Después de un dilatado vía crucis en busca de impedir su realización, esta semana finalmente se llevó a cabo el debate citado por el senador del Polo Democrático, Iván Cepeda, sobre el paramilitarismo y sus documentadas denuncias de los vínculos que tendría el expresidente Álvaro Uribe con la conformación y accionar de esos grupos criminales. Mientras en la mesa de La Habana se discute la responsabilidad de las Farc frente a las víctimas del conflicto armado, la exposición del senador Cepeda visibiliza otra gran vertiente de la fábrica de víctimas de esta confrontación que supera ya el medio siglo. Los intervinientes de casi todos los sectores políticos nos pintaron un cuadro dantesco con todos los horrores de la violencia en sus distintas manifestaciones que el pueblo colombiano todavía no conoce completamente en su sistematicidad y degradación.
En esta primera etapa de catarsis, es necesario que se pongan sobre la mesa todos los actores y sus cuotas de responsabilidad, que sin ser iguales o equiparables, se convierten en el primer paso hacia la reconciliación. Hasta tanto no asumamos todos esa necesaria dosis de responsabilidad es imposible encontrar un camino común que parte de la enseñanza del Evangelio: Solo la verdad nos hará libres (Juan 8, 32). Los actores armados, desde luego tienen la principal cuota de responsabilidad pero muchos desarmados, por acción o por omisión, contribuyeron a la invisibilización de las víctimas, cuando no a su justificación. Durante muchos años reinó el silencio y la agresión de la indiferencia frente a la tragedia que vivían miles de compatriotas secuestrados, desaparecidos, desplazados, amenazados, presas del miedo y silenciados.
Ha llegado la hora de la verdad y el debate de Iván Cepeda es el primero pero no último que se realizará. El reto que tenemos por delante es inmenso. Es cierto el dicho popular según el cual buey tuerto come de un solo lado. La polarización extrema, con violencia de por medio, que todavía vivimos tendrá que darle paso a la deliberación serena y democrática. Para ello es necesario reinstitucionalizar el país, particularmente en lo que atañe a la pronta y legítima impartición de justicia. Que las verdades de cada cual dejen de ser parciales para que las víctimas encuentren en la verdad la posibilidad y realidad de la reconciliación, exige superar el manto de impunidad con una justicia transicional que a todos trate con el mismo rasero.
La verdad judicial es una y la de vivencia es otra. Para ello es necesario que operen adecuadamente las instancias ya previstas de la Comisión de Esclarecimiento Histórico y la Comisión de la Verdad. La primera está dirigida a buscar un relato histórico de las causas del conflicto, su desarrollo, sus distintos actores, entre otros, en busca de conocer lo ocurrido para no repetirlo jamás. Esta comisión está a cargo de académicos reputados de distintas vertientes del espectro pluralista de la sociedad colombiana. Tiene una tarea ambiciosa que seguramente exigirá etapas y periodos posteriores de investigación, reflexión y análisis.
La Comisión de la Verdad es otro gran reto. ¿Cómo impedir que la polarización impida la reconciliación? En este aspecto, Colombia debe aprender de las experiencias de otros países como Chile y Suráfrica. Muchas víctimas necesitan su verdad individual pero rechazan por razones de intimidad que esa verdad sea publicitada por el atentado que representa contra su propia dignidad. El presidente Lagos en su última visita a Colombia expresó cómo una señora que había declarado ante la Comisión de la Verdad en Chile le había dicho que no era aceptable que se dieran a conocer los actos de violación a que ella había sido sometida durante su encarcelamiento por la Dictadura de Pinochet pues pensaba en sus nietas. De todo ello debemos aprender a distinguir entre la verdad histórica y la verdad individual para efectos de publicidad y tener en cuenta, en todo caso, a la necesaria autorización de la víctima para la divulgación de esta última.
Finalmente debe considerarse que el sentimiento de injusticia, el estrés y el dolor que conlleva, se hereda de generación en generación. Incluso el New York Times reseñó recientemente un estudio en la revista científica Biological Psychiatry que indica que esa herencia puede ser transferida por vía genética y no solamente aprendida. De ahí la necesidad prever en el posconflicto una atención sicológica y social con cobertura universal para los niños y niñas del país.
Hemos experimentado un trauma colectivo del cual solo podremos recuperarnos con la verdad, profundas reformas sociales y atención a las nuevas generaciones dentro de una cultura de paz que tenemos la obligación de construir. El debate del senador Cepeda tocó las fibras de una parte menos visible de las violencias del conflicto. Las respuestas del presidente Uribe, otras que han recibido más atención. Fue un debate necesario que no debe quedar sin consecuencias.