Salvador Medina era un joven laico, participante de la Central de Juventudes, que estudiando en la Universidad de San Buenaventura, en Bogotá, encontró puesto en el Colegio Nacional La Salle de Zipaquirá. Su tarea era dar clase de filosofía en el bachillerato. En la primera fila estaba un muchacho escuálido, en silencio, era Gustavo Petro. Desde entonces, el profesor le ha seguido los pasos al alumno, desde la distancia, hasta cuando se volvieron a encontrar en la Plaza de Zipaquirá para el cierre de campaña de la primera vuelta.
Petro es un hombre espiritual afirma el hoy cura misionero de la Consolata, oriundo de Aguadas, Caldas. Medina recuerda a Petro como un estudiante escuálido, tímido, que no pasaba desapercibido por los pasillos del colegio y las calles de Zipaquirá. Eso sí, era el muchacho más inteligente y, contrario de lo que muchos piensan, no tiene nada de ateo.
Su primer consejo desde su victoria el pasado 19 de junio fue cuidar la democracia en los próximos cuatros años, (después de “hacer el bien, bien hecho”, entregue a otro o a otra el mando, para que pueda continuar el camino. “No se deje empalagar del dulce del poder” es la frase que el padre le ha repetido, una y otra vez a Petro, a quien le recuerda que la humildad es poder y capacidad de empoderar al otro.