Y entonces recibí la llamada de algunos doctores, muy honorables senadores de la república y otros célebres señores del Cauca, no tan blancos ni tan señoriales como la doctora doña Paloma o el exaltadísimo doctor don Negret, para ir a novelear la tan famosa minga del suroccidente.
Teniendo en cuenta las informaciones de la otra hidalga y blanquísima prensa capitalina, advertí a los convidadores oficiales sobre las incomodidades de movilización que se presentaban por culpa de esos indios, negros y alpargatudos campesinos, que una vez más exponían a las gentes de bien del Cauca y de Bogotá a no poder transitar por la convulsionada y ahora abandonada carretera Panamericana.
A eso del mediodía, por fin llegamos al sitio de concentración de la minga, luego de un tortuoso trasegar por una de las miles y olvidadas vías terciarias que aún, en pleno siglo XXI, siguen tal cual las dejaron los indios, antes de la conquista, los españoles en sus virreinatos y los doctores republicanos hace tiempos atrás.
Con sorpresa constatamos que, a pesar de lo cacareado por los doctores periodistas de Bogotá, en la minga también participan negros, campesinos, ecologistas, universitarios, desplazados y sobre todo los desilusionados de los eternos acuerdos firmados y reafirmados por los gobiernos, desde la época de upa, que no se han cumplido y, que por obra y gracia del reversazo a la paz, ahora se ven casi lejanos de ser cumplidos por un gobierno que no se reconoce como Estado y que se excusa peregrinamente con la pretensión de no ser el responsable de haberlos firmado.
Se respiraba un clima de distensión desconfiado. Los temibles y aterradores agentes del Esmad habían cesado su arremetida supertecnológica y avasalladora en contra de la maltrecha, pero tozuda, resistencia popular. La carretera, aunque bloqueada, estaba en paz.
Los doctores senadores, reunidos con los representantes de todos los sectores sumados en la minga, estudiaban con recelo el aviso del doctor don presidente Duque de acceder a cumplir con la invitación, que él graciosa y desfachatadamente había desechado por obra y gracia del cansancio ocasionado por las extensas jornadas dedicadas a organizar un concierto en la frontera con la República Bolivariana de Venezuela.
Como esas cosas de la alta política a rato son tan enrevesadas, misteriosas e inciertas, decidimos con otros convidados al Tour Minga 2019 ir a constatar de primera mano el estado de la vía Panamericana. Con el corazón palpitando a millón por hora, nos desplazamos junto con varios mingueros al sitio de la discordia.
Durante el recorrido escuchamos las mil y una historias, según los mingueros, de las épicas batallas ganadas el superpoderoso Esmad, que sin compasión alguna, según los migueros, recurrió y recurre a todas las formas de lucha, en aras de cumplir con las órdenes del notablato caucano y colombiano en boca del doctor ministro de defensa, quien, en últimas, define que se hace o no, ante la pusilanimidad del gobierno departamental y algunos locales, quienes a pesar de haber aprovechado el caudal electoral indio, negro, campesino, estudiantil o víctima del conflicto, ahora no dicen ni pio, ante la barbarie de los antidisturbios.
En esas estábamos, caminando la ruta de la minga, cuando de frente, sin previo aviso, nos topamos con la verdadera realidad de esos y esas mingueras, que ante la imposibilidad de las vías gubernamentales o políticas, decidieron salir a la carretera para que les paren bolas. Esa realidad, rarísima, pero bella realidad de los más que son tratados como los menos, nos dejó a la vera de la Panamericana, observando un mini torneo de futbolito, banquitas, futbol sala, o como se llame, entre las mujeres de la minga del Cauca, versus las mujeres de Caldas, el Huila o el Valle, asentadas, allá en la Panamericana a la altura del norte del Cauca, luchando por las reivindicaciones históricas de los indios, los negros, los campesinos, los estudiantes, los profesores, los asalariados y la mujeres.
Entre puntapié y puntapié a una improvisada pelota de trapo, entre risa y risa, entre vivas y vivas, estaban todas estas mujeres, jugando fútbol a la espera de la decisión de un presidente encargado de resolver los problemas de este Cauca, de este Huila, de este Valle, de este Nariño, de este Chocó, que aún esperan que don Duque le saque un tiempito a Colombia y deje de estar pendiente de Venezuela y de estarle poniendo trabas a esta paz.
La tranquilidad de la protesta les permitió a estas mujeres y a los migueros hacer un campeonato femenino de fútbol, así la Fedefutbol y la Dimayor colombianas hayan decretado que el fútbol femenino es cosa de lesbianas, y que las gentes de bien del Cauca y Bogotá hayan sentenciado que la jodedera de los indios, los campesinos, los profesores, los trabajadores, las mujeres y los estudiantes no es más que una expresión del castrochavistasmadurismo... es que según doña Paloma, lo que necesita el Cauca es una especie de muro de Trump para separar las buenas personas de los facinerosos que se la pasan día tras día en un día de minga.