En el receso inhale-exhale, de la acostumbrada jornada mañanera de atletismo, justo ahí me detuve en la inmensidad de un extenso platanal. Venía balbuceando una canción de Beyonce, aquella doncella que fue esculpida por dioses. Recordé las innumerables veces que sonaba ese contagioso ritmo y que ponía a bailar a todos. Todos incluyen los gays, lesbianas, y los heterosexuales que se gozan este tipo de rumba.
Regreso de nuevo a la rutina atlética, me invaden recuerdos que vale la pena resaltar; porque a pesar de los grandes tropiezos que todos tenemos en este efímero y aturdido pedazo de galaxia, no todo es tan perverso. Cuando digo perverso, es la derivación de estilos de vida que se llevan en cada uno de nosotros, y que por alguna circunstancia es señalada, difamada, criticada y hasta no aceptada.
En el sigiloso mundo de los homosexuales, es habitual encontrarse con estos pretextos insolentes que solo frustran, adormecen y desmoronan a quien rodea esta oscura sombra. Pues bien, aunque el mundo exterior esté asimilando y creyéndose el intermitente cuentico que “no tengo nada en contra de ellos”, o “los tolero”; no son más que musarañas para negarse a la idea que somos igual que ellos, y que estamos en igualdad de condiciones.
A propósito de la igualdad y todo este cuento de la inclusión, sumándole el excelente desempeño de algunos funcionarios públicos que abiertamente expresan su homosexualidad, los que vemos en la televisión, los que oímos en la radio, los que leemos en los distintos diarios, los que desconocemos; o aquellos que aún esconden en el armario su verdadera identidad, aquellos que ejercen un papel fundamental en esta sociedad estrafalaria, que apunta con dardos afilados a los que tenemos gustos distintos, a los que tenemos una ideología opuesta a nuestros padres, a nuestros familiares, a nuestro círculo social.
Pero tengo una inquietud ¿tiene que existir la influencia de personajes públicos para la aceptación de los gays? me refiero a la afinidad y la aceptación a la sociedad de esta comunidad; personajes como Madonna, Lady Gaga, Ellen DeGeneres, Elton John, George Michael, entre otros. O que tal si nos venimos a la geografía colombiana: Claudia López y su esposa Angélica Lozano, Felipe Zuleta, Esteban Cortázar, Alejandra Borrero, Brigitte Baptiste, y estos son algunos de la baraja de personajes gays que no han tenido temor de ser aprobados y señalados por la sociedad que culturalmente no acepta a estos individuos.
Entonces, es más que evidente que no hay que ser popular, tampoco aceptado en una sociedad para decidir nuestros gustos, que esos discursos que aún se oyen en las iglesias, en los de algunos políticos ya son obsoletos, pertenecen a la retrógrada idea machista y homofóbica que culturalmente la sociedad ha alcahueteado.
Creo que ya es hora ¡perdón! No creo, estoy más que seguro que la sociedad deje a un lado sus costumbres conservadoras, apostólicas y cristianas, y acepten que un gay no es un alienígena, que no somos seres de pecado, que gay no es sinónimo de promiscuidad o enfermedad venérea. También es hora que nuestras amigas cambien su retórica de “eres el hombre ideal”, “yo te vuelvo hombre”, “lástima” o el más irritante y hasta ofensivo “yo siempre he querido tener un amigo gay”.
Concluyo este artículo con una anécdota homofóbica que me impulsó a flexionar mis falanges en este teclado. Esta mañana en una de esas discusiones políticas con mi hermano. Él, no desconoce mi inclinación sexual, tuvo la desfachatez de afirmar que el peor error de Sergio Fajardo fue su fórmula a la vicepresidencia. “La vieja es buena, pero es arepera”. Que indignante.
También dedico estas letras al joven gay que fue rechazado con advertencias de expulsión de una famosa y conocida cadena de restaurantes en Bucaramanga.
