Un cuento triste de navidad
Opinión

Un cuento triste de navidad

En este tiempo hay mil formas de estar conectado a la soledad

Por:
diciembre 20, 2015
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Empieza todo y no termina nada. Deja a su alrededor una hilera de vasos a medio llenar que ha medio tomado. Toda bebida caliente se enfría, toda bebida fría termina temperatura ambiente. Y el ambiente hierve. Así suele ser el clima en los desiertos, no hay otra forma de describir el paisaje de su vida a esta altura del día. Padre, hijo y espíritu no tan santo de sus propios destrozos consigue arruinar todo suelo que camina, todo lo que pudo ser fértil alguna vez. Si busca un culpable del desasosiego lo encuentra en los espejos o en el primer vidrio de cualquier fachada en la calle que se anime a reflejarlo.

Hay gente tóxica.

Puede dar fe de esto porque conoce el sabor de su propio veneno. Está seguro que Cristo aplazó su segunda venida a la tierra solo para no tener que salvarlo a él. Hay días en los que el mundo puede ser un mejor lugar si tiene menos gente que sea peso muerto en el viaje de esta nave espacial que llaman planeta, piensa. Por supuesto ya intentó suicidarse alguna vez pero, como dije, empieza todo y no termina nada. Y hasta su propia muerte es una más de sus obras inconclusas.

De pequeño su madre se ocupó de enseñarle algo que nunca lo ha abandonado: le enseñó a tener miedo. Y tiene miedo a la intemperie, miedo a los gritos, miedo al mañana y miedo al ayer, miedo al viento fuerte y miedo a las alturas en las que siempre sopla un viento fuerte, miedo a las malas noticias y a algunas buenas noticias también, miedo al miedo. Miedo. Miedo que da miedo del miedo que da.

Siempre le ha gustado leer, claro ¿qué otra cosa es una casa de letras sino un refugio? Ahora los libros que no abre se apilan frente a él como países lejanos que no visita por  pérdida del pasaporte y del entusiasmo. Títulos hermosos y sugestivos son invitaciones a las que ya no acude. Aroma de papel y tinta que no perfuma. Libros arrumados como vidas de otros que no llegará a conocer jamás. Fiestas ajenas.

Alguna vez le aconsejaron que, cuando alguien se siente así, es conveniente regalar algunas cosas para que puedan ser aprovechadas por alguien que les de buen uso y no se conviertan en un pesado bloque ante los ojos. Y, de paso, así sentirse más liviano. Él resolvió seguir el consejo y, obviamente, pocos pasos duró el empeño. Reunió varios libros y discos en celofán en una caja que no llegó a la puerta. Y el mundo que hay después de la puerta nunca se enteró de sus regalos porque no llegaron a manos de nadie. De buenas intenciones está asfaltado el camino al infierno, también le han dicho.

Si algo colecciona, casi con esmero, son horas perdidas. Puede llenar relojes de arena con todo lo que ocupa esta playa del descontento. Todo da igual. Igual la noche que el día, igual la madrugada que decir antier. Igual una canción de U2 que una de Fito o García. Todo suena igual. Igual el noticiero de hoy que el de mañana porque todas los noticieros siempre dicen lo mismo: anuncian el fin del mundo. Cualquier plato tiene el mismo sabor para él aunque cambien el menú o la receta. No sólo ha perdido el gusto sino la brújula y el mapa. Está realmente perdido.

Y nadie lo busca.

Su nombre no está en tarjetas de invitación tan comunes en esta época, tampoco su dirección de correo está en bandejas de salida para convidarlo a ser parte de algo. A su teléfono solo llama el silencio que repica constante. Piensa que nadie lo ha llamado -ha de ser porque nadie lo ha llamado- y entiende que es tiempo de cambiar de plan. Claro, eso podría hacer si tuviera algún plan de vida pero el único planque tiene es el del celular. Desde luego, debe cambiar ese plan por uno que realmente necesite. Si hace esto lo más probable es que decidadejar de usar el teléfono pues no tiene sentido tener un aifon para consultar feisbuc, tuiter, a veces güasap y tomar de cuando en cuando una foto al cielo sin santos que cubre su ciudad.

En este tiempo hay mil formas de estar conectado a la soledad.

Claro, casi lo olvido, este es un cuento de navidad. Afuera se escuchan villancicos  y en la tele no hay canal que no sea católico porque él hace zapping y todo va de novena en novena. Y ni siquiera le gusta la natilla.

Yo miro hacia la ventana del hombre del cuento.

Él apaga la luz.
Intentará dormir temprano esta noche. Aunque no tiene sueño.
Hace mucho que no tiene sueños.

Feliz navidad le deseo. O al menos una noche de paz.

@lluevelove

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