Como en la ya clásica historia de Chester Himes, vuelven al ruedo Ataúd Johnson y Sepulturero Jones, bajo el disfraz de Coffin Obama y Grave Digger Trump, con la diferencia de que son ellos lo que se enfrentan en un polvorín que parece a punto de estallar.
Cuando en 2010 se visibiliza el Tea Party, la derecha radical llega a cargos de elección como una muestra del viraje de una sociedad que se torna cada vez más centrada en sí misma y carente de sensibilidad hacia los pobres y los inmigrantes. Recuérdese que una de las plataformas de este partido está constituida por su acérrima oposición a las políticas de protección al paciente (Obamacare, en términos coloquiales) y que se han manifestado en contra de acciones de redistribución económica.
Sin importar que en 2016 el Tea Party haya parecido perder fuerza, lo que en realidad pudo haber ocurrido es que su ideario se ha instaurado en los imaginarios de cierto sector conservador con lo que se posibilitó la irrupción de Donald Trump y su posterior elección como presidente. Incluso, continúan mostrando su influencia senadores como Marco Rubio, quien, paradójicamente, ha ayudado a generalizar la concepción del inmigrante como enemigo del progreso norteamericano y lo llevó a proclamar que “creo que la única manera de avanzar en inmigración es demostrar a los ciudadanos que vamos a tener una inmigración irregular bajo control”. El inmigrante es un peligro latente para la supremacía blanca, pero es necesario hacerlo extensivo a toda la población. ¡Y hay quienes se lo creen!
Al igual, hay quienes atizan las brasas de esa caldera y esperan salir indemnes. Trump es el ejemplo más claro de "normalización" del odio con vistas a las elecciones de medio término de este martes, cuando recurre a la descalificación del adversario y a la capitalización de los resentimientos que atávicamente perviven en todo ser humano. No de otra manera pueden entenderse expresiones como “Una ola azul [referencia al partido demócrata] equivale a una ola criminal […] Una ola roja [republicana] equivale a empleo y seguridad”, todo ello para evitar una potencial -pero lejana- pérdida de mayorías en el Parlamento y, por si no hubiera sido comprendido, para hablarle a los menos entendidos en sus propios términos: “un Congreso republicano significa más empleo y menos criminalidad”.
Empleo que está en riesgo ante esa oleada de desesperados que se acercan peligrosamente a las fronteras custodiadas por un ejército salvador, con un papel reasignado por el presidente, por fuera de toda norma constitucional que nos retrotrae al siglo XV, cuando el poderoso de la época, Inocencio VIII, proclamaba que “Por cuanto Nos, como es Nuestro deber, Nos sentimos profundamente deseosos de aplicar potentes remedios para impedir que la enfermedad de la herejía y otras infamias den su ponzoña para destrucción de muchas almas inocentes, […] decretamos y mandamos que los Inquisidores tengan poderes para proceder a la corrección, encarcelamiento y castigo justos de cualesquiera personas” (Summis desiderantes affectibus, 1484. El resaltado, fuera del original).
Criminalidad que se acrecentará con la horda de leprosos del siglo XXI que son los pobres del mundo, agobiados por el hambre y la violencia de sus países, que deciden emigrar hacia los otrora paraísos de libertad y progreso. Por ello, Trump no ha dudado en difundir la falacia de que entre las caravanas de desesperados viajan, junto con los latinos, terroristas árabes y chusma de múltiple calaña. Y, a pesar de no haber demostrado su afirmación, en ningún momento se ha retractado, tal vez por aquello que tanto rédito político dio por estas tierras: “Calumniad, calumniad, que de la calumnia algo queda”.
Así, con un discurso que apunta a soliviantar los ánimos y la irracionalidad de sus electores, se muestra cómo la llegada de nuevos inmigrantes pone en peligro la economía del país e incrementa los índices de inseguridad (los dos vectores fundamentales de política neoliberal), para contrarrestar el embate de otra visión de país y otra concepción de gobernanza. Sin embargo, la tardía intervención de Obama en la campaña del midterms, pareciera no tener efecto sobre los resultados de las votaciones, máxime cuando los 35 escaños senatoriales en juego, se encuentran en manos de estados conservadores, tradicionalistas y apegados al estilo del presidente Trump.
Tarea difícil la que tenían los estadounidenses para cambiarle la cara a su congreso y pareciera, más bien, que en ellos se han diluido Sepulturero Jones y Ataúd Johnson, Obama y Trump, sin importar los estragos que causen los disparos de ese ciego armado con la pistola del odio y la intolerancia que amenaza su sociedad.