Esta mañana me subí al TransMilenio con las dificultades de siempre. Una vez adentro, y apretujado como siempre a esa hora, quedé de frente a una joven estudiante de medicina del Rosario. Al pasar los minutos observé que la chica se quedó mirando al cielo y cayó desmayada. La gente alrededor, jóvenes todos, de tes morena y acento extranjero, que los diferencia de nuestros costeños, inmediatamente la rodearon y protegieron.
Yo cogí el morral y el celular de la chica que quedaron a mis pies. Al parar el bus, en la siguiente estación sugeri sacarla y llamar a un policía. Un joven venezolano la alzó y la dejó en el pasillo. Otras jóvenes le auxiliaban con lo que podían. La estudiante fue despertando mareada. Otra chica le dio una bebida y se quedó con ella atendiédola. Le entregué el morral y el celular. La chica dio gracias. Ya estaba recuperándose.
Lamentablemente, no había un policía, ni un funcionario, que brindará apoyo de primeros auxilios para esos casos, y sobre todo en un sistema tan gigante de transporte masivo.
Estos casos evidencian que la mayoría de extranjeros son gente buena y noble que han huido de sus países producto de perversos sistemas y dirigentes políticos. Tanto de derecha como de izquierda.
Que la solidaridad de los pueblos de todo el mundo están por encima de cualquier interés geopolítico o de cualquier otro.