Se han cumplido doce meses de la implementación de los acuerdos de paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las Farc firmados en el Teatro Colón el 26 de noviembre del 2016 después de los ajustes propiciados por los resultados del plebiscito de octubre del mismo año.
La construcción de la paz es un proceso complejo que involucra muchos elementos y requiere de manos expertas para acertar en cada paso que se avance en tal sentido.
Varias entidades como el Instituto Kroc han hecho sus balances de acuerdo con lo establecido en el texto de los acuerdos. Tal centro de paz ha recurrido a la metáfora del “vaso medio lleno” para caracterizar los progresos, las tardanzas y los obstáculos en esta ruta para consolidar el fin de la guerra. Para el efecto ha ordenado el tema en varios campos. Uno el de los resultados inmediatos, otro en los de mediano plazo y otro en los de largo plazo que bien pueden equivaler a los 240 meses, según la media internacional que arroja el estudio de 34 conflictos por el resto del planeta.
Paz y Reconciliación que lidera el señor León Valencia en compañía de Ariel Ávila y con la financiación de la Fundación Ford, la Cooperación Noruega y Española, el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y la Red de programas de desarrollo y paz (Redprodepaz) ha presentado un segundo informe en el que advierte los riesgos del posconflicto.
El portal Verdad Abierta ha hecho su balance indicando que este primer año de implementación ha sido de turbulencia en todos los aspectos.
Pedro Santana en la Revista Sur plantea su propio diagnóstico indicando un panorama desalentador en la materialización del posconflicto.
Durante el año transcurrido la paz ha sido objeto de una amplia disputa en diversos ámbitos. Mientras un importante espectro de la sociedad la defiende y lucha por su realización, otro despliega una descomunal arremetida para que la violencia se perpetúe, capitalizándola como instrumento de reproducción política de la ultraderecha neonazi.
Desde las categorías construidas por la ciencia de la paz (Galtung, Lederach, Muñoz) lo que hoy tenemos es una “paz imperfecta” entendida como una coexistencia de la violencia política con elementos de la convivencia pacífica. Hay una paz que se construye pero persiste la violencia de los grupos paramilitares, de otras fuerzas insurgentes (Eln, Epl, neo Farc) y de sectores gubernamentales involucrados en masacres y eliminación de decenas de líderes sociales y de izquierda.
No hay, en estricto sentido, una “paz negativa” entendida como la eliminación absoluta de la guerra.
Tampoco hay una “paz positiva” entendida como la superación de las causas estructurales (pobreza, exclusión política y violencia sistemática) que dieron origen al conflicto social y armado hace 60 años.
Tenemos entonces una “paz imperfecta” con muchos riesgos de esfumarse dado que el incumplimiento del Estado es bastante notorio, tal como se ha dado en 34 conflictos armados nacionales por el resto del mundo.
Lo deseable es consolidar la “paz negativa” y avanzar en la “paz positiva”, que es una tarea de largo plazo, pero las cosas no lucen muy bien y es muy probable, dada la coyuntura geopolítica, que el “postconflicto imperfecto” se degrade y mute hacia escenarios de profundización de la violencia con otros rostros como efecto de la crisis del Estado, de la economía y de las relaciones interestatales en el ámbito regional que presentan un cuadro muy crítico por la agresión permanente de la Casa de Nariño hacia el gobierno de la República Bolivariana de Venezuela para empujar su colapso.
No se puede hacer la paz degradando las relaciones con los gobiernos vecinos pues se supone que eso tiene sus consecuencias en la estabilidad política y en las estrategias que comprometen la voluntad nacional de un gobierno. Siempre es mejor acompañar el ánimo pacifista con el respeto a la soberanía de los otros.