Aquella mañana lluviosa del sábado 19 de septiembre de 2009, un día después de su fallecimiento, a los 89 años, un grupo de vecinos y admiradores del fotógrafo Manuel H se instaló a las puertas de su laboratorio de fotografía, en la calle veintidós con carrera séptima, de Bogotá.
De esa centenaria casona con balcón de estilo republicano, donde el maestro despachó por más de sesenta años, saldría su féretro en romería, rumbo a la plaza de toros de Santamaría, donde Manuel Hermelindo Rodríguez Corredor, como registraba su cédula, adoptó para siempre el sello artístico de Manuel H., personaje querido y admirado en el callejón hasta sus últimos años, cuando arribaba puntual con el maletín de reportero terciado al hombro, su frondosa melena plateada, y esa mirada dulce que ahorraba palabras.
A ese ruedo regresaba Manuel H para ser despedido con honores, en el marco de una ceremonia sencilla oficiada por el padre jesuita Joaquín Sánchez García, capellán de la plaza por varios lustros. En el albero sobresalía el standee en cartón al tamaño del viejo Manuel H, como le llamaban con cariño. La última faena del veterano fotógrafo fue bordada con unas breves pero sentidas palabras del empresario Felipe Negret Mosquera, y de ahí a la Capilla de la Fe, al norte de Bogotá, donde fue velado.
Así florecía, en los surcos de la memoria postrera, la leyenda de unos de los grandes exponentes de la fotografía en Colombia, en la misma línea de recordados como Sady González, Leo Matiz, su hermano Armando (el Fotógrafo de la nostalgia), Nereo, Carlos Caicedo, entre otros, cuando la fotografía analógica y en blanco y negro poblaba las páginas de los principales diarios, y las de los álbumes y colecciones de expertos y aficionados.
De mediana estatura, probo, sencillo, de más oídas que hablas, el viejo alquimista del cuarto oscuro, amalgama de filósofo empírico, trashumante irredento y poeta de la imagen, narró desde la juventud con sus cámaras gran parte de la historia de Bogotá.
El centro capitalino era su campo de batalla, siempre de a pie, en un trasegar silente, desapercibido entre multitudes, y en los momentos más fragorosos y decisivos de la historia de Colombia, como aquella tarde tenebrosa del 9 de abril de 1948, cuando Manuel H se vistió de luces como reportero gráfico al cubrir, con escasa experiencia y una cámara Rolleiflex que compró por veinte pesos, los catastróficos episodios que sucedieron al asesinato de Jorge Eliécer Gaitán.
En ese momento Manuel H tenía veinticinco años, y recién se había casado con María Julia Rodríguez, con quien tuvo diez hijos (dos fallecidos), y residía en una humilde vivienda del barrio La Concordia donde se ingenió, en la alcoba conyugal, un nicho para el revelado.
Ese 9 de abril, Manuel H estaba tomando tinto con su hermano Jaime en el Café Colombia, cuando se enteró de la trágica noticia del líder liberal, en la voz del locutor Rómulo Guzmán, encargado del informativo gaitanista que se emitía por Radio Santa Fe.
El fotógrafo en ciernes, con la cámara al pecho, salió disparado a la calle a enfrentar esa gesta escalofriante y suicida, sin más distintivo que un pañuelo blanco que se amarró en el brazo derecho, y el motor a toda marcha de su juventud sedienta de aventuras. Manuel H, muchos años después, contaría que ese capítulo siniestro del Bogotazo, le hubiera podido costar la vida.
Nadie explicaba cómo, en esa sangrienta jornada, el fotógrafo en solitario pudo multiplicarse en diferentes flancos para realizar su trabajo: a las afueras del edificio Nieto (Cra. 7°, calle 14), donde fue ultimado el llamado Caudillo del Pueblo, a manos de Juan Roa Sierra; en el arrastre del asesino linchado por la turba enardecida, rumbo a la Plaza de Bolívar; en la Clínica Central a donde fue llevado Gaitán herido de muerte (allí tomó la foto del difunto con las enfermeras), en el endemoniado asalto a la Ferretería Berrío, donde la chusma alucinada se proveía de martillos y machetes (a un grupo de ellos los puso a posar); y al siguiente día, en el Cementerio Central, con Felipe González Toledo, encargado de la crónica roja de El Espectador, en procura de identificar, en medio de una pila de cadáveres, el de Roa Sierra, desnudo y con el rostro destrozado, el único que tenía dos corbatas atadas al cuello, las mismas que fueron utilizadas para arrastrarlo.
Contaba Manuel H que en esos recorridos de la muerte, los saqueos, el incendio de los tranvías, los disparos que se oían desde los campanarios de las iglesias, como las de San Francisco y Santa Bárbara, y las miradas desorbitadas de los revoltosos corriendo agitados y sin rumbo sobre un pavimento resbaloso de lluvia y sangre, estuvieron a punto de robarle la cámara, pero que lo salvó el grito de unos conocidos que se interpusieron alegando que ese era Manuel H, el fotógrafo, el taurino.
El quite oportuno de los aficionados sustentaba ya su presencia en la plaza bogotana, reforzada cuando dos años atrás Manuel H le tomó la postal memorable a su tocayo, el diestro español Manuel Rodríguez Manolete, una de perfil, con los hombros recostados sobre los tableros, y la mirada taciturna, ensombrecida.
Ese retrato poético de la soledad del torero cruzó el Atlántico, llegó a España y se hizo célebre, pero nunca recibió una bonificación por ella, como tampoco por las fotos que tomó del 9 de abril. Al año siguiente, el 29 de agosto de 1947, Manolete pasaría a la historia de los grandes de la tauromaquia mundial en Linares, en el mismo ruedo que lo vio nacer torero, después de la fulminante cornada que le propinó el toro Islero.
Es que Manuel H amaba los toros y no cesó de hablar del tema hasta su muerte. Desde muchacho anhelaba ser figura del toreo, cuando el responsable del aldabón del Circo de San Diego (la primera plaza de toros de Bogotá, ubicada donde hoy está la glorieta de La Rebeca), el barrio donde nació, le permitía el ingreso gratis
Como tampoco consolidó su ilusión de coronarse campeón de ciclismo, ni próspero empresario de la tipografía, que fue de chico su primer empleo La vida lo tenía destinado para ser recordado como maestro de la fotografía, de quien por estas fechas se celebran 100 años de su nacimiento: 14 de julio de 1920.
Rodríguez Corredor era un tipo desprendido de ambiciones económicas. Todo lo contrario, fue un romántico de novela. Trabajador como el más, sí, pero sin pretensiones ni protagonismos. Sostener una familia tan numerosa como la que tuvo, fue para él una labor dispendiosa.
No obstante las manos oportunas de periodistas como Felipe González Toledo, que le abrió las puertas de El Espectador, y los revisteros taurinos las de El Tiempo, en distintas épocas, Manuel H permanecía concentrado en su laboratorio de la calle Veintidós con carrera Séptima, Foto Manuel H, como rezaba el aviso, de donde solo salía a tomar tinto al Café Mercantil.
Con el paso del tiempo dio rienda suelta a su vocación de registrar en placas la evolución de la ciudad y sus personajes, desde los más encumbrados en las élites y el poder (incluidos veinte presidentes de la República), celebridades del deporte, el arte, la intelectualidad y el espectáculo; figuras del toreo con sus glorias y derrotas, que por décadas hicieron el paseíllo en la arena de la Santamaría, hasta gente del común, artistas de calle, cómicos, musiqueros, adivinos, organilleros de cinemascope, o esos pelafustanes que se bañaban felices en la fuente de La Rebeca, que inspiraron al humorista gráfico Ernesto Franco a crear la caricatura de Copetín, que trascendió en El Tiempo por más de cincuenta años.
Sin proponérselo, Manuel H hizo de su laboratorio de fotografía su propio museo, con un promedio de 600.000 negativos en blanco y negro, y 200.000 diapositivas a color, y cualquier cantidad de revelados en diferentes formatos que tapizaban las paredes del recinto, donde el soñador del daguerrotipo atendía a su clientela de toda la vida, y a estudiantes y docentes de colegios y universidades, la mayoría de facultades de sociología y comunicación social, ávidos de averiguar por la fascinante vida y obra del genial reportero, y de fotografiar su colección de cámaras analógicas, de más 100 que tuvo, que tras su fallecimiento y la entrega del local, quedaron en manos de su familia.
La pregunta que muchos nos hemos hecho después de su deceso en 2009, a la fecha, es por qué ese precioso material no está en manos de una institución cultural del distrito, con su respectiva tutela y curaduría, para ser expuesta al público como un invaluable tesoro de la historia fotográfica de Bogotá.
Manuel Humberto Rodríguez, uno de los nietos que heredó la vena y la inspiración del maestro, dice que en la alcaldía de Gustavo Petro se planteó esa posibilidad, pero que al final todo quedó en veremos ya que no llegaron a un acuerdo porque solo se comprometían a digitalizar el archivo, y devolverles los negativos. Y lo que ha buscado su familia es una entidad que garantice su preservación, y que sea difundida
Agrega Rodríguez que han vendido algo de la estimada obra al Museo de Bogotá y al Museo Nacional, pero que la gran parte, debidamente protegida del polvo y de la humedad, empacada en bolsas de plástico y cajas, reposa en su casa, en la carrera Octava con calle Veintiuna, a escasas dos cuadras donde funcionó el laboratorio de su abuelo, ese local que en el año de 1952 el fotógrafo sogamoseño Saúl Orduz, pionero de la fotografía aérea, cedió a su colega Manuel H.
Seguramente, por razones de presupuesto, pero más por el desconocimiento del tema, la ineptitud y la modorra que suele reinar en los entes burocráticos del distrito, la enorme y representativa obra del gran Manuel H seguirá guardada en el domicilio de su nieto, que no ahorra en esfuerzos en compartirla a través de las plataformas digitales. Instagram: @foto_Manuel_ H Facebook y Twitter: @Manuel_H
“Hace dos años tengo la cuenta de Instagram de mi abuelo. Debido a la pandemia me puse a escanear unos negativos, obras inéditas, y en ese proceso vimos que tuvimos gran aceptación, y que la gente recordaba con gran cariño a mi abuelo. Entonces tomamos la decisión de realizar actividades de manera digital para avivar el legado de Manuel H, que se ha ido perdiendo a lo largo de esta última década”, puntualiza Rodríguez.
Para la celebración del centenario del nacimiento de Manuel H, este 14 de julio, su familia contó con la participación de destacadas personalidades del arte y el periodismo como el maestro Eduardo Serrano, uno de los grandes curadores del país; Víctor Diusabá Rojas, autor del libro 9 de abril: la voz del pueblo, con fotografías de Manuel H; y Filiberto Pinzón, reportero gráfico de El Tiempo.
Adicional a este evento, y en los siguientes días: 15, 16 y 17 de julio, se programará una serie de conversatorios con sociólogos, escritores, historiadores, expertos en el arte fotográfico, la fiesta brava y la ciudad, actividades que se prolongarán en lo que queda de 2020, y que se estarán actualizando en las plataformas digitales.
“Ojalá la nación tenga conciencia de la importancia que representa para Bogotá y para el país la extraordinaria obra fotográfica de Manuel H, y la adopte como una memoria que sea compartida por públicos de todas las edades y procedencias”, refirió en su momento el jurista, historiador y académico caldense Otto Morales Benítez (1920-2015), contemporáneo de Manuel H. Ojalá que ese deseo del intelectual no quede extraviado en la desmemoria de este país amnésico,
Gloria al Viejo Manuel H, ojo avizor detrás de su cámara en los acontecimientos que marcaron historia en Bogotá; inspiración de fotógrafos de varias generaciones, que siempre lo observaron con admiración y respeto, y a quien consultaban a menudo como al mejor maestro.
(Con fuente del documental Manuel H: reflejos de una vida, 2017, de Orlando Forero Casasbuenas).