En marzo del año pasado, comenzó a implementarse el acuerdo de descontaminación y limpieza de minas antipersona y residuos explosivos de guerra, en dos veredas ubicadas lejos del desarrollo, pero en la mitad de la guerra.
Este acuerdo, fruto de la madurez de las conversaciones en La Habana entre el gobierno de Colombia y las Farc, inició como una medida de desescalamiento del conflicto y de construcción de confianza, en medio de prejuicios, temores, lenguajes antagónicos, sueños y esperanzas, al interior de un equipo multitarea, integrado por diversos actores: delegados de las Farc, el gobierno con profesionales de la dirección acción contra minas, soldados del Batallón de Desminado Humanitario, ciudadanos noruegos de una organización de desminado, y la comunidad, como un factor catalizador que agrupando sentimientos, exponiendo fuerza y autenticidad desde sus propias visiones, ayudaron a construir confianza, para consolidar un gesto en beneficio de la paz.
Sobre dos veredas comenzó el trabajo: Orejón en el municipio de Briceño, en el departamento de Antioquia; y Santa Helena, en el municipio de Mesetas, en el departamento del Meta, con particularidades geográficas, sociales, económicas y políticas, propias de la ruralidad nacional, que ha vivido en medio de la confrontación.
Orejón, ubicado en medio de agrestes montañas de la cordillera central, unida por una maltratada trocha, hecha por encomenderos a punta de pala y pica, distante en verano a 4 horas de Briceño, muy cerca del Bajo Cauca antioqueño, con 85 campesinos trabajadores, representativos de las montañas antioqueñas, que resistieron el fuego cruzado de los fusiles de las Farc, Bandas Criminales y del accionar legítimo de nuestra Fuerza Pública; los campesinos de Orejón, acostumbrados a trabajar el café y su agricultura artesanal, rodeados de exuberante naturaleza, cercados por cultivos de coca, algunos resistentes jornaleros, y que por costumbre a las reglas impuestas por el frente 36 de las Farc, sabían por dónde caminar, para alejarse de las minas antipersona.
Santa Helena, con 100 campesinos, algunos colonos, dentro de un territorio “fariano” desde hace más de cincuenta años, zona de influencia del Bloque Oriental, donde existen dos generaciones que han convivido con las Farc. Santa Helena, hizo parte del territorio de la antigua zona de distensión, muy cerca del corazón de La Macarena, al oriente del río Duda, sin servicios de uso público, a 9 horas tortuosas en vehículo desde Mesetas; esa tierra considera a las Farc como un benefactor, porque según la comunidad, la guerrilla gestionaba los servicios de medicina, y era el principal proveedor de bienes y servicios.
En principio, al interior de los equipos y sobre ambas comunidades, prevalecía la desconfianza; hubo dificultades de comunicación, hasta rayar en la hostilidad. “No nos creíamos, no nos tolerábamos, nos enfrentábamos exponiendo nuestras ideas”, construida sobre las líneas de la lógica de la confrontación. Soldados y guerrilleros no intercambiaban información; la comunidad temerosa del repliegue de las Farc, desconfiadas por la presencia del gobierno, al que acusaban de facilitar el ingreso de las multinacionales, temiendo que el desminado era un disfraz que iba tras la erradicación de los cultivos de coca.
Durante las primeras semanas del proyecto, las Farc preservaban su ventaja política, el status quo que construyeron sobre estas comunidades rurales. Los delegados del gobierno sospechaban que el delegado de las Farc, en Orejón, era determinante sobre los cultivos de coca que rodeaban la vereda; impotentes llegaron a sentirse ante su capacidad de influir sobre la periferia del proyecto; antes de las elecciones de nuevos alcaldes en octubre de 2015, se sospechaba que algunos candidatos enviaban mensajes a las Farc, para pedirles permiso de hacer campaña sobre territorios farianos.
Algunas mujeres de la comunidad de Santa Helena colgaban sobre sus cuellos un collar que las identifica como “mujeres farianas”; no hubo otra opción que contratar a un colaborador de las Farc, para que condujera el vehículo que entraba los pertrechos y logística hacia el campamento del Desminado Humanitario.
En la medida que retiraban las minas de la tierra, los valientes soldados del Ejército de Colombia, en la medida que escuchábamos en silencio al otro, en la medida que teníamos que compartir horarios, comida, espacios lúdicos; en la medida que la comunidad recibía más atención, en la medida que escuchamos sus relatos una y cien veces, los hombres y mujeres de las veredas hacían la catarsis de sus dolores, angustias, frustraciones y desconfianzas; en la medida que se construyeron mesas de trabajo, que se establecían nuevos espacios de participación ciudadana, la comunidad fue aprendiendo a relacionarse de otra forma con las Farc desarmadas y en presencia de los delegados del gobierno..., se fueron tejiendo lazos de respeto y de confianza, entre todos.
Fue evidente que las Farc, brindaron información adecuada sobre la localización de los artefactos explosivos, acompañaron los estudios técnicos y estrategias de señalización sobre las áreas contaminadas; suministraron puntos de referencia que permitieron detallar las áreas peligrosas; los soldados recibieron información de valor sobre los componentes químicos de las minas, sus sistemas de instalación, sobre el cómo las fabricaron, y sobre puntos de referencia aproximados, que orientaron la ubicación de las minas.
Las lecciones que se aprendían en Orejón, permitieron fortalecer los procesos del enlace comunitario en Santa Helena, y las Farc acompañaron metodologías de educación en el riesgo; fue de gran utilidad el conocimiento del terreno y su noción de la comunidad.
Fue así que los proyectos pilotos finalmente alcanzaron altos niveles de confianza; los mitos y sospechas se derribaron con nuevas reglas y mecanismos de convivencia: se usó la fotografía, la atención médica, visitas frecuentes a las casas de los campesinos, almuerzos comunitarios, concursos de pintura, jornadas de aseo y encuentros de fútbol. Estos mecanismos cimentaron la confianza entre todos; facilitaron visibilizar la comunidad, relacionar mejor a los soldados y las Farc.
Delegados de las Farc desde LHB y delegados del gobierno, efectuaron visitas de balance, en las que participaba la comunidad y que potenciaron la confianza hacia el proyecto de desminado.
Luego de seis meses, el comportamiento de los delegados de las Farc pasó de ser prevalente a ser más coherente con el espíritu de los proyectos de descontaminación; hubo mujeres en cada delegación de las Farc y su presencia fortaleció la consistencia del enlace comunitario; las mujeres mostraron disciplina y carácter conciliador, facilitando la armonización de narrativas.
Desde veredas vecinas a Orejón, algunos pobladores han manifestado que no sembrarán más coca y que esperan participar en los proyectos de sustitución de los cultivos ilícitos.
Las relaciones entre soldados y Farc, pasaron de la desconfianza, al respeto; a la complementariedad, hacia el intercambio de información relacionada no solo con el mundo de las minas; las historias al interior de sus tertulias, están llenas de cotidianidades y de lecciones de la guerra.
Cuando se derribó la barrera de la desconfianza, hubo más diálogo y concertación; cada integrante del equipo multitarea ayudó a construir visiones comunes, en función de restituir los derechos de las comunidades y de usar la tierra con plena libertad.
Los delegados de las Farc sobre el terreno, han apreciado que existen otras formas de relacionarse con la comunidad y con el gobierno por fuera de la guerra; este ejercicio de desminado humanitario, ha permitido convivir en paz sobre lugares donde se había estancado una guerra intensa y dolorosa; hoy existe discusión colectiva, concertación sin armas y sin imposiciones.
En ambas veredas, se lograron construir nuevas reglas de democracia, normas de convivencia que se respetaron y que permitieron condiciones de confianza y trabajo en equipo.
Las lecciones aprendidas, podrían tomarse como guía para multiplicar el Desminado Humanitario en cientos de veredas del país, que registran alta contaminación por minas, quizás más extensas que Orejón y Santa Helena, quizás con mayores complejidades. Existen desafíos de seguridad ciudadana y territorial, nuevos desafíos de reconciliación, desafíos de articulación interinstitucional y enormes desafíos para la consecución de recursos, que permitan intervenir las zonas con mayor afectación por minas antipersona.
La comunidad no solo espera el desminado, espera mucho más allá de la eliminación de la amenaza de las minas; clama por la instalación de servicios. Lo cierto es que las comunidades rurales de estas dos veredas, poseen una fuerza incontenible que convirtieron lo imposible en un gesto de paz, posibilitando un camino seguro hacia la reconciliación.