“Es preciso despertar y organizar la solidaridad en tanto que necesidad biológica de mantenerse unidos contra la brutalidad y la explotación inhumanas” (Herbert Marcuse, 1967).
Desde el año 2019 se han venido desarrollando una serie de estallidos sociales en diferentes países de América Latina que evidencian un profundo descontento con las medidas económicas y políticas que los gobiernos han implementado en los últimos años, y con las cuales se ha profundizado la desigualdad, la exclusión y el deterioro del medio ambiente. Aunque desde los diferentes medios afines al poder se ha intentado mostrar los efectos negativos de las acciones de los manifestantes, los impactos económicos de los bloqueos o la vulneración de los derechos generales, es claro que las protestas solo son la punta de un iceberg en cuya base hay problemas históricos que deben resueltos de una vez por todas.
Sin embargo, como era de esperarse, los estallidos populares han producido tal temor en los gobiernos y élites dominantes, que en lugar de reconocer las fallas estructurales han desempolvado la vieja estrategia de la Guerra Fría del marcartismo para inventarse enemigos que justifiquen intervenciones desproporcionadas, como las vistas en los últimos días en Colombia. Se ha buscado por todos los medios desarrollar conjuros para repeler un fantasma que recorre América Latina desde la última década y que ahora tocó las puertas en Colombia: el fantasma de las necesidades insatisfechas, las voces no escuchadas, de sectores históricamente marginados. Se exigen cambios estructurales que permitan a las nuevas generaciones una posibilidad de construir alternativas de futuro en medio de una crisis que ha puesto a toda la humanidad a ser consciente de las consecuencias de sus actos y decisiones.
En la intención por buscar enemigos se ha desconocido que las masas de gente que han sido registradas en las principales ciudades movilizándose expresan un conflicto con la quietud y pasividad que se ha pretendido imponer como modo de vida, una respuesta contundente contra la resignación ante la privatización de los servicios básicos, la negación del disfrute efectivo de los más elementales derechos y el engrosamiento de cinturones de miseria en los grandes centros urbanos. Contrario a lo que creen ciertos miembros de la tecnocracia empresarial latinoamericana, el libre mercado y el desmonte del Estado no trae progreso sino por el contrario agudiza las contradicciones al interior de las sociedades hasta hacerlas estallar. Un caso ilustrativo es el del estallido chileno en 2019: toda la explosión fue producida por el aumento en los pasajes del metro en los que se hicieron evidentes las consecuencias de los veinte años de dictadura neoliberal y los treinta de una falsa democracia servil con los intereses de los sectores económicamente más poderosos. Este fantasma que recorre América Latina no es ni una estrategia comunista para toma del poder, ni la aplicación de la "revolución molecular disipada", es una explosión de aquellos sectores que se resisten a ser absorbidos por una racionalidad que en su despliegue es irracional o, en palabras de Marcuse (1985) un sistema unidimensional absorbente.
Lo que ocurre en las calles de las principales ciudades de Colombia es un abierto desafío a fuerzas que se han sostenido históricamente en el poder a partir del uso de la violencia que es mediada por una narrativa que presenta a todo aquel inconforme como un “trasgresor” de las normas que impide el desarrollo habitual de la vida. En respuesta, se da paso a la invención de otro que altera el proyecto de unidad que se está intentando desarrollar, supuestamente en beneficio de toda la comunidad. Este otro —llámense vándalo, guerrillero, terrorista— se presenta ante el imaginario colectivo como una amenaza considerable y por lo tanto debe dársele tratamiento de guerra a su irrupción en el espacio público. Es por esto por lo que no resultan extrañas las declaraciones del presidente de Chile, por ejemplo, cuando afirmó que “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso” (DW, 2019) o de la vicepresidente de Colombia cuando aseguró que "Nosotros sabemos que no es solamente por la inconformidad que hay en Colombia. Sabemos que hay una red internacional de apoyo para estimular ese malestar social. Tenemos certeza de que hay plataformas que desde Venezuela y Rusia han venido moviendo buena parte de todos estos mensajes en las redes sociales” (La FM, 2019). Estas declaraciones del año 2019 resultan muy importantes en el presente, pues lo que está en juego es también la legitimidad de los procesos sociales que se disputan en el campo de los imaginarios.
Esta retórica, aunque en muchos aspectos parezca inverosímil y carezca de sustento real, es uno de los elementos más eficaces para lograr la implementación de los proyectos neoliberales y evadir la responsabilidad de las élites gobernantes en las consecuencias subyacentes. De hecho, ha sido una de las formas más efectivas que se desarrollaron desde principio del siglo XX para construir un consenso en torno a la efectividad del sistema económico, así como de decisiones políticas trascendentales para las naciones aun cuando haya fuertes oposiciones. Noam Chomsky se percató del carácter totalitario del capitalismo a finales de los setenta y demostró cómo una correcta articulación de represión física con un óptimo manejo de la opinión pública podría garantizar el despliegue de todo tipo de proyectos avalados por el consentimiento libre y racional de un grueso número de la población. El pensador norteamericano llamó a esta estrategia “ingeniería del consenso” retomando el concepto de la estrategia implementada por el publicista Edward Louis Bernays, clave en la propaganda política durante las Guerras Mundiales y la Guerra Fría (Acosta, 2008). Fue mediante esta estrategia que los Estados Unidos lograron sin problema ganar la confrontación ideológica que sostenían con la Unión Soviética y lograron exportar su modelo de vida como el adalid de desarrollo y progreso. Esta estrategia fue clave en Latinoamérica y estuvo apoyada por los golpes de Estado y las persecuciones sistemáticas, toda una estrategia que expone la contradicción central de la lógica de la dominación: perseguir a los opositores para defender el derecho a oponerse.
En síntesis, ante la escalada de levantamientos populares que tienen lugar en América Latina en general, y en Colombia en particular, es preciso agudizar el análisis y comprender el verdadero fantasma que persigue estas regiones. Más que prever con cierto optimismo un cambio radical, es preciso asumir esta situación como una confrontación dialéctica que abre las posibilidades de transformaciones en beneficio de las mayorías excluidas. Las protestas en América Latina deben ser entendidas como la irrupción de aquellos excluidos en la dialéctica histórica que jamás se detiene. “Por esta razón, es de una importancia que sobre pasa de lejos los efectos inmediatos, que la oposición de la juventud contra la “sociedad opulenta” reúna rebelión instintiva y rebelión política” (Marcuse, 1985, p. 8).
Para concluir esta reflexión y darle importancia al reflexionar sobre lo que ocurre en la realidad vigente, es preciso traer las palabras que sirven de epígrafe a la obra Los miserables, de Víctor Hugo:
Mientras, a consecuencia de las leyes y de las costumbres, exista una condenación social, creando artificialmente, en plena civilización, infiernos, y complicando con una humana fatalidad del destino, que es divino; mientras no se resuelvan los tres problemas del siglo: la degradación del hombre por el proletariado, la decadencia de la mujer por el hambre, la atrofia del niño por las tinieblas; en tanto que en ciertas regiones sea posible la asfixia social; en otros terminos y bajo un punto de vista más dilatado todavía, mientras haya sobre la tierra ignorancia y miseria, los libros de la naturaleza presente podrán no ser inútiles.
Bibliografía
Leal, K. (12 de diciembre de 19). La FM. Desde Rusia se promueven marchas en Colombia, dice Marta Lucía Ramírez.
Marcuse, H. (1985). El hombre unidimensional. Barcelona: Planeta agostini.
Matos, E. A. (2009). Imperialismo del siglo XXI: las guerras culturales. La Habana: Abril.
Piñera, S. (21 de octubre de 2019). Deutsche Welle. Piñera: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso”.