La última semana dejó en claro que el principal problema que vive el país en este momento es enfrentarse a un futuro político totalmente incierto. Eso no quiere decir que detener el asesinato inconcebible de líderes sociales haya dejado de ser una absoluta prioridad, o que las dificultades propias de una economía con un crecimiento lento tengan serias implicaciones sobre el bienestar de la sociedad, o que la posibilidad de que la paz se enrede deje de ser importante. Por el contrario, estos temas y todos los demás que deben resolverse, se han complicado aún más por la dificultad de tener claro el futuro político del país.
El anuncio del expresidente Uribe de su renuncia a su curul en el Senado le produjo a uribistas y antiuribistas, un gran escalofrío. En esta sociedad tan llena de odios en la cual los canales de comunicación entre muchos sectores se han roto, la decisión de la persona que sin duda ha acentuado esta profunda división, ha ahondado mucho más las diferencias. De esta forma, cuando se requiere serenidad y diálogo constructivo, son las fuertes pasiones que nublan la mente, las que están predominando. Una parte de Colombia se niega a aceptar que puede haber razones de fondo para esta reacción del expresidente y la otra también se niega a aceptar que no las haya. Odio que va odio que viene.
Como si esto no fuera ya suficientemente caótico, la actitud del expresidente no ayuda. Para quienes no comparten su manera de ejercer la política, es difícil combinar dos realidades. Primero, su reacción inmediata de renunciar cuando tuvo la información de las investigaciones de la Corte y su actitud posterior de que era simplemente un montaje. Para quienes lo apoyan, esta última es la única tesis que aceptan y la defenderán hasta el final. Además, ha dejado en suspenso al país, la demora en la entrega de su carta de renuncia al Senado y por consiguiente la postergación de su aceptación o no por parte del Congreso de la República. Pareciera que la vida de los colombianos, su cotidianidad hubiese entrado en una etapa de total incertidumbre y esto paraliza todo. Desde lasdecisiones nacionales hasta las personales. Difícil recordar una situación similar.
Renunció cuando tuvo la información de las investigaciones de la Corte,
su actitud posterior, que era simplemente un montaje.
Para quienes lo apoyan, esta es la tesis que aceptan y defenderán hasta el final
Esta semana que comienza es decisiva. La carta de renuncia del expresidente que aparentemente ya está presentada, trae como siguiente paso el debate sobre su aceptación o su rechazo. Se escucharán voces alteradas, acusaciones sin la suficiente aclaración de lado y lado y, por consiguiente, una total confusión en el país. En ese contexto, cuando el poder político se encuentra en semejante encrucijada, nada realmente importante se podrá decidir y obviamente el costo lo sufrirán los millones de colombianos, la mayoría de los cuales no pueden hacer nada distinto a esperar.
En este escenario lo más grave es la carencia de un verdadero liderazgo, entre otras, porque es el momento ideal para los oportunistas. Esos que todavía creen que este país tiene dueños que pueden decidir qué es lo que tiene que hacer un presidente, como lo han demostrado los empresarios. También, y probablemente eso no lo han pensado los poderosos de este país, esas fuerzas oscuras que rodean al país y ese paramilitarismo histórico, más antiguo que la guerrilla, que florece fácilmente, encontrarán la oportunidad para jugar sus cartas llenas de sangre.
Por ello, el llamado es a la sensatez porque es mucho lo que está en juego. Esa gran división que hoy vive Colombia será puesta a prueba porque las dos partes deben asumir la responsabilidad de que esta incertidumbre se resuelva lo más pronto posible, de acuerdo a la Ley, respetando la separación de poderes y con un lenguaje que no encienda más los caldeados ánimos que ya se sienten en el país.
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