Muchos se preguntan hoy, de qué forma el ingeniero pasa de ser un desconocido que no marcaba en las encuestas, a un candidato tan popular al punto de ser tendencia en las redes sociales.
Rodolfo, o cualquier otro que tuviera que enfrentar a Petro en primera o segunda vuelta, automáticamente se convertirían en el favorito de los que visceralmente no se lo pasan. Esto es fácil de entender.
Pero la pregunta es: ¿De dónde aparecieron tantos votantes por el Ingeniero?
Podríamos deducir, que se repartieron en alguna pequeña proporción los votos de Fico con Rodolfo.
Por otra parte, la tendencia en redes le jalonó votos no amarrados a las maquinarias. Pero, ¿Qué despertó entre el pueblo tanto interés para sumar tantos votos?
La figura que Rodolfo representa es la de un hombre inmanejable, autoritario, tosco, vulgar, patán y ruin en el trato con quienes se atreven a contradecirlo.
Entonces, ¿En qué se diferencia la cachetada de Rodolfo al concejal, del coscorrón de Vargas al escolta y que le costó la presidencia?
En que Vargas agrede a un trabajador y Rodolfo a un político. Esto representa parte de los sentimientos reprimidos de quienes quisieran hacer lo mismo.
Pero… ¿Qué lo ha hecho viral?
La repetición y repetición del discurso que hace parte del lenguaje de las tiendas de barrio y de cualquier reunión de trago y cerveza, en que el colombiano se reúne en torno a dos temas que son el deporte nacional:
La política y el fútbol. Es decir, el lenguaje que maneja Rodolfo es el que manejan los borrachos “arreglando el país”.
En otras palabras Rodolfo al buen estilo de Goebbels repite constantemente lo que el pueblo quiere oír y que le es fácil de digerir, por tener concordancia con su sentir, y las pasiones que lo mueven.
Por esto cala su discurso entre la franja de abstencionistas e indiferentes, que igualmente lo son por decepción, más que por desinterés.
Y aunque ignorante del estado, tendrá que rodearse de alfiles para que le marquen el rumbo de la dirección del país. Al que nadie que no sea de sus complacencias, le podrá poner un tope a sus excesos.