Culminando la segunda década del siglo XXI, la situación internacional dista mucho de lo que el politólogo Francis Fukuyama, norteamericano de origen japonés, vaticinó a principios de los años noventa en su libro El fin de la Historia y el último hombre. Fukuyama trataba de hacer creer que la nueva era de la hegemonía estadounidense como única superpotencia se explayaría por los siglos de los siglos. Los acontecimientos contundentes de la realidad objetiva le dejaron la teoría como una baratija.
Aún no se han terminado de recuperar los Estados Unidos, la Unión Europea y Japón de la profunda recesión de 2018, que se inició con la quiebra de Lehman Brothers Holdings y se esparció por los sectores más encumbrados del sector financiero y el aparato productivo internacional, teniendo que acudir en su auxilio la banca central de los países desarrollados pero dejando en el camino un estela de quiebras, desempleo, bolsas en saldo rojo, etc. Además de Lehman Brothers, muchas otras entidades bancarias y financieras formaron esa tormenta perfecta por la codicia de banqueros sin escrúpulos con la única intención de ganar dinero de acuerdo con la ley fundamental del sistema capitalista de la máxima ganancia.
Una década después, el rasgo de la época es la superproducción de las grandes potencias, obligadas a buscar mercados quebrando las economías de los países emergentes y acreciendo las deudas fabulosas, que se tornan impagables, a lo que se suma el predominio creciente del capital financiero a escala global. Como lo corrobora el analista económico Aurelio Suárez, en los Estados Unidos “en finanzas, cinco grandes bancos controlan 46,53% de los activos cuando iniciando el siglo solo tenían 28,6% (...) si bien la producción mundial de bienes y servicios en 2018 estuvo alrededor de 85 billones de dólares, la deuda general de gobiernos, hogares, empresas financieras y no financieras suma 247 billones. Y si las acciones bursátiles valen casi 75 billones de dólares y los derivados financieros llegan a 550 billones, puede aseverarse que existen 10 dólares de dinero por cada uno que se produce. De ahí que la especulación financiera termine siendo la principal fuente presente de ganancia en los índice a futuro del dólar o petróleo y en acciones en bolsa”.
En medio de este desorden bajo los cielos (como lo llamó Mao Tse-Tung en los años sesenta del siglo pasado), se agudizan las contradicciones entre EUA, mayor potencia mundial en declive, con sus antiguos aliados de la Unión Europea, ya que esta última está pensando en políticas más autónomas, incluso en disponer de un ejército que no dependa de la Otan ni de Washington, como lo han dado a conocer desde Bruselas. Pero la contradicción principal de EUA es con la segunda potencia económica del planeta: China, como ya lo anunciaba Obama y lo corrobora Trump con la guerra comercial desatada, que se puede transformar en guerra monetaria, sin descartar el enfrentamiento militar, para lo cual no se debe soslayar la importancia de Rusia, ahora aliada de China, con importante arsenal nuclear.
En este breve relato hay que observar la política errada del gobierno de Duque de alinearse en forma por demás abyecta con la potencia del norte cual “patio trasero”, hipotecando nuestra soberanía económica en contra de los intereses nacionales. Esta política está plasmada en el Plan Nacional de Subdesarrollo, de los más obsecuentes que se conozcan a favor de los intereses extranjeros en materia económica, de servicios públicos, pensional, salud, educación, y que enfrenta la resistencia de amplios sectores sociales, sindicales y de pequeños y medianos empresarios que preparan grandes movilizaciones y el paro nacional del 25 de abril próximo.