En anterior columna (Las 2 orillas, agosto 16) señalaba que mientras no hubiera coincidencia en relación con los propósitos que se buscan y a los principios que los inspiran no alcanzaremos el Gran Acuerdo Nacional al que todos aspiramos.
Parte del ‘desacuerdo nacional’ es respecto a qué proceso estamos viviendo y qué representa el actual gobierno. Pareciera que no hubiera claridad respecto a que no es lo mismo un gobierno de izquierda que una propuesta de revolución comunista.
Se desconoce que el M-19 fue una insurgencia en protesta por el robo de una elección a un partido político populista de derecha como era la Anapo; que nunca incluyó en sus propuestas acabar la propiedad privada, o estatizar los medios de producción, o expropiar las tierras; que no fue apadrinado como las Farc, el EPL o el ELN por los sistemas esos sí comunistas de la Unión Soviética, China o Cuba. Que nunca tuvo nada de ‘comunista’ y por eso se insertó fluidamente en el sistema electoral democrático, y que respetándolo y dentro de sus reglas accedió al poder.
El cambio para orientar nuestra institucionalidad hacia una mayor equidad social y una relación sostenible con el planeta es saboteado por quienes se ven afectados por la forma en que toca sus condiciones de privilegio
Aprovechando la ignorancia, la ingenuidad o a veces la falta de criterio de la gente, pero malintencionadamente, perversa y en forma maliciosa, existen personas o sectores que propician la confusión. El intento de un cambio para orientar nuestra institucionalidad hacia una mayor equidad social y una relación sostenible con el planeta es saboteado por gusquienes se ven afectados por la forma en que toca sus condiciones de privilegio, o limita su capacidad de ejercer sin control alguno su poder (sea económico, político, mediático, social, académico o de cualquier posición de ventaja que tengan).
El presentar la elección de Petro como la toma del poder por la guerrilla y por el ‘castrochavismo’ evita el debate sobre la orientación que deben tener las reformas que se proponen, y además justifica utilizar también ‘todas las formas de lucha’ para contener ese ‘peligro’.
Por eso se acude a inventar escándalos como el de pretender que en Casanare el resultado electoral fue ‘contaminado’ por la participación y/o contribución en la campaña de un personaje que nunca tuvo contacto con los cuadros oficiales responsables, que en su momento no estaba calificado como delincuente, y que, hasta donde ha salido en las ‘revelaciones’, lo único que hizo fue festejar en su residencia el triunfo del candidato que le gustaba. Que hubiera podido hacer mítines por su cuenta, o que después hubiera sido sentenciado, no significa que esto fuera responsabilidad de la campaña, o, mucho menos, que éste hubiera sido determinante para los resultados. Y el intentar descalificar las explicaciones dadas al respecto por ser producidas un año después -como si esto fuera un intento de engaño- es obviar el hecho que en esa época no existían razones para dar explicaciones sobre un escándalo que no existía.
Algo similar sucede respecto al caso Nicolás Petro. Cuando el Presidente uso la expresión ‘yo no lo crié‘ solo terminaba la descripción del hecho de que las circunstancias de su vida -el tiempo en prisión, el tiempo en la guerrilla y la ruptura con la madre- hicieron que no desarrollara el vínculo de padre a hijo ni participara en su formación. No era una negación de algo que sí había existido sino la explicación de por qué no había sido su responsabilidad el desarrollo de la personalidad de su hijo.
Y el intento de alegar una falta de legitimidad en la elección por lo que su hijo reconoce haber hecho es una distorsión deliberada del efecto que pudo tener. No está establecido que los dineros del Turco Hisaca o que los del Hombre Malboro sean de narcotráfico (ni parece pudieran serlo); no está establecido que fueran las sumas mencionadas por su exseñora (por el contrario han sido reconocidas como entregadas pero por valores menores); se acepta la palabra de los dos cuando dicen que les entregaron esos dineros para la campaña, pero no cuando aclaran que se los apropiaron y nunca llegaron allá; y no se hace la cuenta que si se gastaron en un adelanto de 600 millones como anticipo para un apartamento, un par de centenares en un Mercedes y una buena cantidad en vivir como ricos, los menos de 100 millones que hubieran podido aportar personal y directamente en algún evento por su cuenta (y no a través de la campaña) no alcanzaría a tener ninguna incidencia en las resultados de las votaciones. Lo inquietante es que entre la falta de coincidencia en los propósitos, y la distorsión y el perverso manejo de los medios para impedir la ‘gobernabilidad’, lo más probable no es solo que no lleguemos a lo que aspiramos y necesitamos, sino que avancemos hacia un futuro peor y más violento del presente que vivimo