Colombia es un Estado oligárquicamente degenerado. Una afirmación válida hasta el próximo 7 de agosto. Por lo menos.
¿Pruebas? Muchísimas verdades de perogrullo que saltan a la vista, que se caen por su propio peso, que las tienes a la mano: el alto coeficiente Gini que nos muestra como el séptimo país más inequitativo del mundo, la mitad de la gente embutida en el ancho y hacinado saco de la clase menos favorecida por la diosa fortuna, la violencia desadorada y ancestral contra líderes sociales, la concentración de la propiedad de tierras rurales en unos minoritarios clanes familiares, las superganancias de los bancos, y… la fresa del pastel: la onerosa deuda externa que ha servido para que la oligarquía neoliberal se forre los bolsillos de dinero mal habido gracias al principio maquiavélico, desfachatado y tautológico de “plata es plata”.
En el amplio plano de la corrupción ―se dice que es como el espíritu santo: está en todas partes, pero nadie la ve―, son evidencias contundentes los innumerables procesos venales entre los que están el sonado caso de coimas por la multinacional Odebrecht, el cartel de la contratación en Bogotá, el escándalo de Fonade o de la “mermelada tóxica”, el de la Triple A de Barranquilla y la operación Acordeón, el cártel del sida, las situaciones de corrupción electorera en los comicios legislativos de 2018, el desfalco a Ecopetrol, el atraco billonario en Reficar, el cártel de la toga, el cártel de la chatarrización, el cártel de la hemofilia, el robo a la gobernación de La Guajira, la comunidad del anillo, la malversación en construcciones de los Juegos Nacionales realizados en Ibagué, el carrusel de la educación en Córdoba, el escándalo Interbolsa, el timo de Agro Ingreso Seguro, el robo imperdonable a los niños a través del Programa de Alimentación Escolar PAE, casos en devoluciones del IVA en la Dian, el carrusel de las cirugías plásticas, el desaforado reparto de mermelada en el Congreso, la contratadera con la Universidad Sergio Arboleda, múltiples contratos amañados en las FFMM, el entramado para cogerse un % de los fondos OCAD-PAZ; la contratitis nepotista en entidades territoriales, etc., etc., etc.
La RAE trae tres acepciones pertinentes del concepto Estado: “5. m. País soberano, reconocido como tal en el orden internacional, asentado en un territorio determinado y dotado de órganos de gobierno propios. 6. m. Forma de organización política, dotada de poder soberano e independiente, que integra la población de un territorio. 7. m. Conjunto de los poderes y órganos de gobierno de un país soberano.”
Son ideas conexas a Estado las de país, nación y gobierno.
País es un término que se asimila a Estado, como se pudo ver antes. “Nuestro país es muy rico, nadie lo podrá vaciar / si no que cuente la historia si alguien lo pudo quebrar”, dice la canción Milonga de lo peor, del gaucho-neogranadino Piero. Es en alusión a Argentina, pero igual la frase calza como anillo al dedo a nuestro país. “País de mierda”, espetó el comentarista deportivo César Augusto Londoño tras la muerte de Jaime Garzón, el 13 de agosto de 1999.
Un país es defendido por fuerzas armadas (así se diga que no tiene ejército, como puede ser Costa Rica o El Vaticano), reconocido por lo menos por algunos países (caso Lugansk o Donetsk, en el martirizado terreno ucraniano), e incluso si se considera que no tiene un territorio en el que ejercer su soberanía (caso Palestina).
Nación es la gente, el recurso humano, el alma estatal, el conjunto de 50 millones de nacionales a los que podemos agregar los residentes extranjeros: unos dos millones de venezolanos y cantidades menores de ecuatorianos, peruanos, brasileros, argentinos, árabes, europeos, norteamericanos, asiáticos, africanos y otros.
El gobierno central es el que mueve el timón en el barco del Estado. Cuando entra un nuevo capitán, se cambia parte de la tripulación y se puede dirigir la nave a otras aguas y atracar en otro puerto.
Para eso es que cada cuatro años elegimos un presidente.
A partir del domingo 7 de agosto vendrá un proceso de trasformación hacia un Estado popularmente empoderado, digámoslo así, o sea un Estado social de derecho, tal como lo proclama la Constitución. Esto podrá ser lento por la marca neoliberal en leyes, contratos, tratados internacionales, empréstitos públicos, etc., por lo que te recomiendo llenarte de paciencia.
De tal manera que el lunes 8 del mes creado por el emperador romano Octavio Augusto te toca normal, salir a laborar. O a buscar trabajo. O a darle rienda suelta al ocio, quizás en el andi-pa-arriba, andi-pa-bajo (que podría servir para ir a una biblioteca pública y leer un poco, lo que por cierto aconsejo, de ser el caso).
Los empleados seguirán sudando la gota gorda para conseguir para la papa. Los trabajadores estacionarios abrirán el puesto. Los ambulantes saldrán a vender sus mercancías en calles, aceras y plazas. Los ejecutivos asistirán a cubículos, casetillas, oficinas o escritorios. Los obreros marcarán tarjeta en fábricas, bodegas o áreas de construcción. Los teletrabajadores, en casas o apartachos, teclearán y moverán ratones en los computadores. Los choferes conducirán sus taxis, camiones o buses. Los campesinos laborando en tareas agrícolas o pecuarias. Los mototaxistas y bicitaxistas trasportarán a sus clientes.
Quizás ya se puede cantar “…pronto todo cambiará… no pierda fe, no pierda fe, no pierda fe”, como dice el cantante y compositor salsero Henry Fiol en el tema-protesta Ahora me da pena.
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