En un día desconocido de 1945, Ana Frank, la niña judía de quince años que sufrió, lucho, resistió y escribió en el anexo de un edificio en Ámsterdam (Holanda), moría de pulmonía a raíz de la estadía en un campo de concentración Nazi en Bergen-Belsen (Alemania).
No es necesario profundizar en el genocidio judío a mano de las fuerzas nazis, abarquemos al sujeto como diría Michel Foucault, en este caso Ana Frank. En Norte de Santander, y en las líneas que contienen dispositivos limítrofes también se narran los diarios, los diarios de esta frontera, y no es 1945, es 2018.
La tecnología no ha sido la única que ha tenido evolución, el concepto de guerra y su aplicación también. A tal punto de asegurar que vivimos en la tercera guerra mundial. Esta lucha global vivida hoy en carne propia es silenciosa, fragmentada, estratagema, violenta, mediática, insensible y despiadada.
Cuando los que gobiernan se saturan de poder, sordoceguera y locura, lo despiadado e inimaginable se vuelve rutinario y normal. Es ahí donde los rebeldes se secunden del polvo de la injusticia, y empiezan a narrar para que las siguientes generaciones escuchen sus memorias, su pasado, y nunca abran el espacio para que el terror vuelva a ser abominado.
Así como los judíos tuvieron a Ana Frank, esta frontera tiene una cantidad de jóvenes rebeldes que escriben todos los días, para que la memoria de esta gigantesca frontera nunca desaparezca. Aquí, lo más importante, no es la fama, ni siquiera el dinero, porque existe un lapso que los une a decir lo que sienten en sus años de vida transfronteriza. La sangre que les corre por las venas está en deuda con esta pacha mama que los vio nacer, que sus gobernantes disimulan, y que sus identidades los moviliza.
Cúcuta y su área metropolitana, agobiada por la violencia de la franquicia paramilitar, pero no tanto como lo es por el gobierno y su ramificación de corrupción que solo agrede a los más pobres, porque siempre los jueces terminan dando casas por cárceles, beneficios y otros incentivos, cuando al pueblo solo le queda el desfalco y necesidades.
Cuando los gobiernos, la televisión, la radio y otros medios de comunicación callan la verdad, los narradores de frontera salen a flote, a decir la verdad, también a ser perseguidos, a ser señalados, porque para los injustos hay una gran necesidad de seguir en silencio. Seguramente en la mente de cada narrador sigue en pie esta frase ¡Nunca más guardaremos silencio!
De las historias de terror, desapariciones forzadas, juvenecidos, destierros, limpiezas sociales, y todas las formas conocidas de inyectar el miedo, son vividas desde muy pequeños por estos narradores. La frontera los obligó a sobrevivir en este límite, donde el debate es vivir en la oscuridad del silencio, callar o simplemente no volver a respirar.
Esta corrupción que se esparce de pie a cabeza en el país, es nuestra verdadera guerra interna, a un más cruel que la que se vivió con las farc. Colombianos asesinando a colombianos, gobernantes robando al pueblo colombianos, el mismo pueblo que cada cuatro años escoge otros dirigentes para lo mismo, para que los roben. Es un ciclo, una ruleta sin esperanza.
El pueblo debe escuchar a sus hijos, y decir ¡no más al terror! Esa es una de las fórmulas de salir de la crisis que a traviesa esta ciudad. No es necesario esperar a que sus narradores también desaparezcan a raíz de las balas de la injusticia, fría y cruel. Siempre estarán a tiempo de cambiar el rumbo de nuestra historia, la historia de esta frontera.
“Las balas más mortíferas no son las de hierro, sino las que están formadas de pensamientos vacíos”.
Los narradores de frontera.