Organizaciones delictivas como la Cosa Nostra, la Camorra y la Ndrangheta, agrupadas con el nombre común de Mafia, han sido objeto de estudio e investigaciones por la influencia que han tenido en la vida social de muchos países, especialmente en Italia y los Estados unidos, donde más vigorosa y tormentosa ha sido su actividad por los cambios comprobados en la clase de negocios que han explotado bajo prohibición: prostitución, juegos de azar, alcohol, falsificación masiva de tarjetas de crédito y, de poco más de medio siglo hacia acá, los alucinógenos.
En su Historia de la Mafia, un poder en la sombra, Giuseppe Carlo Marino, profesor de la Universidad de Palermo, habla por primera vez de un modelo de capo de la modernidad en el cual se habían fundido el primitivismo de los bandoleros de la campiña siciliana con los gánsteres citadinos estilo Al Capone y Lucky Luciano, poseedores de una evidente vocación empresarial. Entre los más sobresalientes de este injerto menciona Marino a Salvatore Totò Riina, quien acaba de morir a los 87 años.
En esa historia de Marino, que no es una simple cronología del pool de organizaciones criminales, sino un análisis completo y denso del fenómeno mafioso en Italia y el mundo, sus vínculos con la política y sus choques con el Estado, Totò Riina, el capo de capos, es uno de los padrinos más referenciados junto con Tommaso Busceta, Vito Ciancimino y Salvatore Giuliano, entre otros de igual presencia en la evolución de ese bajo mundo violento y delictuoso.
Totò Riina es el mafioso italiano de mayores similitudes con Pablo Escobar, no solo por lo despiadado y pretencioso, sino por lo megalómano y persistente. Lo mismo que Escobar, Riina se sintió con poder suficiente para enfrentar al Estado italiano y derrotarlo eventualmente a base de terrorismo, unas veces en asocio con otros capos y otras solo con su ejército de sicarios entrenados en manipulación de artefactos explosivos y bombas sofisticadas. Se le atribuyen las muertes de los magistrados Paolo Borselli y Giovanni Falcone, símbolos de la lucha antimafia por lo severos e incorruptibles.
Las similitudes con Pablo Escobar
se encuentran no solo por lo despiadado y pretencioso,
sino por lo megalómano y persistente
Desde 1972, acicateado por su olfato empresarial, se juntó con Stefano Bontate y Gaetano Bandalamenti para imprimirle a la Cosa Nostra otra estructura que la fortaleciera por dentro y corrigiera las antiguas diferencias entre los corleoneses y otras familias de la península. Este triunvirato de patrones emergentes atrajo para su nueva tarea a políticos como Calógero Mannino, gerifalte de la Democracia Cristiana y más de una vez ministro, pues necesitaba estirar al máximo su cauda de votantes y asegurarse contribuciones cuantiosas, y sus amigos y favorecedores contar con su representatividad política con el fin de sacar pecho como guardia nueva del reforzado mapa mafioso al cual fueron ajenos Bettino Craxi y Giulio Andreotti.
Sin duda, había racionalidad de los padrinos en esta etapa de acciones en la cual Miguel Greco (el Papa) jugó un papel importante a pesar de que, a muchos en la organización insular, no le convenía su papel de mediador entre los grupos de la Cosa Nostra. Empero, con una sutileza envidiable se las ingenió para que su presunta mediocridad no decepcionara a los mandantes dubitativos que veían en peligro sus parcelas de poder y su capacidad de presión. En todo caso, decía Marino, era un sujeto con calidades tan borrosas que obraba, según las circunstancias, como padrino y como gánster.
Con Totò Riina se agota una era. Igual que lo hizo Escobar, estableció un impuesto del 0.80 % de las ganancias de la Cosa Nostra para sus finanzas personales (el impuesto Riina). Toda una mordida con su red de recaudadores y abogado a discreción, el jurista Ángelo Falzea, un apellido como para el oficio si se cambia la z por una s. Fue noticia, pues, la muerte de este coleccionista de cadenas perpetuas que acumuló deudas con la justicia por una hilera de crímenes de más de dos mil difuntos.