Por esos azares del destino, el fin de semana pasado escuché la canción Hasta la raíz, de la artista mexicana Natalia Lafourcade (quien es la primera persona en ser educada musicalmente con el Método Macarsi). En la pieza había un acápite que me llamó mucho la atención, pues decía algo como: “(…) Cuando miro al cielo, en la forma cruel de una nube gris, aparezcas tú, una tarde suba una alta loma, mire el pasado, sabrás que no te he olvidado”.
En América del Sur existen una gran variedad de países, todos tan diferentes y repletos de idiosincrasia, pero con historias de dolor en común: desde dictaduras, desapariciones, golpes militares, terrorismo, grupos armados, crisis económicas y muertes de inocentes, hasta la actual xenofobia que parece reinar, como si olvidáramos por un instante que todos habitamos en un mismo continente, herido y desgarrado.
No se puede hablar de cifras exactas cuando de personas desaparecidas en nuestro continente se trata (pues son más que una vil estadística), sin embargo, sentí al escuchar la canción antes mencionada la desesperación de los miles de padres que buscaron en anfiteatros, fueron por barrancos, basureros, hospitales y carreteras, cerros, montañas, ríos y mares, en busca de sus hijos; y murieron con la ilusión de encontrarlos. Ellos desaparecieron también sin un rastro de esperanza.
En Colombia, las desapariciones no son un tema superado, actualmente no podemos determinar un número preciso de personas. Sin embargo, se estima que entre 1996 y 2005 fueron desaparecidas 32.249. Otras fuentes, como el Centro de Memoria Histórica (CDMH), hablan de 120.000 desaparecidos por causas atribuibles al conflicto armado. Lo único cierto, sin duda, es que Colombia tiene más desaparecidos que las dictaduras de Argentina (8.960), Chile (1.100) y Guatemala (40.000) juntas.
La "más antigua democracia de Sudamérica" no es más que un inmenso panteón donde los genocidas aún campan libres y orondos. Incluso ponen presidentes y son senadores. Sin duda, la mayor desgracia en Colombia es la falta de empatía.
* Esta columna de opinión se realizó en memoria de aquellos que nunca tuvieron nombre, personas sin un destino fijo.
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Adenda 1. En Colombia, uno no sabe quién lo va a matar, si los policías, el ejército, las guerrillas, los paramilitares, los carteles mexicanos, los carteles colombianos, los colombianos que se creen mexicanos, las disidencias, el crimen organizado, etcétera.
Adenda 2. Al momento de escribir esta columna María Alejandra Rojas sigue postrada en una cama por culpa de su expareja, quien la lanzó de un cuarto piso luego de tenerla retenida por más de 8 días en su apartamento e infligirle innumerables torturas. Parece imposible luchar contra el maltrato a la mujer, si las instituciones no son las primeras garantes de sus derechos. ¡Justicia a paso de tortuga!