La mayoría del electorado recibió con beneplácito el primer gobierno popular, elegido después de dos siglos de dominio de las mismas familias de siempre y con ello se ha creado una gran expectativa, tal vez exagerada, por el acumulado del descontento social almacenado durante los 30 años que llevan las políticas neoliberales causado estragos en la vida familiar y la dignidad humana.
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Pero, es necesario tener en cuenta, que este gobierno no es perfecto: es diferente, pero no perfecto; también tendrá errores, que se miden según el logro de los objetivos o de la solución de los problemas existentes.
Viene con ello la designación de funcionarios, por ahora de la primera línea como les dijo el presidente a los ministros, y más adelante el resto de la planta del funcionariado directivo, algunos de ellos, seguramente, provenientes de la vieja izquierda del siglo pasado, que, durante toda su vida y al igual que el presidente, solo han recibido garrote de la oligarquía dominante.
Pero el mundo y el país, en este tercer decenio del Siglo XXI, ya es diferente de cuando se originaron las luchas políticas bajo el antiguo esquema “izquierda-derecha” del siglo pasado; hoy existe un sistema capitalista diferente, un tipo de Estado distinto, un andamiaje institucional modificado, otras formas en la relación Estado-Sociedad, variantes en el régimen político y otras formas de tenencia de los medios de producción, de tal manera que el paradigma sociológico predominante en el siglo pasado, ya no aporta los conceptos e instrumentos para regir la gestión pública que fueron pertinentes en esa época del capitalismo clásico.
Ya los enfoques keynesianos y marxistas no se pueden aplicar al pie de la letra; ni siquiera la socialdemocracia de esa época. Hoy están sobre la mesa el progresismo y como dijo el presidente refiriéndose a los cambios en Latinoamérica, lo que hay es una búsqueda, que aún no encuentra el diseño definitivo; porque posterior al derrumbe del modelo neoliberal, que se espera a más tardar en 2028, hoy no se sabe cuál es la alternativa para la reconstrucción económica, social e institucional del mundo.
Es necesario crearla, con ingenio, flexibilidad, pragmatismo y pertinencia. Lo único que se sabe es que la desigualdad económica, geográfica y social, debe disminuir a cifras tolerantes.
En tales circunstancias, el gobierno de Petro no puede ser dogmático ni sectario. Debe interpretar la heterogeneidad de Colombia en lo económico, lo social, lo territorial y lo ambiental, de modo que las políticas, en todos los temas, no pueden ser estandarizadas como si el país fuera uniforme, sino diversas.
La política fiscal, por ejemplo, debe reconocer las diferencias en los contribuyentes para aplicar impuestos directos diferenciales; la política laboral debe reconocer que ya no estamos en época del desarrollo exógeno con prevalencia de las multinacionales, sino que estamos en el marco del desarrollo endógeno con relevancia de los emprendimientos nacionales.
Cada sector de la economía tiene sus propias especificidades que requieren tratos diferenciados. Aplicar los mismos patrones de la industrialización del siglo pasado en el momento presente, es arruinar los esfuerzos endógenos de generación empresarial. El rasero debe ser diferencial, lo mismo que los factores territoriales, considerando políticas según las diferencias regionales en cuanto a la capacidad de la base económica local.
Si se quiere que el gobierno que comienza deje sembradas las bases para un proceso de largo plazo de reconstrucción económica, social, institucional y ambiental, los criterios antiguos no pueden ser rígidos, sino que deben ser flexibles y pertinentes con la realidad presente; por eso, en la designación de funcionarios del alto gobierno es necesario reconocer los méritos políticos del pasado y los aportes a la lucha por el cambio, pero también se debe considerar el riesgo del dogmatismo.