En nuestro amplio y diverso idioma “español-colombiano” existe una gran variedad de adagios populares, uno de los más frecuentes (sino es el más popular) que se adecuaría a una campaña electoral seria: “interés, cuanto vales”. Ahora me pregunto, ¿interés, cuánto vales?
Una lechona, dicen unos; una rifa de un electrodoméstico, dicen otros; un mercado, murmuran los más necesitados; y comienza una serie de “truquillos” entre políticos para atraer al pueblo. ¿O acaso serán diez ($10.000) mil pesos?
Los más correctos dirán: ideales, esfuerzo, amor, dedicación; pero… que dilema. Comienzo a pensar que me encuentro ante un gran dilema, como atraer a las personas sin romper con mis principios éticos y morales; cómo hacer que me escuchen sin que me pidan cualquier tipo de ayuda económica; la pregunta es ¿cómo?
Alguna vez escuche decir de una persona, quizá muy sabia para muchos “yo doy mi voto… a quien me ofrezca más”, interesante, pensé e inmediatamente mi mente me transporto a una de las épocas más lindas de mi vida, mi infancia. Comencé a recapitular algunos de los momentos compartidos con mi padre y ahí estaba yo, un pequeño niño con su papá en una subasta ganadera; sí, una subasta. Y comienza la faena, y al final de la venta de algún bovino dice a quien se le conoce como el “martillo”: “quien da más, quien da más a la una… a las dos… y a las… tres”
“yo doy mi voto… a quien me ofrezca más”, interesante pero discutible.
El voto, por naturaleza es la esencia de la democracia participativa; podemos elegir y también ser elegidos; es tan importante el voto, que si no estamos conforme con las actuaciones de esa persona elegida popularmente, tenemos mecanismos constitucionales para revocarle el mandato (por ejemplo). Vender un voto, es vender el futuro de tu municipio, departamento o país; el voto no es una mercancía, ya que su valor no se puede medir o comparar con una suma de dinero; el voto es el camino hacia la libertad.
Sigo pensando en el ¿cómo? Y comienzo a revisar libros de historia, buscando una respuesta, y sí, ahí estaba… Una justificación. A falta de respuesta, una triste justificación. 18 de agosto de 1989, el caudillo Liberal Luis Carlos Galán Sarmiento es asesinado y con él, muere la fe. La falta de fe, y sumado el virus de la corrupción dio paso a una época en donde algunos que dejaron de creer, se dejaron comprar, y esto se volvió tan común, que a nadie se le hace extraño que una persona venda su conciencia (voto), por cualquier “miseria”.
La respuesta al ¿cómo?, simple en teoría: conciencia. Ahora a la práctica, teóricamente imposible. Suena “trillado” pero es real, el cambio está en cada uno de los ciudadanos de nuestro país; no es quien me da más, es quién da más por su municipio, departamento o país; el voto es tuyo, es tu derecho ejercerlo libremente, pero es tu obligación hacer un buen uso de él; fe es creer; y por eso conscientemente, cumpliremos con nuestras obligaciones y haremos valer nuestros derechos y diremos nuevamente: yo creo.
Jaime Jusep Zuluaga Giraldo.
Abogado, Universidad de San Buenaventura seccional Cali
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