A lo mejor en las redes sociales, muy pocos hacemos ese ejercicio dolorosísimo de ponernos a contar entre nuestros contactos a los amigos que se murieron.
Dicen que Jorge Luis Borges casi enloqueció cuando murió su madre; entonces apurando la pluma, escribió el poema “remordimiento”. Allí confesó: “he cometido el peor de los errores, no he sido feliz”.
Diría uno, profanando la memoria y la genialidad del dramaturgo que, el peor error que se comete en la vida es no haber hecho felices a esos amigos que ya no están. Todo se redujo a un simple mensaje; los abrazos, las gracias, el pésame. La hiperactividad nos ha facilitado todo, incluso el olvido.
García Márquez en el prólogo de sus 'Doce cuentos peregrinos nos decía que había soñado con su propio entierro; sostenía que en un ambiente casi de fiesta miró a sus amigos llevándolo al cementerio; entonces se fue caminando con ellos; cuenta que se sintió tan feliz que al terminar la ceremonia quiso irse con ellos, pero alguien con un tono severo le dijo: “eres tú el único que no puede regresarse”.
Nuestro nobel nos enseñó que la muerte es simplemente no volver a estar jamás con los amigos. Ojalá que desde el cielo nos puedan enviar su perdón; por lo demás no queda sino contarles que no se han perdido de nada, parafraseando a Rulfo uno diría: aquí también estamos muertos, disimulando un poco con la vida.