El próximo 13 de marzo los colombianos tienen una oportunidad de decidir sobre los destinos de su país, puesto que estarán participando en los comicios que finalizarán con la elección del Congreso de la República, convertido últimamente en un establo donde se teje todo un hilado de corrupción, desde la legal –a través de leyes que facilitan el saqueo del erario, hechas a la medida cual sastre para beneficio de unos cuantos potentados– hasta la ilegal, puesto que son conocidos los escándalos no solo de corrupción, sino criminales cometidos por muchos facinerosos que han llegado a ese alto nivel de decisión y de honores, para ponerlo al servicio de verdaderas bandas criminales. Por eso la decisión que tome el elector primario puede cambiar el destino de la nación o condenarla a un periodo más de los mismos con las mismas.
No todos son hampones; por lo tanto, además de castigar a esos inclementes corruptos, los colombianos deben discernir para elegir entre los honestos, teniendo en cuenta los tipos de intereses que representan al momento de postularse.
No es lo mismo votar por un candidato patrocinado por un grupo económico o por poderosos que por otro cuyos recursos de campaña proceden de su peculio o de la contribución ciudadana; tampoco es lo mismo votar por un liberal, conservador, de La U, Cambio Radical, Centro Democrático –para solo nombrar algunos partidos a los que une el credo neoliberal– que por uno de los grupos alternativos unificados alrededor de la Coalición Centro Esperanza y algunos del Pacto Histórico. En esta última diferenciación se debe tener en cuenta su visión ante el modelo de desarrollo: los primeros buscan perpetuar el neoliberalismo excluyente que ha arruinado a la Nación.
Aquí viene la otra categorización para la toma de la decisión: Por antonomasia, el Congreso de la República tiene que ser soberano, que implica que “se gobierna a sí mismo sin estar sometido políticamente a otro... Que tiene el máximo poder o autoridad sobre algo”; esto conlleva a que sea independiente: “Que no guarda relación de dependencia... Que tiene independencia política, que no depende de una autoridad de rango superior” (definiciones de Wikipedia).
Resulta que en Colombia el Congreso de la República es un apéndice del Gobierno de turno, que como régimen presidencialista le impone los proyectos de ley y las condiciones para su aprobación. El Ejecutivo lo tiene sometido para asegurar la continuidad del modelo impuesto desde 1989 por el Consenso de Washington. Algunos de estos congresistas aprueban por convicción, pero la mayoría son “enmermelados”, recibiendo a cambio el presupuesto de ministerios, entidades del Estado o negociados con las privatizaciones, oficializando la entronización de la corrupción.
Entonces se necesita elegir parlamentarios incorruptibles, capaces, responsables, pero además independientes para poder que se garantice un Congreso soberano. Hay muchos con esas características.