Un carro pequeñito que achicó a un país

Un carro pequeñito que achicó a un país

La llegada de este icónico automovil a Colombia, un modesto modelo de cuatro puertas con un motorcito de 747 cc, trajo consigo toda una revolución

Por: Juan Sebastián León Lleras
octubre 24, 2019
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Un carro pequeñito que achicó a un país
Foto: Rama - CC BY-SA 2.0 fr

Existen muchos factores que determinan cambios en la sociedad, varios de ellos son de orden filosófico, religioso, científico, gubernativo, etc. No obstante, hay cambios que pueden ser sutiles, tal vez intrascendentes o incluso frívolos o banales, pero que a la larga, vistos con cierto juicio y prestando atención al detalle, pueden ser significativos.

Hasta hace no más de 50 años el nivel de vida en Colombia era diferente al actual, la capacidad adquisitiva, la variedad del mercado, las dificultades de una deuda, etc., eran menos llevaderas que hoy día. Las condiciones del país en cuanto a su infraestructura financiera, limitaban el acceso de la gente a ciertos beneficios que hoy día son relativamente comunes, tales como ir de vacaciones o tener un carro.

En aquellos tiempos el costo de los automóviles era porcentualmente, en relación con los ingresos de una familia de clase media, cercanos al 30% neto anual de la misma, es decir, comprar un carro significaba un gasto considerable y una deuda larga y costosa. Además, los vehículos disponibles en el mercado eran de gamas relativamente altas cuyo mantenimiento también resultaba oneroso.

Por otro lado, las vías de comunicación terrestres hacían de un viaje en bus algo más parecido a una peregrinación que a un paseo, era proporcionalmente más costoso el pasaje respecto a lo que cuesta hoy en día y un viaje que dura tres o cuatro horas, en aquel entonces podía durar el doble o incluso el triple. Viajar en bus era una opción remotamente tan masiva y común como lo es actualmente; los buses eran lentos, inseguros e incómodos, nada comparado con los vehículos ligeros, suaves, espaciosos y eficientes que hoy vemos “volar” por las principales carreteras colombianas.

Las opciones de viajar en avión eran aún más elitistas, un tiquete era sumamente costoso y no había la oferta de destinos, conexiones, promociones y descuentos  que vemos hoy en cualquier buscador de vuelos baratos en internet. Viajar en avión constituía un factor de prestigio tal vez más significativo que el destino o las anécdotas del periodo vacacional.

No obstante, en 1966, Auto Andes trajo a Colombia un carrito francés cuyas características lo hicieron icónico; el Renault 4, un modesto modelo de cuatro puertas, con un motorcito de 747 cc. cuya potencia no superaba 20 CV, sus asientos originales eran modulares en lona y su velocidad máxima era de 76 km/h. (en bajada). Sin embargo, la llegada de este modesto carrito también trajo consigo un precio mucho más asequible, así como nuevos modelos de financiación que  permitieron a muchos jefes de hogar considerar la idea de tener carro.

En efecto, este vehiculo empezó a volverse un andador habitual por toda Colombia, así mismo “achicó” al país, pues muchas personas, gracias al “renolito”, por ejemplo, conocieron el mar. Su bajo consumo, su fácil manutención, su maniobrabilidad y versatilidad, estimularon a mucha gente a recorrer el país durante sus vacaciones. Este simple carrito subía la Línea, subía por Pescadero, La Pintada, La Tribuna, Chiflas, La Quiebra, Pisba, Letras, Boquerón, Rosas, La Mona, El Duende y tantos otros altos distribuidos en las tres cordilleras que trifurcan a este quebrado y topográficamente rebelde país.

Así mismo la frecuencia de visitas a familiares y amigos viviendo en distintas poblaciones se hizo asidua e incluso la posibilidad de ampliar dichos espectros familiares y sociales, pues el tiempo, relativo a la distancia, dejó de ser un factor tan limitante como hasta antes del arribo de este “cacharrito”.

Pudiera parecer intrascendente este anecdótico relato, pero este “mecánico” episodio fugaz y tímido de la historia del país, en efecto lo “achicó”.  Acercó sus habitantes a muchos rincones otrora remotos, permitió a muchas familias interpretar un territorio, sus costumbres y moradores, percibir cómo “bajando” hace más calor, y “subiendo” más frío, degustar otras comidas, sentir con más frecuencia la añoranza del retorno, parar a comer el postre, descubrir pueblos, veredas, regiones, etc. así fuera despacito, por carreteras destapadas, trochas o atajos, como fuere, este noble carrito los llevaba.

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