El presidente Iván Duque, en la página del gobierno nacional, destacó que “a un año del primer caso de COVID-19, enfermedad que nos ha arrebatado más de 60.000 vidas, ha sido enfrentada con solidaridad, colaboración, gran sentido de responsabilidad por todos”. De igual manera, hizo un especial reconocimiento a los médicos y al personal de la salud por su tenacidad, disciplina y capacidad patriótica: “A lo largo de esta pandemia han puesto su corazón, su sentido de proteger a los demás, y eso nos muestra que Colombia tiene todo para salir adelante”. Duque advirtió: “La pandemia no se ha ido. Inclusive, vemos países donde han tenido avances en muchísimos procesos de vacunación, pero que hay descuidos de la ciudadanía, se relajan algunas prácticas y vuelven a crecer los casos”. Por eso, reiteró que “hay que seguir combinando las medidas farmacológicas, la aplicación de vacunas masivamente y las no farmacológicas. El uso del tapabocas, evitar aglomeraciones y seguir los protocolos de bioseguridad”. Hasta aquí parece un lugar común para todos los países del mundo, pero no es tan así cuando entramos a revisar la estrategia empleada por el gobierno.
A corte del 7 de este mes, Colombia que es el país número 28 con mayor población mundial, es entre 192 países el número 11 con más personas contagiadas (2.276.656) y el 12 con más personas fallecidas (60.503), solo superada por EE. UU., Brasil, México, India, Reino Unido, Italia, Francia, Rusia, Alemania y España. De ellos, solo España tiene menos habitantes. Colombia ocupa el puesto 48 con mayor número de personas contagiadas por cada millón de habitantes con 46.090, cuando el indicador mundial es de 15.027, lo que indica que los números no favorecen su balance, máxime si tenemos en cuenta que la tasa de letalidad mundial es del 2,22 %, mientras la de Colombia se ubica en 2,65 %. Esto evidencia el fracaso de la estrategia del gobierno nacional, pues la contención se inició con una cuarentena en marzo que dejó 27 actividades económicas abiertas y en la segunda en abril ya eran más de 47, o sea, toda la población económicamente activa estaba por fuera de sus casas. En lo económico y solidario es peor: al sector financiero le entregó los recursos para que los preste con altas tasas de interés, mientras a las empresas nacionales y trabajadores se les entregaron migajas que no resolvían su sustento, obligándolos a salir a rebuscarse con el dilema: “Me mata la pandemia o se muere mi familia de hambre”. Tampoco ha sido mejor el trato a los trabajadores de la salud, a quienes declara héroes, pero a los que la legislación permite que las EPS e IPS los exploten, mal pagados, e incluso ni siquiera les pagan, sin que el presidente Duque y sus ministros hagan nada.
Las etapas terapéuticas no han sido confiables; existen numerosas denuncias acerca de que los protocolos no se cumplen o que no son los más acertados. En lo de la vacuna, no se conocen cuáles son las condiciones leoninas y ladinas impuestas por las multinacionales. Colombia fue el país número 79 en iniciar la inmunización, cuyo rezago se paga con muertos. Independientemente del reto científico, la gestión de la pandemia es un auténtico fracaso, producto de un sistema privatizado, que desecha a la salud como un derecho fundamental, entregado en explotación para que las transnacionales obtengan billonarias ganancias. ¡Que el pueblo haga su balance!