Un decálogo para la ultraderecha criolla

Un decálogo para la ultraderecha criolla

Acá las diez reglas que todo uribista parece seguir

Por: Oscar Mauricio Pabón Serrano
enero 18, 2019
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Un decálogo para la ultraderecha criolla

La ultraderecha, una ideología política definida como extremista, tomó gran fuerza e ímpetu discursivo en el año 2016 cuando se desarrolló la campaña del plebiscito para refrendar el acuerdo final firmado entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las Fuerzas Armadas de Revolucionarias de Colombia. Fue así como el presidente Santos, arriesgándolo todo y tras una arriesgada estrategia política, abrió la puerta a la embestida recargada del uribismo, sometiendo dicho acuerdo a la aprobación popular y posibilitando el éxito electoral de un discurso poderosamente polarizador. Los réditos de las truculentas estrategias mediáticas de la extrema derecha –que echó mano de la manipulación, la desinformación, los fake news y la posverdad– son indiscutibles, la imposición del no en el plebiscito, además del triunfo en las elecciones legislativas y presidenciales del 2018, comprueban lo dicho.

Por estas razones se quiso construir el decálogo del efectivo y peligroso discurso de la ultraderecha criolla, construido a partir de su identificación en las redes sociales, pero sin intentar ajustarlo al rigor de los textos consagrados de la Ciencia Política. A continuación, les presentó las 10 reglas o directrices de la feligresía uribista, con profundo calado entre las gentes de la ultraderecha intelectualmente más estructurada o entre los más desapercibidos ciudadanos diluidos en el fondo de las clases populares:

 

  1. La homofobia. El primer aspecto que quiero destacar en este decálogo es el de la personalidad homofóbica y machista de la ultraderecha, aspecto que no es exclusivo entre los militantes de esta ideología política, pero que si se supo aprovechar por su fuerza discursiva en un país aún acompasado por las tradiciones y el pensamiento conservador. Aquí solo es necesario recordar la tergiversación de los temas relacionados con la ideología de género, la discriminación constante de la comunidad LGTBI y la descalificación de este debate por tratarse supuestamente de asuntos que solo tienen que ver con cosas de “maricas” enfermos o desviados. Recuerden ustedes que el senador Roberto Gerlein afirmó que el matrimonio igualitario golpeaba la concepción de la familia, que el sexo entre homosexuales es escatológico y con fines recreativos, todo esto para criticar el “lobby gay” que supuestamente se estaba haciendo en Colombia.

 

  1. Falsos laicos. Algunos sectores de la ultraderecha colombiana aparentan cierta aprobación de la necesaria separación que debe haber entre los asuntos de la política y la religión, o de la Iglesia y el Estado, pero por otro lado manifiestan actitudes vinculadas al catolicismo maniqueo y no faltan aquellos que interiorizan a raja tabla el fanatismo intolerante del pastor de cualquier iglesia protestante de barrio. De ahí, que se refieran al debate de la eutanasia, el aborto o el matrimonio igualitario como cosas que tienen que ver con el demonio y el pecado, pero no abordan la discusión en términos de los derechos civiles o las libertades individuales. Está claro que la defensa de las posturas laicas en un país donde son determinantes las diferentes formas de religiosidad en cuanto a su vinculación con el poder y la política, resulta trasgresor e impopular.

 

  1. La xenofobia. La fobia a los extranjeros y el miedo a “los otros” es un rasgo que viene tomando una fuerza peligrosa entre las gentes de este convulsionado país. Por causa de la crisis en Venezuela el número de ciudadanos de este país se incrementó notablemente, según cifras oficiales, en septiembre de 2018 se contaron 1.032.016 venezolanos en Colombia. En este contexto, la estigmatización del movimiento migratorio venezolano no se hizo esperar, al tradicional discurso de odio y accionar racista, clasista y aporófobo de la extrema derecha; se le sumó la xenofobia; ahora argumentan que en nuestro remanso de paz todos los problemas asociados a la delincuencia, la inseguridad, el desempleo y la informalidad son por culpa de los migrantes venezolanos. No es necesario extenderse en explicaciones para comprender cómo la difícil situación venezolana ha sido el caballo de batalla para el resurgimiento de los gobiernos neoconservadores y de ultraderecha en América Latina.

 

  1. Proamericanismo. Producto de una ingenuidad política abismal y un desconocimiento histórico del papel de Estados Unidos en los conflictos internacionales del siglo XX, los buenos patriotas de la extrema derecha colombiana -y por supuesto la gente del común- están convencidos de las buenas intenciones de la potencia norteamericana y confían en el respaldo que Donald Trump daría a Colombia cuando soplen los vientos de guerra con Venezuela. Asimismo, se creen el cuento mediático según el cual Rusia, Irán, Corea del Norte, Cuba, Siria, entre otros, son los países que conforman el eje del mal, como si fueran los únicos “malos” o “Estados canallas” de la Historia Universal. Algunos están convencidos de estar aún en medio de la Guerra Fría.

 

  1. Desconocen la historia y niegan la existencia del conflicto armado en Colombia. En un sentido más profundo y académico, esta discusión está relacionada con el reconocimiento del estatus de beligerancia a los actores que participan en un conflicto armado interno, reconocimiento político indispensable para iniciar cualquier salida negociada al conflicto. Aquí también debemos acordarnos que durante el gobierno de Álvaro Uribe se sostuvo que en Colombia no había conflicto interno, pero de manera contradictoria Uribe reconoció en el 2002 el estatus político a varios jefes de las Autodefensas Unidas de Colombia para así emprender el proceso de desmovilización del paramilitarismo, al tiempo que negó dicho estatus a los grupos guerrilleros, sin tener en cuenta que ambos bandos fueron responsables de crímenes de lesa humanidad, acciones terroristas y actividades asociadas al narcotráfico. Con este mismo doble baremo, la ultraderecha se hace la de la vista gorda con los temas relacionados con la violencia paramilitar, la parapolítica, los falsos positivos, el desplazamiento, las interceptaciones ilegales y la corrupción que rodeó al gobierno entre el 2002 y el 2010.

 

  1. Estigmatización de la protesta social, los movimientos indígenas, sindicales, obreros y estudiantiles. La ultraderecha colombiana desconoce y sataniza el papel que estos grupos han desempeñado respecto al reconocimiento, reivindicación y restitución de los derechos fundamentales, deslegitima con sus estrategias mediáticas los justos reclamos de los movimientos sociales, vinculándolos a los grupos armados ilegales o tachándolos con el insulso insulto de mamertos y comunistas muertos de hambre. Entre los acontecimientos más recientes, vale la pena resaltar el auge y fortalecimiento del movimiento estudiantil que reclama en las calles mayor presupuesto para financiar las universidades públicas y asegurar algo de calidad educativa, exponiéndose los estudiantes al escarnio público y la brutalidad policial. Así las cosas, la educación superior pública, los profesores y los líderes estudiantiles quedaron en la mordaz mira de la ultraderecha, en palabras de una de las más altivas voceras del uribismo pura sangre, se pasó del “estudien vagos” al precario vídeo que explicó por qué “la masacre de las bananeras es un mito histórico”.

 

  1. Ni ambientalistas ni ecologistas. La extrema derecha no suele opinar y no tiene posturas críticas sobre los temas relacionados con el cambio climático mundial y la irreversible crisis ambiental, generalmente está a favor del fraking, la minería a gran escala, los monocultivos de extensión, el represamiento de las fuentes hídricas y la erradicación de los cultivos ilícitos con la aspersión química. En algunos casos, son amantes de la tauromaquia, las cabalgatas ostentosas y otros espectáculos que practican la tortura animal, pero estos comportamientos no son exclusivos de los firmes seguidores del señor con el sombrero aguadeño. Pareciese como si la ultraderecha, al igual que amplios sectores de la sociedad tradicional, confiara ciegamente en el paradigma del progreso y creyera que el capitalismo –insostenible– los fecundará para siempre con su riqueza.

 

  1. Son sionistas sin ser judíos ni saber lo que propiamente esto significa. Algunos simpatizantes de la extrema derecha enarbolan las banderas de Israel impulsados por una especie de comunión entre los postulados del catolicismo dogmático, las iglesias cristianas protestantes y el judaísmo. En ese sentido, se oponen o desconocen las luchas de los pueblos de Palestina, Siria e Irak, pero no tienen ni idea que las desgracias y la ruina en estas regiones son consecuencia de la repartición de sus territorios por parte de los Aliados tras la Primera y Segunda Guerra Mundial.  Además, el apoyo de la extrema derecha colombiana al movimiento político internacional que defiende la independencia de Israel se fortaleció cuando el saliente gobierno de Santos reconoció a Palestina como un Estado libre y soberano, reconocimiento con el que tendrá que lidiar de forma no muy gustosa el señor Duque.

 

  1. Prefieren la guerra de Uribe que la paz de Santos. Por cuenta de la supuesta traición del Nobel de la Paz colombiano al gran jefe de la ultraderecha criolla, se inseminó un odio y una desconfianza total sobre todo lo que tiene que ver con el proceso de paz, el posconflicto, la JEP, las víctimas, la Comisión de la Verdad y la restitución de tierras. De igual forma, se desestimó el apoyo de la comunidad internacional a este proceso. La extrema derecha adecuó un complejo pero efectivo algoritmo, con el que se fue lanza en ristre contra el acuerdo final por supuestamente entregarle el país a las Farc y por cobijar a sus comandantes con el manto de la impunidad, al tiempo que demostró su incapacidad de reconocer la debilidad del Estado colombiano para derrotar militarmente a los grupos insurgentes. El resultado de sus macabras maniobras fue el recrudecimiento del conflicto armado y de una violencia que a diario asesina a líderes sociales, campesinos y miembros de las Fuerzas Armadas, floreciendo además aquella extraña dispensa que el uribismo tiene entre los muertos buenos y los muertos malos.

 

  1. Lapidan la crítica y se rehúsan a la autocrítica. Como todas las ideologías extremistas, radicales y promotoras de los discurso de odio, la ultraderecha ataca a todos sus críticos, los censura, los proscribe, los intimida, los estigmatiza y los tacha con los términos de mamertos, antipatriotas, traidores, castrochavistas, etcétera, echándolos a todos en el mismo costal. Como el odio se convierte en ceguera, no ven distinción alguna entre las diferentes posturas políticas que se le oponen, a la mayoría de sus simpatizantes les vendría bien un curso elemental e introductorio sobre las ideas políticas. Niegan cualquier reconocimiento a la oposición, es más, se estresan sobremanera con la buena prensa que ahora tiene el expresidente Santos, a quien en otrora también calificaron como castrochavista y representante del comunismo internacional. De hecho, entre semejante paranoia, ven el castrochavismo por todos lados. Consciente de esta última directriz del pensar y el actuar de la ultraderecha colombiana, esperaré sosegado sus críticas y comentarios.

 

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