Siempre se ha dicho y sostenido que, en la política, los extremos se encuentran y, sobre todo, después de aquel pacto entre Hitler y Stalin que culminó incumplido en la Segunda Guerra Mundial. Como aquí en Colombia la polarización aceleró los choques entre izquierda y derecha con más intercambio de miedos, rencores y mentiras que de ideas, hemos observado sin sorpresa que lo que los colombianos identifican como extrema izquierda y extrema derecha (Petro y Uribe) coinciden en un punto que consideran fundamental dentro del abanico de propósitos de la una y la otra.
Aunque por motivaciones y objetivos distintos, la izquierda petrista y la derecha uribista se la jugarán por la convocatoria de otra constituyente. Petro, según la derecha, para repetir el experimento inicial de Chávez con un orden jurídico que le facilite la viabilidad de su proyecto político; y Uribe, según la izquierda, para meter en una nueva Constitución otro articulito que restablezca la reelección presidencial. Mientras los incondicionales del uno y el otro se restriegan agravios en la cara, ellos piensan en lo que más les conviene personalmente, el uno con la patria incrustada en su "corazón grande” y el otro con el anzuelo de la “Colombia Humana” en su sardónica sonrisa. Al fin y al cabo, de sus entrañas son pedazos.
Ambos lo tienen claro, y hacia allá vuelan. Petro con sus propias alas y Uribe con las de Iván Duque. Ahora la encrucijada es doble, porque Iván Duque no solo enfrentará el incordio de la “evomanía” de Uribe con la Casa de Nariño, sino la cosquillita de reelegirse él también si no le va mal con la banda cruzada en el pecho. Dios lo vea, pues detrás de las pasiones encarnizadas de Uribe contra Santos, la verdad real de su permanencia en la política es redimirse de la cicatriz que le dejó la Corte Constitucional con la inconstitucionalidad del referendo reeleccionista. Nada lo enardece más que una derrota, y pocas cosas lo estimulan tanto como el deleite de una venganza.
Aun cuando hay mucho interés, sobre todo en los medios de comunicación, por oír de boca de los candidatos propuestas sobre los problemas nacionales, las expectativas de varios de ellos y sus campañas convergieron hacia la mecánica electoral posible antes de la primera vuelta, y entre la primera y la segunda la carrera estrecharía los márgenes entre las candidaturas con más respaldo. No será lo mismo si pasan a la segunda vuelta Duque y Vargas Lleras que Duque y Petro. En la primera hipótesis, desaparecería el temor al castrochavismo; en la segunda, no es seguro que Petro capitalice las derrotas del mismo Vargas Lleras, De la Calle y Fajardo, salvo que lo dispare una sorpresa improbable.
No será igual si pasan a segunda vuelta Duque y Vargas Lleras que Duque y Petro.
En la primera hipótesis, desaparecería el temor al castrochavismo;
en la segunda, no es seguro que Petro capitalice las derrotas de los otros candidatos
Es cierto que Colombia es un país conservador. Pero, ¿continuaremos vacunados contra una reacción del pueblo raso por los abusos de la fronda política que lo ha desdeñado, a lo largo de dos siglos, al tiempo que consiente y beneficia a los insaciables factores de poder (gremios, contratistas, cacaos, monopolios) a costa de sus sacrificios y privaciones? ¿No surge la fuerza de Petro de su expedita comunicación con las clases populares, de su demanda de equidad social y de su fe en la búsqueda de un Estado eficiente ahora que abundan los escándalos en las entidades prestadoras de servicios transferidas a particulares de mano larga, nacionales y extranjeras?
Hay más hechos que palabras en el hervor de este escenario decepcionante.
Existe una tendencia que se redujo en puntos porcentuales para los dos punteros en la última encuesta, y podría variar de nuevo con los debates entre los candidatos. Casi todos son buenos expositores y el país querrá saber si, aparte de las simpatías y las antipatías, cómo y con qué herramientas combatirán la corrupción, la inseguridad, la exclusión social, la pobreza, los déficits, la crecida deuda externa, las injusticias tributarias contra los asalariados, los privilegios fiscales concedidos a los poderosos, los diferendos internacionales que siguen amenazando nuestra soberanía en tierra y mares, etc. Entonces sabremos si los arrebatos emocionales tienen más poder decisorio que el examen sereno de lo que ofrezcan los aspirantes presidenciales. Hay aciertos que catapultan y disparates que desmoronan.