevistas a diversas figuras de la política. El problema es que Levy ha acudido varias veces a apelativos y calificativos misóginos para mostrar su desacuerdo con las mujeres, apelando a su condición de género y no a las acciones concretas de determinada persona. Este ad hominem, para no ir más lejos, va en total detrimento de la llamada “política del amor”, del progresismo, la igualdad y el respeto, principios por los que, en medio de su inconsistente lógica, parece abogar el señor Rincón. Ante la reducción del debate político a un intercambio de sarcasmos e hijueputazos (y ante la creciente acogida que ha tenido esta forma de expresión) nos encontramos, pues, con una discusión plana, agresiva, sectarista, en el que “o estás con nosotros o estás en contra y, por lo tanto, eres un hijueputa”. Cuando el debate funciona así, carece de sentido. Se convierte en una plataforma en la que convergen odios destructivos. Odios que penetran las fibras mentales del espectador, quien considera que “esa sí es la forma correcta de hacer periodismo. ¡Qué pantalones los de Levy!”, cuando la forma más fácil del ataque es el insulto caricaturesco. Cuando se reemplaza el argumento por la burla, y la coherencia de las ideas por la efectividad de los insultos.

Daniel Mendoza, otro misógino en mi opinión, nos presenta Matarife. Una serie de formato breve en la que se propone revelar los vínculos de Álvaro Uribe Vélez con toda clase de actos y agentes criminales. Cuando vi el primer episodio noté serios problemas de enfoque, y a medida que he ido siguiendo los demás episodios, me he dado cuenta de que el problema es más grave de lo que parece. Dice Mendoza que su intención es ilustrar al gran público sobre las relaciones que muchos conocemos de Uribe con grupos paramilitares, entre otros. Sin embargo, es esta intención (paternalista, en el mejor de los casos) de dar la información “digerida” lo que constituye un serio problema para la construcción del pensamiento crítico del público, es decir, de las personas que componemos nuestra comunidad. Matarife es un hilo rojo: un discurso lineal y hermético, en el que no se deja lugar a ninguna duda, y que está alimentado por el fuego del odio, el resentimiento y la ira. Basta con escuchar el énfasis que da el periodista Mendoza a palabras como “matarife”, “genocida” o “paramilitar”, como si se las estuviera diciendo a Uribe de frente en una discusión acalorada. Es más: la mayor parte de los episodios de Matarife se construyen a partir de una acusación, que por el tono en el que está hecha se convierte rápidamente en un ataque personal, seguida de una afirmación y una vuelta más del hilo rojo sobre las tachuelas.

Ahora bien, que Uribe sea o no responsable de lo que se le acusa en la serie, eso a mí me interesa, pero no me compete. Es más, creo en mi fuero interno que la gran mayoría de las acusaciones son ciertas. Sin embargo, eso no es lo que importa aquí. El problema es la simplificación del discurso y, por consiguiente, del debate. No se puede educar a lo que se llama “el gran público” (concepto, por lo demás, paternalista y clasista) por medio de la omisión de la complejidad de los hechos y sus implicaciones. Esta no es una forma adecuada y mucho menos pedagógica de hacer periodismo. Al contrario, lo que genera es una corrupción del pensamiento crítico, un recurso más que pareciera pertenecer a los sectores propagandistas de la extrema derecha que al progresismo con sentido social que dicen defender. Convertir al “propio” en juez y al “otro” en enemigo es una de las tácticas que rechazamos muchos de los electores que nos sentimos cercanos a los sectores alternativos, pero pareciera que hoy en día es esa búsqueda de enemigos lo que impulsa al discurso desde la izquierda. Los mecanismos del odio no tienen partido, y pueden operar perfectamente debajo de cualquier pensamiento y convicción.

Yo no soy antiuribista porque odie a Uribe, a quien no conozco, sino porque tengo pensamiento crítico y porque no necesito que me digan cómo es que se piensa “bien”. Por eso no deja de ser curioso cómo estos tres personajes atacan tanto al llamado “bienpensantismo” cuando están ubicados en una posición tan moralista.

Hollman Morris, por su parte, actúa como un propagandista descarado, y el circo que está haciendo con el Tercer Canal no tiene nombre. Su discurso es manipulador, farsante, libre de toda duda y no busca balance en ningún tipo de contrapeso. Además, algo que me parece una muestra de cómo el discurso mediático de la izquierda se asemeja al de la extrema derecha es el uso de los nombres propios como nombres de organización: ¿Los Gustavos?, ¿Los Danieles?… ¿no recuerda eso a Los Pepes y Los Paolos? No se puede ser ciego a esos lugares del discurso. No se puede omitir la importancia de cada palabra y de la forma en que está dicha. No se puede desoír el subtexto. No se puede omitir el valor estético de la palabra y de la comunicación porque, cuando se pierde la posibilidad de ver el mundo con los ojos del otro, cuando no podemos conectarnos por medio de la empatía, lo único que nos queda es un hilo rojo, tenso, que no conduce a ningún lugar.

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