Una esperanza recorre Colombia: la esperanza del progresismo. Todas las fuerzas de la vieja Colombia se han unido en santa cruzada para detener esa esperanza: el titiritero y el títere, Vicky y Caracol, los corruptos radicales, los paramilitares y los narcotraficantes, los ñeñes y los contratistas, los traficantes de influencias y los empresarios de la corrupción.
¿Qué progresista no ha sido motejado de comunista o castrochavista por sus adversarios en el poder y en los medios? ¿Qué partido o corriente del Pacto Histórico, a su vez, no ha lanzado, tanto a los representantes más avanzados de la oposición como a sus adversarios reaccionarios, su proyecto progresista, sea como invitación a la unidad o como contrapropuesta de modelo?
De este hecho resulta una doble enseñanza:
1) Que el progresismo está ya reconocido como una fuerza por todos los sectores de la vida política de Colombia, y como una genuina esperanza hacia el futuro. Los corruptos temen perder sus zonas francas, sus centros comerciales y sus fortunas obtenidas exportando artesanías; las masas populares lo ven como una propuesta redentora.
2) Que ya es hora de que los progresistas de Colombia entera materialicen sus conceptos, sus fines y sus tendencias desde el gobierno, que opongan a la leyenda del fantasma del castrochavismo la materialización de sus propuestas de reivindicación de derechos sociales para los colombianos y de desarrollo económico para nuestro país.
Con este fin, los progresistas de los más diversos sectores de la nación colombiana se han reunido en torno al Pacto Histórico y le han propuesto al país el más serio proyecto de transformaciones sociales, ambientales, políticas y económicas para Colombia, proyecto que se expresa en los idiomas del respeto, el amor, el ambientalismo, la igualdad, la paz y el desarrollo.
Las más recientes encuestas señalan que la mayoría de la población de Colombia se inclina a abrazar esa esperanza progresista.