Las tradicionales escenas del agente secreto camuflado de paisano leyendo el diario mientras de reojo ‘sabuecea’ los movimientos de su presa, o desde un auto filma disimuladamente antes de seguirlo a prudente distancia, ya hacen parte de la prehistoria del espionaje, al igual que las picapedreras chuzadasa las casi extinguidas líneas telefónicas fijas, que tanto practicaron en el extinto Departamento Administrativo de Seguridad, DAS, cuando sus directores Noguera y María del Pilar Hurtado, en tiempos de seguridad democrática, ordenaron grabar conversaciones de magistrados, políticos de oposición y periodistas para filtrar calculadas informaciones a los medios de comunicación buscando desprestigiarlos y manipular la opinión pública a su antojo.
Con la revolución digital, la universalización del internet y la masificación de los cada vez más sofisticados celulares integrados gracias a los satélites, tenemos la posibilidad de comunicarnos con nuestros familiares y amigos, sin importar en qué continente estén. Además, desde una pequeña pantalla móvil disponemos de una biblioteca ambulante, variada fuente de entretenimiento, podemos monitorear la presión arterial, ubicar cualquier dirección, etc.
También le facilitamos el control de nuestras vidas al Gran Hermano que avizoró el escritor inglés George Orwell, cuando escribió su novela 1984, anticipando la fecha de lo que vino a hacerse kafkiana realidad despuntando el siglo XXI.
Eso me lo acaba de confirmar un documental de History Channel sobre las implicaciones en nuestra privacidad, cada vez más violada, con nuestro consentimiento, que tienen los sistemas de identificación física y sicológica instalados desde sus redes por Facebook, Linkedin, Verizon, entre otras, a las que les brindamos nuestros datos personales para que gracias al seguimiento de algoritmos estudien nuestros gustos de consumo, aficiones, temas de lectura, opinión, etc, para vincularnos con personas afines y ofrecernos publicidad de las grandes empresas privadas a las que venden información personal.
Pero como lo denunciaron las filtraciones a Wikileaks echar por Snowden, sus principales clientes también son las agencias de seguridad, como la Agencia de Seguridad Nacional, NSA, del gobierno de los Estados Unidos, que por orden del entonces vicepresidente Dick Cheney, a raíz del atentado a las Torres Gemelas, ordenó almacenar desde los satélites toda la información circulante por celulares y redes sociales en todo el mundo y por primera vez, en los Estados Unidos, violando la Constitución.
Ya los rusos liderados por el superagente Putin, cuando fue director de la antigua KGB, demostraron en el propio terreno de los gringos, lo que pueden hacer manipulando redes sociales con noticias falsas en contra de Hillary Clinton, al influir en la elección del presidente Trump.
En Colombia, los más aventajados en asuntos de espionaje y manipulación de opinión pública, desde tiempos del DAS, lo demostraron cuando la votación por el plebiscito para aprobar o rechazar el acuerdo de paz con las Farc, atiborrando redes con cuentas y noticias falsas replicadas masivamente a través de Facebook y Twitter para que votaran por el no.
Lo cierto es que las agencias de seguridad del Estado, ciberdelincuentes, saqueadores de cuentas bancarias, guerrilleros, paramilitares o delincuentes comunes, con ayuda de hackers avezados, pueden servirse de la gran red de vigilancia electrónica, reconocimiento facial, de voz y dactilar que hoy ofrecen la gran cantidad de cámaras instaladas desde los satélites, en calles, negocios, viviendas y nuestros multifuncionales, coquetos y entretenedores celulares que cargamos en bolsillos o dejamos bajo la almohada, y además de comunicarnos, nos ubican por GPS, para que el Gran Hermano, que puede ser una agencia de seguridad estatal o un grupo delincuencial, sepa dónde estamos y acceda a nuestra información personal y financiera. ¡Ventajas de la posmodernidad!