El país unido que nos anunció el presidente Duque el 7 de agosto de 2018, está hoy más roto que el florero de Llorente causante de una revuelta que terminó en la independencia. En torno a la figura presidencial no se ha unido ni su propio partido que en varias ocasiones ha caminado en contravía de los intereses del gobierno. Y ni que decir de los que se declararon independientes o en oposición, esos si que están alejados, pero por las acciones del propio Duque que con sus hechos ha dividido aún más a los colombianos.
Después de su posesión aseguró que se uniría a la causa de la lucha anticorrupción, llevando ante el Congreso y con su liderazgo todas las propuestas votadas en el referendo. Ni una sola pasó a ser realidad. La última fue el hundimiento de la cárcel de verdad para los corruptos, que naufragó gracias a las jugaditas del bachiller Macías.
Con la paz pasó algo peor. Gracias al impulso de su tutor Álvaro Uribe, el presidente Duque se enfrascó en una lucha jurídica por objetar seis de los artículos de la Ley Estatutaria de la JEP. Primero se demoraron en tramitarla en el Congreso, por otra jugadita de Macías, y luego vinieron las objeciones que demoraron injustamente lo que era una necesidad para echar a andar la Justicia Especial. Hasta que fue derrotado de manera humillante y finalmente tuvo que firmarla para que hoy sea una ley en funcionamiento. Entre tanto con su obstinación uribista, Duque distanció más a muchos sectores del país que se la juegan por la paz.
Es cierto que el presidente tiene un estilo dialogante, como quien no quiere pelear con nadie, pero no logra comunicar unidad así haya hechos muchos llamados en ese sentido. Lo que no logra comunicar es independencia de su Jefe Álvaro Uribe, tanto así que sus propios ministros demoraron varios meses para dejar de equivocarse cuando se referían a él. En varios momentos bochornosos lo llamaron presidente Uribe y no Duque. Esto, unido a la innegable influencia del expresidente ha hecho que el país lo siga viendo como un virrey nombrado por el verdadero rey de Colombia, en su tercer período.
No solo no le funcionó su promesa de unirse a la cruzada anticorrupción
sino que echó mano de otra cruzada que se le apareció recién posesionado,
la de tumbar a Maduro, apoyando a Guaidó
No solo no le funcionó su promesa de unirse a la cruzada anticorrupción sino que echó mano de otra cruzada que se le apareció recién posesionado, la de tumbar a Maduro, apoyando a Guaidó, el presidente interino de Venezuela. Esos primeros meses fueron de intensa gestión internacional y se llegó a sentir a la par con Trump en la lucha contra la tiranía de nuestro vecino. Pero pronto se vino abajo ese castillo de naipes que había construido y quedaron Guaidó y Duque más solos que un crucero por el lago de Coquivacoa. Ni Trump los volvió a nombrar, y si lo hizo fue para recordarnos que somos una narconación.
Una lucha que era necesario asumir y que no lo hizo sino ahora que ya fue tarde, era la de detener los asesinatos de líderes sociales. Cuando la semana pasada la gente se volcó a las calles a exigir que pare la barbarie, Duque intentó unirse a las marchas y fue rechazado de plano. ¡Ni más faltaba que después de no hacer nada, viniera ahora a caminar por las víctimas!
Comienza este segundo año con un sol tempranero a sus espaldas: la economía en problemas con dólar y desempleo alto y crecimiento bajo. ¡Mala cosa!, los indicadores de venta de vivienda no despegan y las obras públicas tampoco. Se caen carreteras y puentes y la inversión en los procesos de paz no dan la talla para una recuperación del campo como sería deseable.
Un tímido indicador positivo, que se ha quebrado la curva de crecimiento de los cultivos ilícitos, le está permitiendo esconder el miedo a una descertificación por parte de los Estados Unidos, aunque la criminalidad del narcotráfico está disparada en muchas regiones del país.
Es cierto que en el Congreso se acabó la mermelada y eso sí que hay que aplaudírselo, pero necesitamos algo que sirva para reconstruir su liderazgo con urgencia. Otro año como el que acaba de pasar no se lo aguanta nadie y menos la popularidad del presidente Duque.