El arte está lleno de historias desconocidas y anónimas y con dramas humanos que conmueven al más desprevenido. Es el caso del pintor nariñense Víctor Hernández Quiroz, algo así como la otra cara de un país que se empecina en sus conflictos y carece de miradas capaces de escudriñar lo esencial de la condición humana.
Este pintor de origen campesino, impulsado años atrás por algunos funcionarios de la entonces Caja Agraria para realizar exposiciones en Zipacón, Cundinamarca, y otras localidades del país y cuya obra llegó a ser adquirida por personalidades de la política nacional y profesionales de Nariño y de Colombia, sintetiza el talento que se mezcla con el drama de lo inexplicable.
Egresado de la Facultad de Artes de la Universidad de Nariño, nació en una vereda de la cordillera andina y su trabajo se centró en el paisaje, recreando —como en una explosión de colores— la belleza de los campos, las montañas y la luz crepuscular de los ocasos.
Así se lo puede apreciar en unas de sus obras mejor logradas Paisaje Nariñense o Colombia: amanecer del mundo, donde se recrea con intensidad poética el colorido de la tierra, las parcelas, el azul de las montañas y, obviamente, las viviendas rústicas y alegres de los hombres campesinos.
Admirador del tema tropical en Alejandro Obregón, de la pintura de Picasso y de Van Gogh, en su particular forma de ver el mundo intentó sugerir las impresiones de la vida cotidiana, sin plasmar realidades llanas, carentes de lenguaje y un toque de lirismo.
Su talento que no alcanzó la fama, a una edad relativamente temprana lo malogró una enfermedad que lo mantuvo aislado durante varios años. La última vez que lo vi sabía que dejaría de pintar para siempre, que sus colores dejarían de recrear horizontes y montañas –las montañas de la hermosa tierra nariñense– con una policromía que recordaba las sensaciones infantiles y la libertad innata en el espíritu creador.
Desde entonces las noticias de este pintor se apagaron. Su talento se eclipsó por ignotas razones, inapelables para quienes lo apreciamos. No volvimos a saber de Víctor sino, en días pasados cuando se supo que, acompañado de su hermana Cecilia, el pintor campesino murió en Pasto. Sé que no hubo manifestaciones oficiales, ni siquiera que provinieran de su tierra natal, Pupiales, cuyos círculos de poder, miopes ante la grandeza (sintomático de lo que pasa en el país), ignoraron el triste desenlace.
Víctor Hernández Quiroz se fue calladamente. Como se apagan los ocasos. Un hombre cuya obra fue conocida y valorada por un estrecho grupo de ciudadanos en Colombia. Aunque en vida no faltaron voces que lo apoyaron como la de otros pintores de Nariño como el maestro Carlos Santacruz, dice su hermana, o los ministros de Estado que, en su momento, lo impulsaron a exponer en el centro del país.
En este breve artículo digamos que Víctor pertenece a la raza de esos hombres que rompieron paradigmas y merecieron el reconocimiento de su gente. Es la imagen de los espíritus que no se conformaron con la realidad que les fue dada, sino que tuvieron la capacidad para transformarla con el poder del lenguaje, la imaginación y los colores.
Víctor Hernández murió a la edad de 63 años y fue enterrado en el cementerio del corregimiento de José María Hernández, en Nariño, su lugar de origen.