Un cambio político-religioso que podría revolucionar al país

Un cambio político-religioso que podría revolucionar al país

Hay una nueva generación de ciudadanos que comienza a tomar partido en la sociedad. Jóvenes y adolescentes tienen el poder de transformarlo todo

Por: Filanderson Castro bedoya
enero 13, 2020
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Un cambio político-religioso que podría revolucionar al país
Foto: Nelson Cárdenas

Colombia ha vivido por décadas bajo los mismos estatutos sociales. Estos han constituido un estilo de ciudadanía y unas formas de gobierno que se han repetido de generación en generación, aun con las profundas coyunturas revolucionarias, la guerra y la eventual desaparición de todo personaje que representara un riesgo puntual de cambio en las conservadoras costumbres nacionales. Las bases dominantes del país han sido las mismas, sostenidas bajo los estandartes de la religión, la política engañosa, una idea ilusoria de progreso y un rechazo colectivo a todo aquello que intentara quebrar ese débil caparazón conformista en el que nos habían metido casi a la fuerza.

Hoy, bajo las vestiduras rasgadas y las ilusiones marchitas por cincuenta años de guerra y el terrible fenómeno del narcotráfico, aún vivimos bajo la predominante idea de obediencia, resiliencia y olvido, mientras que los de siempre continúan creando para sí mismos la vida que nos prometen cada 4 años en época electoral, en esta pseudodemocracia donde el dinero es quién vota, quién elige, quién decide.

No es extraño entonces mirar alrededor y ver cómo los mismos ciudadanos asustados y confundidos defienden a quien les reprime, a quien les roba, a quien les explota; unos condicionados por los medios, otros por la violencia, otros quizás por la esperanza, pero todos caminando al unísono al mismo abismo donde sus padres y abuelos fueron arrojados, dejando un país en desgracia.

A través de todos estos años muchos han sido los intentos de generar ese cambio que Colombia necesita, pero qué difícil es limpiar la mente de millones de personas que solo han visto guerra, que fueron criadas para obedecer sin opinar, sin criticar, sin llorar siquiera, bajo la constante amenaza de un castigo físico y violento, costumbre de una antigua generación que no tenía idea alguna de educación y que se amparaba bajo sus creencias religiosas, impuestas a sangre y fuego, casi un reflejo exacto de nuestra política actual.

Así día tras día, hijo tras hijo, golpe tras golpe, muerto tras muerto, se construyó este monstruo ciudadano, que ha hundido nuestro país en un episodio sin fin de guerra, muerte y corrupción y que solo hasta el día de hoy da unas leves pero firmes esperanzas de cambio real.

Siempre creímos que era cambiando al político que el país se transformaría, hoy sabemos que el cambio viene de la sociedad, de la ciudadanía, del campesino, del niño, del maestro y ese cambio está a las puertas de generar una transformación nunca vista en el país, incluso en el mundo.

La difusión de información, la interconectividad y lo fácil que resulta el transmitir conocimiento ha creado una nueva generación de ciudadanos, pensantes, razonables, que se apoyan en el diálogo y que comprenden dónde se equivocaron nuestros abuelos, dónde los engañaron y por qué estamos en esta difícil situación.

Los adolescentes y jóvenes ahora tienen el poder de cambiar al país y probablemente, ante el dolor de muchos otros, lo van a cambiar. Hay una nueva generación de ciudadanos que comienza a tomar partido en la sociedad: son incrédulos, contestatarios e inteligentes, no se apasionan por los políticos de turno, razonan sobre lo que les rodea, y ven al territorio mucho más allá de un terreno productivo.

En veinte años poco o nada quedará de esa antigua generación sumisa que con el corazón lleno de miedo y odio llevó a este país a la miseria de la muerte. Estarán entonces estos jóvenes dirigiendo al país con inteligencia, transparencia y progreso, donde la política tradicional y el fanatismo religioso no serán más que polvo en el viento.

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